La única dolencia que causa más perjuicios a la economía que a la salud de la población parece ser la enfermedad de Creutzfeldt-Jakob (ECJ), la versión humana del mal "de las vacas locas".
La industria cárnica mundial no se recupera de la caída del mercado ocasionado por el anuncio del gobierno británico, hace un año, de una relación probable entre nuevos casos de ECJ y el consumo de carne vacuna.
La Unión Europea, que se esfuerza por devolver la confianza a los consumidores, propuso la semana pasada implantar la norma del etiquetado de la carne bovina para identificar el origen del productor, del criador y del establecimiento de engorde de ganado.
La industria, enfrentada a una pérdida de 10 por ciento de ventas en el mercado mundial, sufrió esta semana otro golpe con la aparición del primer caso en Holanda de encefalopatía espongiforme bovina, nombre técnico del mal de las vacas locas.
Un clima distinto se respira en los medios científicos que investigan las encefalopatías espongiformes humanas y animales y su desarrollo en los últimos años.
Unos 50 investigadores, de 15 países, reunidos esta semana en Ginebra, concluyeron que aún no es posible establecer con certeza una vinculación entre el mal de las vacas locas y las nuevas formas de ECJ, aunque "descubrimientos recientes fortalecen esa hipótesis".
El científico Paul Brown, de los Institutos Nacionales de Salud de Bethesda, Estados Unidos, redujo el riesgo humano al estimar, "basado en estudios epidemiológicos", que la posibilidad de contagio para la gente común "es cero".
La variante clásica de la ECJ, que se conoce desde hace más de un siglo, causa cada año una muerte por cada millón de personas. Las nuevas formas de la ECJ, aparecidas en el decenio presente, ocasionaron 16 decesos en Gran Bretaña y uno en Francia.
La reunión científica de Ginebra, convocada por la Organización Mundial de la Salud (OMS), destacó la necesidad de realizar investigaciones continuas e intensificadas, aunque reconoció el obstáculo que significa la ausencia de un test de diagnóstico precoz.
Para obtener el diagnóstico de la ECJ se efectúan exámenes del tejido cerebral o se inyectan muestras de ese tejido a animales de laboratorio.
El grupo científico propuso a la OMS que dirija a sus 191 estados miembros una serie de recomendaciones relacionadas con la enfermedad.
Las indicaciones proponen evitar el uso de materias primas bovinas en la preparación de productos y dispositivos medicinales.
En caso de que resulte imposible renunciar a la materia bovina, los países de origen deben estar libres del mal de las vacas locas o registrar muy pocos casos, según un sistema de verificación del ganado.
A la luz de experimentos realizados por Brown en Bethesda, los científicos recomendaron también vigilar las transfusiones de sangre para evitar que un enfermo de ECJ sea donante.
Las transfusiones de sangre son seguras y hasta ahora no se ha probado que la ECJ pueda transmitirse de un humano a otro por medio de transfusiones.
Sin embargo, Brown descubrió que la infección de ECJ puede permanecer en fracciones de plasma procesado, como ocurrió en casos de inyección a animales de laboratorio.
"No se trata de humanos, sino de un modelo de experimentación. La sangre del animal fue examinada y se encontró en el plasma una pequeña cantidad de infección", precisó Brown en rueda de prensa.
David Heymann, director de la División de Enfermedades Emergentes y otras Enfermedades Transmisibles de la OMS, indicó que hasta ahora no hay pruebas de que la ECJ pueda ser transmitida por transfusión de sangre de un enfermo a una persona sana.
Sin embargo, como medida de precaución se recomendó impedir el empleo de sangre de pacientes de ECJ y de otras encefalopatías espongiformes transmisibles.
Las personas en riesgo de padecer ECJ son aquellas que pudieron contraer la enfermedad en los años 80 a través de las hormonas humanas de crecimiento.
El uso de pituitarias cadavéricas como fuente de hormonas de crecimiento se desarrolló a partir de los años 60, pero se detuvo en 1985. El largo proceso de incubación de la ECJ determina que aún en la actualidad sigan identificándose esos casos en Estados Unidos, Francia y Gran Bretaña.
Las recomendaciones de los científicos se extienden también a los pacientes que recibieron injertos de duramadre, una membrana del cerebro que se emplea en cirugía.
La duramadre se obtiene también de cadáveres y en el pasado se extranjeron en algunos casos de cuerpos de personas fallecidas de ECJ, indicó Brown.
Los tres grupos, enfermos de ECJ y receptores de hormonas naturales de crecimiento y de duramadre, integran sectores de riesgo que, junto con quienes tienen antecedentes familiares de ECJ, deben ser excluidos de la categoría de donantes de sangre y de órganos y otros tejidos.
Los datos proporcionadas por Brown indicaron que en Estados Unidos, entre 8.000 receptores de hormonas naturales de crecimiento se registraron 16 casos de ECJ. En Gran Bretaña hubo 19 enfermos sobre una población de 1.900 receptores, mientras que en Francia la relación fue de 51 en 1.700.
Tratándose de la duramadre, se ha informado de 26 casos de ECJ. El número de personas que han recibido injertos de duramadre se eleva a decenas de miles, advirtió Brown.
Sólo se ha registrado un caso de contagio de ECJ por transplante de córnea, pero la recomendación prohibe también el empleo de órganos visuales de enfermos. (FIN/IPS/pc/ff/he/97