El ahora muerto líder supremo de China, Deng Xiaoping, podrá ser recordado como un superviviente de purgas, un pragmático o un marxista duro que ordenó la masacre de estudiantes demócratas en la plaza Tiananmen.
Pero no habrá diferencias a la hora de evaluar el papel de Deng en la transformación de una economía en ruinas a fines de la década de 1970 en una potencia regional a comienzos de los '90.
Al momento de su muerte este miércoles, tras una prolongada enfermedad, el país más poblado del planeta estaba convertido en una gran fuerza comercial en el escenario mundial.
El pragmatismo económico de Deng, que relegó la ideología marxista a un segundo plano para ocuparse del crecimiento económico, puede resumirse en su famosa sentencia: "No importa si los gatos son blancos o negros; todos son buenos si cazan ratones".
Las reformas económicas iniciadas a comienzos de la década de 1980 por la política de Deng de "puertas abiertas" a la inversión extranjera alteraron radicalmente el escenario chino, las condiciones de vida y la sociedad en su conjunto.
En las ciudades, Deng promovió el retorno de los dogmas ideológicos al trabajo duro, y en el campo liberó a campesinos de los interminables debates sobre el marxismo para ponerlos a cultivar.
Desde mediados hasta fines de los años '80, los comisarios políticos que habían asegurado la pureza ideológica reinando en las fábricas, el ejército, las universidades, escuelas y granjas habían disminuido, para ser reemplazados por aquellos con capacidad y energía para "hacer dinero".
Después de descolectivizar la agricultura disolviendo las comunas populares y redistribuyendo la tierra en unidades familiares arrendadas al Estado, Deng inició el atrevido experimento económico de las Zonas Económicas Especiales.
La primera se instaló en 1979 en Shenzhen, que entonces era un conjunto de campos de arroz y lagunas de patos sobre la frontera con Hong Kong, y ahora es una de las metrópolis más ricas de China.
Las zonas económicas, a las que luego se otorgó mayor autonomía para el comercio extranjero, las finanzas y la distribución de recursos naturales y salarios, ofrecieron excepciones impositivas y concesiones a inversores extranjeros dispuestos a construir la economía exportadora del país.
El comercio exterior del país remontó a 290.000 millones de dólares el año pasado, en relación a menos de 20.000 millones cuando Deng asumió el poder, en 1979, tres años después de la muerte de Mao Zedong, fundador de la República Popular China.
China se convertiría en el país en desarrollo más beneficiado por la inversión extranjera a fines de los '80. A fines de 1996, las reservas extranjeras totalizaron 105.000 millones de dólares.
Las fuerzas del mercado se convirtieron en la fuerza motora, aunque como concesión a los marxistas de línea dura el fenómeno se denominó "socialismo con características chinas".
Otras cuatro zonas especiales fueron lanzadas en regiones de la costa, más la ciudad de Shanghai, pero fue en Shenzhen que Deng utilizó en 1992 la frase "hacerse rico es glorioso", durante una famosa gira en la provincia de Guangdong, al sur del país.
Otros líderes chinos se reunieron a su alrededor y respaldaron su "experimento" asegurando su supervivencia.
La medida más radical fue la reapertura de mercados de valores. El de Shanghai abrió en 1990, después de más de cuatro décadas. El mismo año en Shenzhen casi se produjeron disturbios en una corrida para comprar acciones.
La falta de regulaciones y sofisticación de los mercados resultó primero en una larga y gradual caída, y después en varios vaivenes, con los rumores sobre la muerte del líder.
Lo que es más importante, en menos de 10 años, la vida del pueblo cambió radicalmente, el crecimiento económico urbano fue dramático, especialmente en las provincias costeras, y los consumidores chinos contaron, por primera vez en décadas, con una amplia variedad de productos.
Tras la época del "traje Mao", los chinos se transformaron en un pueblo atento a la moda, bien vestido, sin diferencias – por lo menos en la vestimenta – con sus primos más ricos de la colonia británica de Hong Kong.
El teléfono, el refrigerador y el televisor ya son habituales en millones de hogares, mientras los automóviles lentamente reemplazan a las bicicletas, el medio tradicional de transporte.
Pero el éxito de la política económica de Deng se redujo con la inflación galopante, el déficit de las empresas estatales, el enorme desempleo y la emigración de los trabajadores rurales hacia las ciudades.
Asimismo, Deng nunca pudo borrar la mancha de la masacre de la Plaza de Tiananmen en 1989, cuando el ejército reprimió a miles de estudiantes que manifestaban por reformas democráticas, resultando en la muerte de cientos de ellos.
El incidente también motivó una severa crisis en la dirigencia china y retrasó el programa económico durante dos años. Las reformas fueron lanzadas nuevamente en su famosa gira por el sur de China en 1992.
Ahora, las reformas sobrevivirán a Deng, según estiman analistas.
"Un cambio en este momento, con el pueblo habituado a las libertades económicas y al aumento del ingreso, podría llevar a la inestabilidad social", afirmó un diplomático en Beijing. Algo que la dirigencia quiere evitar hasta que el sucesor de Deng, el presidente Jiang Zemin, pueda consolidar su mando en el partido.
"China no introducirá reformas económicas radicales en los seis a doce meses después de la muerte de Deng porque la nueva dirigencia querrá mantener la estabilidad", sostuvo Qu Hong-bin, economista de Hong Kong.
Los economistas concuerdan en que la economía china ya no puede ser dirigida por los llamados "planes económicos".
El gasto gubernamental se redujo al 10 por ciento del Producto Bruto Interno del país, por lo que influye menos sobre la economía. Las fuerzas del mercado le restan importancia a los proyectos económicos y disminuyen la relevancia de los planes quinquenales.
Las industrias estatales, donde los planificadores del estado todavía tienen voz, conforman menos de la tercera parte de la producción económica en comparación con el 100 por ciento en 1979.
Los analistas sostienen que los actuales planes quinquenales buscan redistribuir el ingreso, cuyo desequilibrio permitió que prosperaran las zonas costeras, en detrimento de las zonas del interior. (FIN/IPS/tra-en/ys/cpg/lp-aq/ip-if/97