La privatización de empresas públicas en Argentina disparó en esta década un proceso de concentración económica de tal magnitud que hoy los conglomerados vinculados a esa subasta son los que más ganan, y lo hacen aún cuando cae el producto interno bruto, como ocurrió en 1995.
Así se desprende de un estudio realizado por el economista Daniel Azpiazu, titulado "Elite Empresaria en la Argentina", según el cual entre las 200 empresas de mayor facturación en este país -que venden 75.000 millones de dólares en conjunto-, hay 66 vinculadas al proceso de privatización.
Más aún. Si se toman las 50 compañías mas rentables en 1995, 35 estuvieron involucradas en la compra de empresas públicas.
Las utilidades de esas 35 empresas -sin contar a la petrolera YPF, la más rica del país pero considerada mixta- equivalen a 60 por ciento del total de beneficios acumulados por toda la élite empresaria local. Si se suma YPF, los beneficios representan 80 por ciento de lo que ganan las empresas.
"En Argentina, el proceso de privatizaciones permitió acelerar y profundizar la concentración económica", dijo Azpiazu a IPS.
La subasta exigía un patrimonio mínimo muy alto a los candidatos, un piso que sólo habilitaba a los grandes grupos nacionales, en muchos casos asociados a empresas extranjeras.
A cambio de la compra, el Estado transfirió mercados cautivos, rentas de privilegio, concesiones para el manejo discrecional de precios y tarifas, y hasta el poder regulatorio.
"Ahora, la posición del Estado argentino frente a estos grupos económicos es cada vez más débil", advirtió el economista.
Durante la primera gestión del presidente Carlos Menem (1990- 95), la casi totalidad de las empresas públicas pasaron al sector privado, o a companías públicas de terceros países. Servicios de agua, teléfonos, gas, electricidad, peaje en caminos o vuelos de cabotaje se transformaron así en monopolios privados.
El nuevo mapa de las empresas argentinas muestra que en ese mismo período, el aporte a las ventas de las compañías estatales bajó de 33,6 a 2,7 por ciento.
Al mismo tiempo, se observa que los sectores del comercio y los servicios aumentaron su participación en la facturación global en desmedro de sectores industriales.
Este fenómeno responde a las protecciones y privilegios de que gozan en el mercado las compañías de servicios públicos frente a quienes debieron someterse a la competencia externa de precios y calidad, en su mayoría fábricas de productos industriales.
Pero como contrapartida, este proceso contribuyó a elevar la tasa de desempleo, que entre 1990 y 1995 pasó de 6,4 a 18,6 por ciento. En 1996 el índice apenas bajó a 17,4 por ciento y, según las estimaciones oficiales, la tendencia declinante será lenta.
Aunque pueda parecer una paradoja, las privatizaciones y la apertura contribuyeron a una mayor concentración y propiciaron la consolidación de monopolios.
"Las mismas empresas que producen para el mercado interno son las que importan, sobre todo se ve en el sector de aliementos y bebidas", afirmó Azpiazu, al relativizar el impacto de la virtual competencia.
A modo de ejemplo, reveló que 90 por ciento de las importaciones de productos lácteos corre por cuenta de productores locales.
Esta concentración perjudica al consumidor, pero además trae como consecuencia una distribución cada vez más desigual de los ingresos.
Según el Instituto Nacional de Estadísticas y Censos, en los últimos seis años la brecha entre ricos y pobres de Argentina creció 50 por ciento, una distribución que empareja a este país sudamericano con los del resto de la región, cuando tradicionalmente se había destacado por su relativa equidad.
El dato muestra que incluso con estabilidad de precios – conseguida en 1991 tras dos picos de hiperinflación- y crecimiento de la economía a un ritmo de siete por ciento anual, la sociedad argentina es cada vez más desigual.
Azpiazu señaló que el reparto inequitativo del ingreso se agudiza con la concentración.
"Si el producto interno bruto (PIB) cae y las grandes empresas aumentan sus ganancias, es porque hay un sector que se está llevando una porción menor de torta", ironizó.
Como muestra, el economista sostuvo que en 1995, el año que Argentina sufrió los efectos de la crisis mexicana y su PIB cayó más de cuatro por ciento, las 200 empresas que más venden crecieron 11 por ciento en facturación respecto de 1994.
Si se observa el renglón de las utilidades, en 1995, el año de la recesión en Argentina, las 200 empresas líderes ganaron 30 por ciento más que en el período inmediato anterior.
El llamado "efecto tequila" también mostró su poder de concentración en el rubro financiero. El total de entidades bancarias pasó de 205 a 108, con una supervivencia de las más grandes, que ahora con menos competencia se adueñan del mercado.
En el campo, la concentración se manifiesta por el relevo de las tradicionales familias que son sustituidas por grupos empresarios, con un fenómeno sin precedentes: el de los inversores extranjeros.
El italiano Luciano Benetton y el húngaro George Soros son los dos primeros propietarios de tierras de Argentina.
Sin embargo, para los economistas, la diferencia entre empresas extranjeras y nacionales cada día cuenta menos frente a los efectos más nocivos de la concentración económica, independientemente de la bandera del capital. (FIN/IPS/mv/ag/if/97