PERU: Los niños topo de Belén y los niños de piedra de Hiroshima

Un lugar llamado Hiroshima, a 22 kilómetros del centro de Lima, es uno de los muestrarios del infierno del trabajo infantil en Perú.

En la Hiroshima peruana el infierno no es consecuencia de un ataque nuclear (como el que devastó a la homónima ciudad japonesa en 1945), sino una realidad cotidiana para la veintena de niños de nueve a 14 años que trabajan en una cantera picando un cerro rocoso para extraer piedras y ganar unos siete dólares diarios.

Desprenden las rocas con una barra de hierro y, si son muy grandes y pesadas, queman neumáticos al lado para rajarlas mediante el calor, luego las hacen rodar cerro abajo y las fragmentan con un pesado martillo.

"Quedo matado, a veces no tengo ganas de volver, pero al final regreso…Me demoro dos días en llenar un camión. El me está ayudando para aprender", dice Wilder, de 14 años, señalando a otro chico, de unos 12, que mira sonriendo con su cara morena blanqueada por polvo de roca.

Los niños picapedreros venden a 12 soles el metro cúbico de piedra fragmentada, pagan 20 soles por camionada a los dos adultos que los ayudan a subir las piedras al vehículo y siete por cada camionada de cinco metros cúbicos a Avelino Soto, el concesionario de la cantera.

El dólar se cotiza en Perú a unos 2,63 soles.

Soto, quien en 1985 recibió del Estado cien hectáreas de estos cerros rocos como concesión minera, está apostado en la tranquera por donde deben pasar los camiones y rehusa admitir que la mayoría de sus picapedreros son niños y adolescentes.

"Para mí, todos son adultos, pues así dicen ellos. Además, no está prohibido que los menores de edad trabajen. Es mejor que si se ponen a robar", concluye, y con un avinagrado gesto corta el diálogo.

Hiroshima no es el único infierno peruano de trabajo infantil. En Cerro Belén, un suburbio de Arequipa, en la sierra sur, 31 niños de cuatro a 14 años trabajan para sus padres en medio de un dañino polvillo abriendo cavernas para extraer una roca volcánica de uso industrial.

Los niños son utilizados por sus padres, mineros como ellos, porque sus cuerpos menudos pueden ingresar a oquedades que no alcanzan los adultos.

Las piedras porosas que extraen estas empresas familiares informales son vendidas a las 110 empresas que lavan prendas de denín en Lima, que las usan para darles el acabado llamado "stone wash".

Pero a los ninñs-topo de Cerro Belén y a sus padres, que trabajan unas doce horas diarias en las cavernas de feldespatos expelidos hace miles de años del vecino volcán Misti, les pagan cinco centavos de dólar el kilo de la llamada "piedra pómez".

Las familias mineras de Cerro Belén viven en las vecinas barriadas Jerusalem e Israel, que tampoco tienen aspecto de tierra prometida, y el médico Gustavo Rondon, director regional de Salud de Arequipa señala que desde 1995 se desarrolla para ellos un programa de prevención especial.

"Entre los mineros de la piedra pómez, adultos o niños, son frecuentes las atrofias respiratorias, tuberculosis, rinitis, dermatitis, conjuntivitis y silicosis", explica Rondon.

El censo de 1993 detectó que 425.000 niños trabajan en Perú. De ellos, según el Grupo de Iniciativa Nacional por los Derechos del Niño (GIN), alrededor de 30.000 realizan oficios de alto riesgo, que son peligrosos para su vida, integridad física y salud emocional.

Entre ellos figuran los casi mil ninos que trabajan junto a sus familias en las ladrilleras de Huachipa, a 40 kilómetros de Lima, amasando y haciendo bloques de barro.

Otros 800 laboran en los suburrbios de Lima como recolectores y clasificadores de basura (a mano) con fines de reciclaje.

También pueden incluirse los niños y adolescentes reclutados en la sierra del Cusco y llevados a los lavaderos de oro del río Madre de Dios, en una zona selvática próxima a la frontera con Brasil, en las que trabajan, de acuerdo a investigaciones judiciales, en condición de virtual esclavitud.

Puede citarse igualmente el caso de los hijos de los mineros desocupados, que ingresan junto con sus padres a las minas abandonadas para seguir excavando por su cuenta y vender el mineral a intermediarios.

En el cultivo ilícito de la coca, en las cosechas de arroz y café los niños reciben jornales irrisorios.

Las denuncias de estos casos reabren cada cierto tiempo la polémica sobre un tema de difícil solución: si debe prohibirse o reglamentarse el trabajo infantil.

Aunque las cifas oficiales sólo admiten 425.000 menores que trabajan en Perú, las organizaciones independientes estiman que 1.300.000 es una cifra más cercana a la realidad.

Según la Organización Internacional del Trabajo (OIT), 18 millones de niños latinoamericanos entre cinco y 14 años se ven obligados a trabajar para ganarse el sustento propio o para ayudar a sus familias.

Quienes defienden la reglamentación del trabajo infantil sostienen que es imposible su erradicación porque es inseparable de la miseria y que previamente hay que liquidar la pobreza.

Pero los que demandan su prohibición consideran que en la práctica el trabajo infantil perpetúa la pobreza, porque el niño tabajador se convierte generalmnente en un adulto atrapado por empleos no calificados y por ende mal pagados.

Según el informe de la OIT, los niños son la mano de obra más barata y dócil, recibe el menor salario, no está sindicalizada, carece de seguro médico o de derecho a indemnización por accidentes. (FIN/IPS/al/dg/pr-hd/97

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