Una izquierda de mediana edad, de valores moderados y un toque de nostalgia se perfila en Italia y Gran Bretaña como fuerza de gobierno y símbolo de la globalización.
Las incontables derrotas de los ultimos 20 años ensenaron al italiano Massimo D'Alema y al laborista británico Tony Blair que los proyectos rupturistas jamás obtendrán la hegemonía necesaria para el poder.
En ambos casos, y para lograr sus objetivos, los partidos deben desembarazarse de una tradición ideológica que los identifica como una fuerza de clase, cuya principal actividad era la organización y lucha de los trabajadores en un rumbo socialista.
Por obra de la revolución teconológica y la globalización, los trabajadores industriales ya no tienen la fuerza masiva y revolucionaria que alguna vez se les atribuyó, y tal vez jamas la tendrán.
Ambos líderes, que tienen menos de 45 años, se admiran y aconsejan mutuamente, creen en el realismo político, en el valor de las encuestas, la efectividad del marketing y la necesidad de presentar una imagen limpia, unida y ganadora.
D'Alema, líder del ex comunista Partido Democrático de Izquierda (PDS), se consolidó este fin de semana no solo como jefe indiscutido de su partido, sino también como el principal dirigente político de Italia, sin ocupar ningún cargo oficial.
El PDS -primera fuerza de la coalición de gobierno italiana- celebró del 20 al 23 en Roma su segundo congreso dividido entre las ganas de gobernar y la lealtad a su más solida herencia: los trabajadores.
Ganaron, sin duda, las ganas, representadas por un D'Alema determinado a unificar a la izquierda en un polo electoral que otorgue al país normas modernas ("europeas") de estabilidad y asegure una rotacion sin riesgos en el gobierno.
Es una suerte de aplicación de la teoría de la hegemonía social, largamente elaborada por los comunistas italianos.
Lo mismo ocurrió en el congreso laborista celebrado a fines de 1996, cuando el partido enterró sus disputas para concentrarse en un programa "ganador" y sin temas "crudos" como las nacionalizaciones, el desarme o el reforzamiento del Estado social.
El único problema para ambos partidos es su tradición. Los laboristas británicos están orgánicamente unidos a los sindicatos, y el PDS es el partido dominante de la principal central sindical italiana.
En el congreso del PDS se enfrentaron abierta y ácidamente el grupo dirigente y los líderes sindicales, en particular d'Alema y Sergio Conferatti, secretario general de la aún poderosa Confederacion General Italiana del Trabajo (CGIL).
D'Alema acusó a Conferatti de ser "sordo y cerrado" en su defensa del contrato nacional de trabajo, que contrasta con la "flexibilidad" del gobierno y la dirección del PDS ante fenómenos como el trabajo ilegal y no sindicalizado.
Italia tiene una tasa de desocupación cercana a 13 por ciento, pero con un desequilibrio entre el norte (promedio tres por ciento) y el sur (promedio 23 por ciento), que ha generado diversas respuestas, desde movimientos secesionistas en el norte hasta esquemas de salario y beneficios diferenciados.
Lo ocurrido en el congreso, dijo este lunes un golpeado Conferatti, "es una reafirmación de la autonomía de la CGIL".
D'Alema lo confirmó: la CGIL, subrayó el domingo, debe estar a la izquierda del gobierno y del partido, porque éstos representan a todo el pais, y los sindicatos sólo son un sector social.
En el pasado, sin embargo, la CGIL siempre estuvo más bien a la derecha del partido, por razones muy parecidas a las que manejó D'Alema.
Hasta allí llegan, sin embargo, las similitudes entre el PDS y el laborismo.
Los laboristas aparecen en las encuestas con una intención de voto de casi 50 por ciento, mientras las encuestas italianas dan al PDS sólo 23 por ciento. Este último necesita aliados de centro y de izquierda.
El Partido de la Refundación Comunista (PRC), surgido de la disolución del viejo Partido Comunista Italiano, cuenta con casi 10 por ciento de las preferencias, y es un aliado incómodo, pero fundamental, de la coalición de gobierno que encabeza el PDS.
Uno de los primeros resultados del congreso del PDS es precisamente el distanciamiento de ese aliado neocomunista, y una severa critica interna que amenaza desde ya con convertirse en una nueva escision, de tipo "laborista".
D'Alema, quien parece tener más peso politico que el primer ministro Romano Prodi, intenta convertirse en el arquitecto de una Italia nueva, con un respaldo en su partido (88 por ciento) desconocido desde los tiempos del legendario Enrico Berlinguer.
El PDS figura en las encuestas, junto a la "ex-fascista" Alianza Nacional como el partido que los italianos consideran más cercano a la familia.
¿Para qué sirve eso? "Son votos, y los votos permiten ir al gobierno y hacer allí las cosas buenas que es posible hacer", dijo a IPS un alto dirigente del sector de D'Alema.
Para una fuerza que se permitió en el pasado desafiar a la Unión Soviética y presentar al mundo un orgulloso proyecto propio, tales metas pueden resultar, con globalización y el carisma de D'Alema unidos, aún algo modestas. (FIN/IPS/ak/ff/ip/97