La cuestión clave en Albania es la demanda vehemente, tanto de protestantes pacíficos como de insurgentes armados, de la renuncia del presidente Sali Berisha.
Pero, ¿qué podría pasar a continuación? Un punto de vista, respaldado por algunos gobiernos occidentales en vísperas del despliegue de tropas de la Organización para la Seguridad y la Cooperación en Europa (OSCE), es que el desplazamiento de Berisha ayudaría a resolver la profunda crisis del país.
Las propias predicciones de Berisha, las cuales podrían ser tomadas como una advertencia, se refieren a una mayor desestabilización si es obligado a dejar la presidencia.
Aunque Berisha logre sobrevivir en el poder durante días o incluso meses, su partida parece inevitable. Si bien separó del cargo a su jefe de policía secreta y puso bajo control gubernamental a la televisión nacional, ha perdido gran parte del poder que antes detentaba.
El líder de 52 años también perdió credibilidad cuando medios extranjeros informaron que, mientras las balas zumbaban en Tirana, sus dos hijos desembarcaron en el puerto italiano de Bari.
Cuando el ex ministro de defensa, Safet Zhulali, huyó del país y el ejército se desintegró, quedó claro que Berisha ya no contaba con la respuesta de las tropas. Y su supuesta base de respaldo en el sur de Albania resultó ser inexistente.
Aun así, la amenaza de una guerra civil entre el sur y el norte de Albania, mencionada una y otra vez por la prensa extranjera, es improbable.
Parece que Berisha es tan impopular en el norte como en cualquier otra parte, aunque la revuelta en su contra es más débil allí que en el sur del país. Pero incluso la remota posibilidad de una guerra civil ha debilitado aún más al sitiado presidente.
Con la falta de apoyo del ejército y del norte, un parlamento reducido a la mitad tras el apuro de sus miembros por dejar el país, y con su Partido Demócrata dividido, la posición de Berisha no ofrece muchas esperanzas.
Hasta ahora, la crisis de Albania se detuvo al borde de la guerra civil, pero la actual anarquía podría evolucionar en esa dirección, y el conflicto podría extenderse a los países vecinos.
Ha habido informaciones sobre intentos de venta de armas en Grecia y Macedonia, mientras es mayor el peligro de que sean contrabandeadas a Kosovo, la región habitada por albaneses en la República Federal de Yugoslavia.
La imagen del presidente albanés como supuesto "Hombre de la Estabilidad" en los Balcanes, la cual le valió un estatuto privilegiado en círculos diplomáticos europeos, parece perdida para siempre.
Una Albania desestabilizada presenta una amenaza a toda la región, y se hace esencial una presencia extranjera, policial o militar. La fuerza de paz de Estados Unidos en Macedonia podría parecer inútil si continúa el caos y las armas circulan libremente a ambos lados de la frontera.
En el largo plazo, podría tener más sentido que Italia desplegara policía y tropas en Durres y Vlore, que aguardar la llegada de más refugiados a Brindisi o Bari.
Berisha ya no puede jugar la carta de Kosovo; se le escurrió de las manos hace ya tiempo.
El año pasado, Berisha llegó a la conclusión de que el régimen del pesidente de Serbia, Slobodan Milosevic, se había debilitado al grado de que había llegado el momento de una política más activa en Kosovo.
En efecto, se sintió tan fuerte que quiso recordar a todos que fue él quien estableció las reglas del juego en el tema y que podría jugar en ambos sentidos.
De todos modos, las relaciones entre Tirana y los albaneses de Kosovo son glaciales. Ibrahim Rugova, líder de los albaneses en Pristina, capital de la región, obligado a elegir entre los sueños de Tirana y los reclamos de Washington, elegirá estos últimos.
Cuando se profundizó la crisis en Albania, Rugova respaldó las sugerencias de convocar nuevas elecciones. El camino a Pristina pasa ahora a través de Washington, no de Tirana.
Por último, pero no menos importante, la debilidad de Berisha se complica por la liberación de su principal rival político, Fatos Nano, encarcelado en julio de 1993 acusado de supuesta corrupción por orden del propio presidente.
Nano, un economista de 42 años que en 1991 fue el último primer ministro del régimen estalinista de Ramiz Alia, era entonces líder del Partido Socialista y su influencia creció cuando fue a prisión.
Pero tras casi cuatro años turbulentos en la cárcel, Nano no podía darse el lujo de cometer errores, por lo que se presenta ahora en la arena política como un hombre de manos limpias.
Esta actitud podría convertirle fácilmente en el héroe que los rebeldes necesitan. Nano todavía lidera el principal partido del país. En su primera declaración pública luego de su liberación gracias a una amnistía firmada por Berisha, el líder socialista reclamó el retiro del presidente de la escena política.
"Puedo estrechar su mano en su calidad de albanés, pero no como presidente", dijo.
Berisha sobrevivió en el poder tanto tiempo porque no hubo ninguna figura que le desafiara. La liberación de Nano podría llenar ese vacío.
Los insurgentes declararon que no abandonarán las armas hasta que Berisha abandone el gobierno, mientras los partidos opositores (el Socialista, el Socialdemócrata, el Republicano y la Alianza Democrática), así como diplomáticos europeos, afrontan otro dilema.
La oposición acordó con Berisha el respaldo del gobierno provisorio. Si continúan reclamando su renuncia, el presidente y su partido podrían afirmar que el acuerdo se ha roto.
Esa circunstancia convertiría el actual caos en una anarquía total.
La mayoría de los observadores cree que Berisha puede realmente calmar a su volátil partido.
Pero, si el presidente continúa en el poder, los insurgentes armados en el sur podrían retirar su apoyo al primer ministro Bashkim Fino, aunque fue nombrado junto a un gobierno interino a su pedido y debido a la resistencia de Berisha a renunciar.
Al mismo tiempo, muchos observadores dentro y fuera del país temen que, si Berisha se mantiene en el poder, será muy difícil celebrar elecciones libres y transparentes.
El actual presidente quizás sea recordado como la figura más contradictoria de la historia de Albania, como el hombre que destruyó de forma simultánea al comunismo y a la democracia.
Aun hoy, aislado, es muy difícil derrocarlo.
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(*) Remzi Laini es director del Instituto Albanés de Medios. IPS accedió a este despacho a través del Instituto de Guerra y Paz (IWPR), que edita la revista WarReport. (FIN/IPS/tra-en/wr/rj/lp- mj/ip/97