China pretende ingresar al sistema multilateral de comercio hace once años, pero todo ese tiempo no alcanzó para que el mercado más grande del planeta se muestre dispuesto a pagar el precio que se le exige.
El director general de la Organización Mundial de Comercio (OMC), Renato Ruggiero, manifestó en China en abril que las negociaciones deberían acelerarse. A nadie sorprendió que, aun bajo esta presión, Beijing evitara entonces asumir compromisos definitivos.
Los tres días de Ruggiero en Beijing marcaron el principio de la fase final, y la más dura, de las negociaciones por el ingreso de China a la OMC, el poderoso cuerpo que rige el comercio mundial.
Ginebra será este mes el campo de batalla para la negociación "urgente", anunció Ruggiero luego de días de conversaciones a puertas cerradas con altos funcionarios chinos.
Pero los representantes de Beijing no comparten el apuro de Ruggiero, en especial si su membresía a la OMC no refleja sus preocupaciones por evitar la quiebra de empresas estatales y una ola de desempleo.
El portavoz de la Cancillería, Cui Tiankai, sugirió que las autoridades se tomarían su tiempo. "Tenemos paciencia. De todos modos, estas negociaciones ya han durado 11 años", recordó.
Beijing ha dejado claro su intención de engrosar las filas de la OMC, pero no ha dejado por eso de negociar los términos de su incorporación y se resiste a adoptar algunas de las reformas que se le exige implementar como condición.
El punto más espinoso es el período de tiempo durante el cual China abrirá de forma gradual su mercado a empresas extranjeras. Los representantes de Beijing han reclamado 12 años para abatir las barreras arancelarias, lo que les permitiría proteger a sus industrias.
Algunos expertos consideran que China aún no está preparada para asumir la liberalización del comercio y de la inversión que se le exigen para integrarse a la OMC.
El acceso al mercado más gigantesco del mundo es un problema que mantuvo a China fuera de la OMC y al margen del ámbito multilateral de comercio que precedió a la creación de ese organismo, el Acuerdo General sobre Aranceles y Comercio (GATT).
El ministro de Comercio Exterior y Cooperación Económica de China, Wu Yi, dijo a Ruggiero que el grado de apertura debería seguir el ritmo del "actual desarrollo económico y la disponibilidad" del mercado de su país.
Aunque China tiene posibilidades de convertirse en un país industrializado en el futuro, no lo es hoy. "Las negociaciones deben basarse en la realidad", dijo Cui.
Después de ciertos avances registrados en Ginebra en marzo, Ruggiero ejerció presión para aprovechar el impulso y acelerar las negociaciones.
En esas conversaciones, China accedió a garantizar a empresas extranjeras derechos de importación y exportación tres años después de que China ingrese a la OMC, así como la aceptación de las normas del cuerpo sobre derechos intelectuales en el momento de su admisión.
Aunque "completamente convencida" de los beneficios a largo plazo de la membresía a la OMC a la economía china, Beijing es precavida respecto de los efectos a corto plazo. Por eso, las autoridades pretenden un sistema de admisión gradual que le dará tiempo para implementar las reformas necesarias.
"China no reclama tratamiento preferencial. Lo que pretende es un equilibrio entre su responsabilidad y sus derechos", dijo Cui.
Ahora está claro que la OMC admitirá en el caso de China un período de transición luego de su ingreso, pero persisten las diferencias sobre la extensión de ese período y los sectores que abarcará.
China aspira a abrir su mercado no solo a mercaderías extranjeras sino a servicios como los financieros, de seguros, consultorías y distribución minorista.
El país asiático siempre reconoció que el acceso a la OMC insumirá varios años de transición. La precariedad del proceso de admisión se debe a la reestructura de las vetustas empresas de propiedad estatal, que podría derivar en un alto desempleo y el debilitamiento de industrias clave.
Cuarenta y tres por ciento de las empresas estatales, que suman 20 millones de empleados, no son rentables. Otro 30 por ciento, con 20 millones de trabajadores, hacen dinero pero solo en los papeles.
Las empresas estatales representan hoy menos de 30 por ciento de la producción industrial china. En 1978, cuando el entonces líder supremo Deng Xiaoping introdujo las reformas económicas, constituían 90 por ciento.
Mientras tanto, las empresas colectivas y privadas aumentan su participación en el mercado. Muchas de las estatales quiebran o se fusionan. La exposición total y acelerada a la competencia mundial aceleraría aun más el proceso de quiebras y fusiones.
"El desempleo surgirá de forma inevitable este año después de las quiebras masivas", dijo Dong Fureng, vicepresidente del Comité Financiero Económico del Congreso Nacional del Pueblo (parlamento).
Los problemas financieros de las empresas estatales será agudo este año, según fuentes oficiales.
Por eso, aunque China proclame el ingreso a la OMC como su principal meta, por ahora no está dispuesta a pagar por ello con desempleo o debilitamiento de su base industrial. (FIN/IPS/tra- en/ab/ral/mj/if/97