La Operación Alba, comandada por Italia, trajo a Albania una fuerza políticamente neutral con el supuesto objetivo de poner fin a la violencia, pero forma parte de un juego político con alcance nacional, regional e internacional.
Oficialmente, el propósito de esta fuerza de 6.000 hombres aprobada por la Organización de las Naciones Unidas es asistir al nuevo gobierno de Albania en la restauración del orden, tras el caos provocado por el derrumbe de los planes piramidales de financiación.
Su prioridad consiste en hacer más seguros los puertos y las calles para la distribución de la ayuda humanitaria y evitar en el futuro la emigración ilegal hacia países vecinos.
Sin embargo, a diferencia de la fuerza Pelícano desplegada tras el derrumbe del comunismo en 1991, la nueva iniciativa multinacional forma parte de un juego político con alcance internacional, regional e interno.
Tanto el presidente Sali Berisha como el primer ministro Bashkim Fino solicitaron la ayuda, pero por diferentes razones.
Berisha lo hizo para restaurar el orden contra "los rebeldes del sur y la amenaza que representaban para el norte',' mientras Fino pretendía la recuperación de cierta estabilidad.
Como los insurgentes del norte y el sur pretendían la remoción de Berisha, la comunidad internacional adoptó el objetivo políticamente más neutro, el de brindar ayuda humanitaria.
Pero la escena política albanesa sigue caracterizada por la desconfianza, el saqueo y la anarquía. Los civiles armados se distinguen entre los que desean el imperio de la ley, el orden y la remoción de Berisha, los delincuentes y las fuerzas leales al presidente.
Además, los protagonistas de la fuerza multinacional no son neutrales. En el pasado, fueron muchas las intervenciones de Italia, Grecia y Turquía en la política albanesa.
Tradicionalmente, el gobierno de coalición de centro-izquierda de Italia apoyó a Berisha, pero al deteriorarse la situación en Albania y a medida que el ejército comenzó a abandonar al presidente, la comunidad mundial, dirigida por Estados Unidos, solicitó su retiro.
En marzo, hasta Italia, el miembro de la Unión Europea (UE) más favorable a Berisha, comenzó a distanciarse de él.
Al proponer la Operación Alba, Italia vio la oportunidad de abordar dos asuntos vitales para su propia agenda política internacional y regional: terminar con el éxodo de los refugiados y ubicarse a la par de las principales potencias mundiales.
En lo regional, Italia pretendía tomar la delantera de la Alianza Mediterránea, que comparte con Francia, España, Portugal y Grecia.
Pero la participación de Grecia en un país balcánico siempre provoca la rápida reacción de Turquía.
La preocupación griega es la de evitar el ingreso ilegal de albaneses a través de su frontera y la de proteger a su minoría étnica en el sur, mientras el interés de Turquía radica en sus fuertes vínculos con el gobierno de Berisha y la importancia política de mantener cierto tipo de influencia en Europa.
Francia participa en cierta medida para contrarrestar la influencia de Alemania en Polonia, República Checa y Hungría, y con ese fin se propone ampliar su propia esfera de influencia de Rumania a Albania.
París es el único gobierno que respalda el ingreso de Rumania a la OTAN (Organización del Tratado del Atlántico Norte). La crisis albanesa es una prueba para Bucarest, que será analizada por las autoridades de la alianza atlántica.
La participación de España fue la más inesperada, aunque Madrid pretende tener un papel más activo en la UE y terminar con la inmigración ilegal vía Europa hacia Estados Unidos.
Desde que la Operación Alba llegó a la capital, sus fuerzas apenas pudieron moverse Tirana. Mientras, el control que mantiene Berisha sobre los medios de comunicación recuerda a la gente que el presidente no tiene intención de renunciar.
Por tanto, Fino y su gobierno están perdiendo lentamente la credibilidad que tenían entre los civiles armados, lo que crea un problema para la fuerza multinacional.
El objetivo de restaurar el orden sin ejercer presión política, como la de condicionar la ayuda a la independencia de la prensa, u ofrecer apoyo financiero a los obsoletos partidos políticos de centro, es como recetar una aspirina a un enfermo de cáncer.
Las visitas a Albania del enviado de la Organización para la Seguridad y la Cooperación en Europa (OSCE) y ex primer ministro austríaco Franz Vranitzky resultaron sólo un truco más para impedir que la comunidad internacional se reuniera con los civiles armados del sur.
Berisha accedió a celebrar elecciones el 29 de junio sólo después que Vranitzky prometió no dialogar con los rebeldes del sur.
Políticos ingenuos de Albania y los países industriales creen erróneamente que las elecciones son un paso esencial para lograr la normalización.
Sin embargo, los comicios enfrentarán a dos enemigos acérrimos, los demócratas de Berisha contra los ex comunistas del Partido Socialista, y como ambos tienen experiencia en las armas políticas del marxismo-leninismo, las elecciones podrían ser la chispa que encienda el caos.
El control de los medios por parte de Berisha y la incapacidad del gobierno de Fino para obtener la renuncia del presidente y devolver a los civiles sus inversiones perdidas ubica a la fuerza multinacional entre un presidente desafiante, un gobierno débil y civiles armados que perdieron la confianza en las estructuras políticas.
Si Italia cede a la presión de los aliados que se oponen a la aventura albanesa, los italianos podrían verse expulsados de Albania, aunque si la oposición de Fino boicotea las elecciones del 29 de junio, los italianos se retirarán de cualquier modo, según declaraciones del ministro de Defensa.
Pero quizá no lo puedan decidir por sí mismos. En 1991, la fuerza Pelícano comandada por Italia llegó a Albania para brindar ayuda humanitaria tras la caída del comunismo.
Un año después, Berisha solicitó a la fuerza Pelícano que se retirara, ya que sería reemplazada por tropas y asesores militares de Estados Unidos, más atractivos políticamente.
La fuerza multinacional podría descubrir que, mientras los albaneses quieren fortalecer sus vínculos culturales y sociales con Europa, políticamente preferirían ubicarse bajo la esfera de influencia de Estados Unidos.
Cualquiera sea el enfrentamiento entre Grecia, Turquía y Francia por obtener una cuota de poder, finalmente, el asunto será mediado o resuelto por el gobierno de Washington. —— (*) Fron Nazi es escritor y analista de asuntos balcánicos. IPS pone a disposición de sus suscriptores este material a través del Institute for War & Peace Reporting, editor de la revista WarReport. (FIN/IPS-WR/tra-en/fn/rj/aq-ml/ip/97