El uso de plaguicidas químicos en la agricultura creció geométricamente en los últimos 40 años en todo el mundo. Sólo en Estados Unidos se consumen más de 500.000 toneladas al año, y América Latina usa 11 por ciento de la producción mundial.
El empleo masivo de esos productos químicos no acabó con las plagas de las cosechas, sino que las ha hecho más resistentes. En 1940 había 13 variedades de insectos inmunes a los químicos, y ahora son 520.
También aumentó la cantidad de personas intoxicadas por esos productos. Según la Organización Mundial de la Salud (OMS), anualmente sufren envenenamiento por manipulación de agroquímicos entre 3,5 y 5 millones de personas, de las cuales mueren unas 400.000, la mayoría en los países en desarrollo.
De acuerdo con especialistas, 80 por ciento del consumo de plaguicidas corresponde al Norte industrial, pero en esa área mueren menos de uno por ciento de los afectados. La proporción es la inversa en el mundo en desarrollo.
Legislaciones permisivas facilitan el uso en América Latina de plaguicidas prohibidos en otros continentes, y la mayoría se las víctimas se cuentan entre las jornaleras agrícolas y los niños del medio rural, tan ignoradas las primeras como los segundos por las leyes laborales y sociales.
Las jornaleras latinoamericanas, generalmente analfabetas, realizan las labores de fumigación de cultivos sin la debida protección y sin información de los riesgos a los que se exponen.
Y los niños muchas veces son obligados por sus propios padres a fumigar, por tratarse de uno de los trabajos menos pesados de la agricultura.
"Los niños resultan mucho más expuestos que los adultos a las concentraciones químicas", de acuerdo con la OMS. La organización advierte en varios documentos que "a similares niveles de exposición, los niños tienden a absorber más (esas sustancias) que los adultos".
Una organización no gubernamental de Ecuador encontró en 1994 altos niveles de sustancias organofosforadas en los niños que trabajaban en campos frutícolas.
La OMS también señaló que compuestos químicos usados en los plaguicidos reducen la fertilidad, causan malformaciones congénitas y abortos, y son un factor de riesgo de cáncer.
En Chile, donde el uso de pesticidas químicos en las plantaciones frutales es de alrededor de 60 por ciento, la proporción de hombres y mujeres intoxicados en la Quinta Región es tan alta que motivó una investigación sobre los efectos de los plaguicidas en las madres.
El estudio, realizado por una ginecóloga del Hospital de Rancagua, halló una prevalencia notable de recién nacidos con malformaciones: 3,6 por 1.000, casi el doble del promedio nacional, que es de 1,93 por 1.000.
Para la autora de la investigación, María Victoria Mella, no hay duda de que la exposición prolongada y sin protección a los plaguicidas es la causa de las malformaciones, que fueron detectadas también en zonas de Colombia dedicadas a la producción de flores, otro cultivo que usa gran cantidad de pesticidas.
Según el genetista Aníbal Escalante, la absorción de esos tóxicos es particularmente peligrosa en el primer trimestre de embarazo y puede producir severos daños neurológicos en el feto. Pero el riesgo persiste a lo largo de los nueve meses de gestación, agregó.
Así mismo, una investigación realizada en 1996 por el no gubernamental Instituto de Defensa del Medio Ambiente (IDEMA), en tres valles agrícolas del sur de Perú comprobó que el empleo indiscriminado de plaguicidas afecta severamente la calidad de vida de hombres, mujeres y niños.
Ochenta por ciento de los agricultores examinados, hombres y mujeres, presentaban intoxicación crónica por absorción de agroquímicos. En 72 por ciento de casos, la toxicidad había producido fallos de memoria, depresión, ansiedad y defectos de lenguaje y de las funciones neuronales.
Luis Gomero, coordinador de la Red de Acción en Alternativas al Uso de Agroquímicos, la absorción de los compuestos químicos afecta la enzima que facilita las respuestas motoras y las conexiones neuronales.
"Es frecuente ver a jóvenes encargados de la fumigación de los campos con problemas de memoria, reflejos lentos, que ni siquiera se dan cuenta de lo que pasa" a su alrededor. "La intoxicación crónica sólo se detecta con exámenes especializados", dijo Gomero.
Los plaguicidas químicos son tan agresivos que atraviesan la placenta de las embarazadas y contaminan la leche materna, y 2,7 por ciento de las madres examinadas por el IDEMA habían alumbrado niños con malformaciones.
Asimismo, 75 por ciento de las muestras de leche materna y 95 por ciento de las muestras de leche de vaca analizadas presentaban contaminación química en niveles superiores a los límites máximos de tolerancia.
La investigación comprobó que las recomendaciones primordiales respecto del uso de pesticidas no eran observadas por las jornaleras pues ni siquiera las conocían. Esas reglas consisten en no fumigar cuando hay trabajadores en las plantaciones, vestirse adecuadamente para la tarea y luego, ducharse con abundante jabón y cambiarse de ropa.
"¿Cómo me voy a bañar, si no tenemos agua?… Y el jabon es caro, no podemos comprarlo". "A veces me siento rara, como mareada, pero descanso un rato y después se me pasa y puedo seguir trabajando". "A mí, a veces me ha dado vómitos despues de aplicar" (fumigar), son algunos de los testimonios recogidos por los investigadores del IDEMA.
Las 150 mujeres entrevistadas admitieron que realizan sus tareas de fumigación descalzas y sin proteger sus manos. Al volver a su vivienda preparan los alimentos y tocan a sus familiares, incluso a los bebés. Muchas duermen con la misma ropa que usaron para fumigar.
La investigación también demostró algo que muchas campesinas de América Latina palpan diariamente. Las mujeres no reciben la capacitación mínima exigida para ese tipo de trabajo, por considerarse que su participación es escasa.
Pero esa última afirmación "no se corresponde con la realidad", puntualizó Gloria Cornejo, Coordinadora del IDEMA. (FIN/IPS/zp/ff/he en/97