La muerte de Den Xiaoping, exactamente 25 años luego del histórico viaje del presidente estadounidense Richard Nixon a China, coincide con un momento sumamente delicado de las relaciones entre la última superpotencia mundial y su más probable rival en el futuro.
Los vínculos entre Washington y Beijing han sido inestables desde la sangrienta represión del movimiento chino por la democracia en 1989, y ambos gobiernos han estado cada vez más enfrentados en varios asuntos.
La secretaria de Estado Madeleine Albright se disponía a presentar este fin de semana, durante su visita a Beijing, la política de "compromiso total" propuesta por el presidente Bill Clinton.
Pero analistas locales advirtieron que últimamente las relaciones entre China y Estados Unidos se han vuelto incompatibles y que el conflicto (intencional o no) será inevitable.
"El próximo conflicto con China", un nuevo libro publicado en enero, es sólo una expresión de este temor. Otras señales son el aumento de la cooperación militar con Vietnam y Japón y la inclinación en los hechos de Washington por una política de contención de China, aunque públicamente insiste en que tal enfoque sería contraproducente.
La desconfianza es mutua, se dice a la opinión pública estadounidense. Los periodistas que trabajan en China para medios de Estados Unidos han dedicado considerable atención en los últimos años a la amenaza presentada por la "oleada de nacionalismo" chino.
Escritos anti-estadounidenses como el libro de 1996 "China puede decir no" se citan como evidencia del surgimiento de Beijing como una potencia mundial que podría resultar sumamente perjudicial para el "orden" internacional.
En realidad, estos temores son coherentes con las actitudes cíclicamente asumidas por Estados Unidos hacia potencias asiáticas, principalmente Japón y China, desde hace un siglo.
Estas actitudes, consistentes en estereotipos positivos y negativos sobre los asiáticos, han variado entre la admiración, el desencanto, el temor y la hostilidad, dependiendo de qué país pareciera más amenazante para Estados Unidos en un momento dado.
Por ejemplo, en 1957, cuando las relaciones entre Washington y Beijing eran prácticamente inexistentes, un destacado académico preguntó a un grupo de expertos en política exterior sus opiniones sobre China. Aun en ausencia de un contacto directo con ese país, sus visiones eran muy semejantes a las de hoy.
"La mayor parte de los expertos interrogados expresaron un sentimiento intermedio entre la admiración y el temor", escribió Harold Isaacs en el clásico "Scratches on our minds".
En el último cuarto de siglo de su carrera épica, el propio Deng ofreció a los estadounidenses muestras memorables de ambos atributos. Cuando en 1979 visitó Estados Unidos, el líder deleitó al público al ponerse un sombrero de cowboy en un rodeo realizado en Texas.
El gesto confirmó de una manera gráfica que las relaciones entre ambos países no sólo eran normales tras un vacío de 30 años, sino que China se había unido a Estados Unidos en un esfuerzo mundial por contrarrestar la hegemonía soviética.
Luego de tan largo distanciamiento, ambas naciones estaban del mismo lado, como lo habían estado durante la segunda guerra mundial. Como comentó el historiador Harry Harding, el clima imperante entonces era de "excitación y júbilo".
Sombreros de cowboy aparte, el espíritu de Deng, representado en su famoso dicho -"No importa si el gato es blanco o negro mientras cace ratones"-, fue interpretado como una expresión del viejo pragmatismo yanqui.
Aunque las relaciones enfrentaron algunas dificultades durante los años 80, Deng se aseguró de que el principal objetivo estratégico (contener al enemigo común) acercara a ambas potencias, de acuerdo con James Lilley, ex embajador de Estados Unidos.
Y las reformas económicas impulsadas por Deng no sólo provocaron un aumento de la inversión estadounidense en China, sino que también promovieron la imagen de ese país como una nación de empresarios.
El desencanto era inevitable, particularmente cuando la amenaza soviética comenzó a desvanecerse y finalmente se desintegró. El hecho decisivo fue el aplastamiento final del movimiento por la democracia en junio de 1989, en la plaza de Tiananmen, donde murieron cientos de personas.
La imagen valerosa y pragmática ofrecida por Deng sólo 10 años antes fue sustituida por la de un hombre viejo, rígido e intolerante, al frente de una decadente burocracia partidaria incapaz de realizar reformas democráticas.
En sus raras apariciones públicas posteriores a 1989, Deng pareció encarnar esa imagen. Paralizado y tembloroso, el histórico líder dependía de su hija para interpretar lo que otros le decían y parecía fuera de alcance, apenas consciente de lo que le rodeaba. El sombrero de cowboy había quedado muy atrás.
La cuestión, ahora, es si esa imagen de los líderes chinos cambiará. Mucho depende de la propia China, por supuesto.
Aunque en general se cree que el sucesor designado por Deng, el presidente Jiang Zemin, ha consolidado su posición como líder del Partido y del gobierno en los últimos tres años, la mayoría de los analistas estadounidenses aun lo consideran relativamente débil.
Algunos predicen una inminente lucha de poder, mientras otros temen que Jiang se sienta obligado a realizar concesiones a grupos radicales del ejército, donde la desconfianza de Estados Unidos es mayor.
Preocupan especialmente a Washington la posibilidad de que China reasuma el control de Hong Kong con "mano dura" el próximo 1 de julio y de que nuevas tensiones con Taiwan enrarezcan el clima y alienten fuerzas pro-contención en Estados Unidos.
Varios intereses estadounidenses jugarán un papel importante en la formación de la imagen de China en el período pos-Deng, según observadores.
La comunidad empresarial de Estados Unidos, atraída por el vasto mercado de China y su mano de obra barata desde comienzos de siglo, se prepara para una gran lucha contra una embriónica alianza de sindicatos, activistas de los derechos humanos y políticos.
Aunque ambas partes discrepan con vehemencia sobre asuntos de comercio, derechos humanos, Tibet, Taiwan y proliferación de armas, existe en tema en el que sin duda habrá consenso: China se ha transformado en el mayor desafío para la política exterior de Washington. (FIN/IPS/tra-en/jl/yjc/ml/ip/97