La contaminación del aire aumentó dramáticamente en las principales ciudades de la República Checa a causa del gran crecimiento económico que tuvo el país tras el colapso del régimen comunista.
Aunque Praga y otras ciudades realizaron grandes logros en la limpieza de fuentes estacionarias de contaminación del aire durante la última década, los alcances fueron contrarrestados por un enorme incremento en el número de vehículos que circulan por las calles.
La razón es la creciente prosperidad económica desde que en 1989 cayó el régimen comunista. Entre 1990 y 1996, el número de automóviles particulares registrados en Praga se duplicó con creces, de 231 coches cada 1.000 habitantes a casi 500 por 1.000.
Además, cada automóvil se utiliza más que antes, mientras el uso del transporte público decreció 12 por ciento. Las emisiones de óxido de nitrógeno y monóxido de carbono de autos, camiones y autobuses aumentaron 15 por ciento desde 1992, según estadísticas compiladas por el Instituto de Información de la Ciudad de Praga.
Este incremento contrarrestó las reducciones logradas en la contaminación por dióxido sulfúrico -generalmente asociado con centrales térmicas, hornos y estufas-, que disminuyó más de un tercio en la capital.
En 1992, casi 4.200 toneladas de dióxido sulfúrico cayeron sobre Praga, pero para 1995 esa cantidad se redujo a 3.100 toneladas. En el mismo período se eliminaron casi un cuarto de los hornos domésticos a carbón y se duplicó el número de hornos a gas.
"Actualmente el mayor problema es el tránsito", afirmó Jiri Bubnik, del Instituto Checo para la Protección de la Limpieza del Aire.
"Las cosas marchan mejor, pero tenemos el peligro del óxido de nitrógeno", agregó. En cierto sentido eso no es tan malo, porque se acabó el olor acre y malsano del humo de carbón que alguna vez invadió los barrios de la ciudad.
Ahora, los residentes de los edificios que se cambiaron al gas natural pueden regular más fácilmente la temperatura de sus apartamentos y ya no se congelan de noche como cuando el fogonero se dormía.
El problema de Praga es tanto tecnológico como geográfico. El centro histórico de la capital yace en un valle junto a las márgenes del río Vltava, donde en invierno el aire frío queda atrapado bajo una capa de aire más cálida.
Cuando esa inversión de temperatura se prolonga más de un par de días, las emisiones de cualquier caño de escape o chimenea se acumulan sobre la ciudad como una manta gruesa y maloliente.
Además, la infraestructura de la ciudad ha permanecido incambiada en los últimos años, de modo que el doble de vehículos circulan y estacionan en las mismas calles estrechas, y los conductores pasan mucho más tiempo atascados en el tránsito con sus motores en marcha.
Un aspecto positivo es la mejor calidad de los vehículos. Mientras hace cinco años prácticamente no había coches a gasolina sin plomo o equipados con conversores catalíticos, actualmente 55 por ciento de la gasolina vendida en el país es "ecológica".
Las autoridades esperan que, a medida que se eliminen los autos viejos, la contaminación del aire continúe disminuyendo. En realidad, el efecto ya es perceptible: aunque actualmente hay el doble de vehículos que al comienzo de la década, las emisiones sólo aumentaron marginalmente.
Sin embargo, los problemas de tránsito persisten. Al menos en 11 ocasiones las autoridades de Praga estuvieron a punto de prohibir la entrada de automóviles al centro de la ciudad, pero sólo una vez llegaron a aplicar la medida.
"El hombre común quiere aire limpio, pero cuando está en su coche, sólo desea manejar y que no lo molesten con las normas sobre calidad del aire", señaló Bohuslav Brix, director del Departamento de Protección del Aire del Ministerio de Medio Ambiente.
"Es necesario desarrollar el transporte público en este país y transformarlo en una alternativa atractiva para los ciudadanos, de forma de contribuir a la reducción del número de automóviles particulares en circulación", concluyó. (FIN/IPS/tra-en/dr/rj/ml/en/97