El río Dulce, eje de una de las zonas naturales más atractivas de Guatemala, es también centro de una batalla entre ambientalistas que luchan por protegerlo y una empresa estadounidense que desea utilizarlo para el transporte de madera.
Las organizaciones ambientalistas se oponen al propósito de La compañía estadounidense Forestal Simpson, que posee plantaciones de la especie gmelina en la zona y pretende usar el río Dulce como vía de salida de la madera.
Autorizar a Forestal Simpson a transportar su producción por el río sentaría un precedente, y otras empresas harían lo mismo en el futuro, con la consiguiente amenaza a la reserva natural de la zona, según los ambientalistas.
La Comisión Nacional del Medio Ambiente (Conama) analiza el estudio de impacto ambiental presentado por Forestal Simpson, que tendría deficiencias, según coordinador general de la institución, Francisco Asturias.
Asturias puntualizó que la Conama considera el estudio presentado por la firma estadounidense en los aspectos legal, económico, ambiental, político y sociocultural.
¿Sumar "cierta cantidad de empleos y sacrificar el río Dulce, o cuidar el ambiente?" se preguntó Asturias.
Agregó que también debe ser analizado el proyecto de la empresa estadounidense de construir un puerto terminal en el río Dulce, pues el lugar es hábitat de especies sensibles como el mono aullador, el manatí y algunos delfines.
El río Dulce, ubicado en el nororiental departamento de Izabal, desemboca en la bahía de Amatique, en el Caribe guatemalteco, y corre cerca de importantes puntos de embarque, como el Puerto Santo Tomás de Castilla.
Forestal Simpson comenzó a trabajar en Izabal en 1984 y su objetivo era plantar árboles de crecimiento rápido, para suministrar 250.000 toneladas de pulpa de gmelina por año a su fábrica de papel en Texas.
Michael Mussack, gerente general de Forestal Simpson, señaló que el río es la vía "más rentable, la menos contaminante y la más segura".
Mussack dijo que la empresa llegó a esa conclusión tras comparar el río con la opción del transporte por carretera o ferrocarril. Agregó que las barcazas de carga de madera son menos ruidosas y contaminantes que las lanchas rápidas y los yates turísticos que ya surcan el río.
También señaló que la madera, trozada, será transportada en cajas, para impedir la caída de residuos en el agua.
Pero los argumentos de la empresa maderera no convencen a los ambientalistas, que no admiten en el río Dulce otra actividad que el turismo ecológico.
Entre la empresa y los ambientalistas interviene una tercera corriente de opinión, que cree ver intereses económicos ocultos detrás de la resistencia de los residentes en las orillas del río al proyecto de Forestal Simpson.
Ese tercer grupo señala que las viviendas de los márgenes del río no tienen en muchos casos ni siquiera fosos sépticos, y sus moradores arrojan los desechos al curso de agua que dicen defender.
También destacan que nunca se cuestionó la presencia en el río de las barcazas que transportan ganado de una finca a otra, de envergadura semejante a las embarcaciones que se propone utilizar la compañía estadounidense.
Carlos Cerezo, director de la revista Crítica, advirtió que la polémica surgida presenta la oportunidad de lograr un plan de regulación integral del uso de la zona.
Ese plan debe promover un desarrollo comercial y turístico adecuado, la protección del ambiente, el control de la construcción de viviendas en las orilllas del río y reglamentar la navegación en lanchas y yates, según Cerezo.
El daño ecológico puede ser causado no sólo por un proyecto industrial, sino también por iniciativas turísticas sin control, observó.
El gobierno delimitó en 1993 el territorio protegido en el área del río Dulce y prohibió toda actividad que pudiera afectar su ecosistema. (FIN/IPS/cz/ff/en/97