PAKISTAN: Asesinatos religiosos afectan la economía

Una serie de asesinatos entre grupos extremistas chiítas y sunitas de Pakistán desencadenó la tensión religiosa en el país, alejando a inversores y afectando la economía.

Más de 80 personas fueron asesinadas desde el comienzo de este año sólo en la provincia de Punjab, el estado natal del primer ministro Nawaz Sharif y el más poblado del país, donde reside la mayoría de las organizaciones extremistas.

La violencia sectaria ensombreció los esfuerzos del nuevo gobierno por recuperar la confianza de los inversores en el país y reconstruir la economía.

Sharif aumentó la seguridad y convocó al ejército en varias ciudades para asistir a la administración civil en el mantenimiento de la ley y el orden, pero no atacó la raíz del problema.

Como reacción al aumento de los asesinatos religiosos, el gobierno prohibió el transporte de pasajeros en los asientos traseros de las motocicletas en las principales ciudades de Punjab, causando inconvenientes a miles de personas.

Sin embargo, al día siguiente de la prohibición, dos hombres en motocicleta balearon a un activista chiíta en la ciudad industrial de Faislabad, para luego escapar.

El jefe de gobierno de Punjab, Shahbaz Sharif, hermano menor del primer ministro, consiguió que 15 partidos religiosos coincidieran en un "código de ética" para desactivar la tensión religiosa.

Pero un día después del acuerdo, tres personas fueron asesinadas, incluyendo el jefe de policía Ashraf Marth, sorprendido por cuatro hombres armados que acribillaron su automóvil en Gujranwala, a 50 kilómetros de la capital provincial, Lahore.

Marth era cuñado del ministro del Interior, Shujaat Hussain.

El grupo radical sunita, Laskhar-e-Jhangvi, se responsabilizó por el asesinato, cometido en venganza por los arrestos ordenados por Marth a principios de año, de tres trabajadores sospechosos de haber bombardeado el Centro Cultural Iraní en el pueblo de Multan.

"Los métodos normales para controlar la ley y el orden no funcionarán en esta situación", alegó el experto Suroosh Irfani, y señaló que se debe buscar una solución global.

Las muertes provocaron el temor de la población y aun de la policía.

"Que la muerte de un oficial superior provoque temor en lugar de ira dentro de las filas de los agentes del orden refleja la decadencia del espíritu corporativo de la burocracia, incluyendo a la policía ", evaluó el analista M.A. Niazi.

"Por desgracia, miembros de ambas sectas condenan los métodos terroristas de los extremistas, pero comparten su actitud teológica", añadió.

Decenas de activistas religiosos fueron detenidos tras el asesinato de Marth. El jefe de gobierno de Punjab amenazó con colgar a los extremistas en público.

La amenaza provocó protestas de las organizaciones de derechos humanos, según las cuales la pena capital no fue en el pasado una medida efectiva de disuasión.

Las ejecuciones públicas eran habituales en Pakistán durante los años de ley marcial del general Ziaul Haq, que las utilizó frecuentemente durante su dictadura.

"No funcionó entonces y no funcionará ahora. Este tipo de castigo sirve para aumentar la intolerancia y la violencia en la sociedad", dijo el director de la organización no gubernamental Comisión de Derechos Humanos de Pakistán (HRCP), I.A. Rehman.

A la HRCP le preocupa el plan del gobierno de lanzar una operación de limpieza en las zonas afectadas y aprobar leyes especiales para contener el terrorismo religioso.

Los analistas señalan que estas medidas no son suficientes en un país donde los culpables rara vez reciben el castigo que impone la ley. El problema está vinculado al analfabetismo y el desempleo, sostienen.

El gobierno debe controlar las escuelas religiosas musulmanas porque son "lugares donde se reproduce el flagelo del sectarismo religioso y se corrompen las mentes jóvenes", sostuvo Hussain Naqi, activista de los derechos humanos.

Las escuelas, administradas por sectas religiosas rivales, que brindan alimento y educación religiosa básica a niños de familias pobres, fueron utilizadas por los guerreros mujaidines de Afganistán para reclutar a sus adeptos durante la guerra respaldada por Estados Unidos contra el gobierno comunista.

Con el fin de la guerra y luego que el ideal religioso se disolviera en una pelea por el poder entre las tribus de Afganistán, muchos veteranos de guerra volvieron a sus bases en Pakistán.

Entrenados para la batalla y para odiar a quienes discrepen con sus creencias, ahora su atención se dirige hacia los integrantes de las sectas religiosas rivales.

"No estamos frente a la violencia sectaria clásica que podría surgir espontáneamente sin aviso. Aquí tratamos con el terrorismo organizado auspiciado por unos pocos fanáticos religiosos", señaló el analista Jamilur Rehman, de Islamabad. (FIN/IPS/tra-en/bs/an/aq-lp/ip-cr/97

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