La quema de templos cristianos y musulmanes en Indonesia genera dudas sobre la tolerancia religiosa y la unidad nacional tan mentadas, si bien se perciben también causas políticas y económicas para el fenómeno.
El gobierno de Alí Suharto sostiene que los disturbios no fueron provocados por la religión sino por la política, e incluso aventura hipótesis sobre una posible manipulación partidaria de la ignorancia religiosa.
"Es una posibilidad cierta que los incidentes hayan sido incitados por grupos antirreligiosos así como por otros que estén contra la unidad del país", manifestó el diario Republika en un editorial.
En dos ocasiones a fines de 1996, turbas de musulmanes incendiaron iglesias en la isla de Java, y a finales de diciembre inmigrantes musulmanes de la isla de Madura en Kalimantan Oriental fueron el objetivo de la furia de los cristianos de la comunidad dayak.
Los disturbios en Tasikmalaya a comienzos de diciembre fueron provocados, al parecer, por informes de brutalidad policial contra algunos profesores en una escuela musulmana cercana.
Más de 20 iglesias de Situbondo, en Java Oriental, fueron incendiadas en octubre cuando las turbas destruían tiendas y oficinas como protesta porque un musulmán acusado de blasfemia contra el Islam recibió una condena considerada demasiado leve.
Las autoridades afirman que no se trata de incidentes generados por intolerancia religiosa sino políticamente motivados.
El comandante de las Fuerzas Armadas, general Feisal Tanjung, aseguró que el gobierno había identificado a quienes alentaron a las turbas y anunció que prepara una querella contra ellos, pero no aportó más detalles.
El director de la Comisión Nacional de Derechos Humanos, Munawir Sjadzali, ex ministro de Asuntos Religiosos del gabinete de Suharto, también sostuvo que sus investigaciones probaron la participación de agitadores políticos, al menos en el incidente de Tasikmalaya.
"Basados en las evidencias halladas, entre ellas carteles y panfletos que incitaban a la población a protestar, existen fuertes sospechas de que terceros echaron a andar estos disturbios sociales", dijo Sjadzali.
Una encuesta del Centro de Estudios para el Desarrollo y la Democracia (CESDA) en las ciudades de Medan, Surabaya y Bali también sugiere que estos episodios de violencia no fueron provocados, en realidad, por cuestiones religiosas.
La investigación reveló que cerca de 90 por ciento de la población de esas ciudades no tienen problemas para vivir junto a personas de diversas religiones y que ayudarían a las víctimas de los disturbios.
El director del CESDA, Rustam Ibrahim, concluyó que la tolerancia religiosa y la coexistencia mantenían su fuerza en el archipiélago indonesio.
De todos modos, algunos observadores sostienen que la religión es una cuestión extremadamente sensible entre los 200 millones de la multiétnica y multicultural Indonesia, y todos, en general, tienden a tener extremado cuidado en no decir o hacer nada que pueda generar una reacción negativa en ese sentido.
"Existe una tendencia a evitar conversaciones sobre cuestiones religiosas por temor a provocar divisiones en la frágil unidad de la variopinta población", dijo un sociólogo de Jakarta que reclamó reserva sobre su identidad.
Las investigaciones de la Comisión Nacional de Derechos Humanos y las Fuerzas Armadas aún dejan sin respuesta una pregunta: quién podría estar detrás de los disturbios.
El blanco habitual de los militares en las acusaciones de desestabilización ha sido el Partido Comunista de Indonesia, fuera de la ley desde hace 30 años.
El gobierno afirma que núcleos de ese partido aún actúan de distintas formas para oponerse a las autoridades.
Algunos analistas aseguran, sin embargo, que el problema básico no es religioso ni político, y que consiste en la persistente disparidad social y económica que opera en perjuicio de los más marginados.
Ante la ausencia de medios para manifestar abiertamente sus reclamos, los sectores más empobrecidos de la sociedad indonesia recurren a protestas que concluyen frecuentemente en disturbios para expresar furia y frustración, según estas interpretaciones.
El fuerte crecimiento económico alcanzado por Indonesia en los últimos años mejoró la calidad de vida de ciertos sectores de la población, pero millones continúan viviendo por debajo de la línea de pobreza.
El gobierno incluyó en el plan presupuestal para 1997 y 1998 un incremento de 110 por ciento en los recursos destinados al sistema de bienestar.
Suharto también decretó un programa alimentario dirigido a 7,5 millones de alumnos de 49.000 escuelas públicas y religiosas, entre otros gastos en beneficio de los más carenciados. (FIN/IPS/tra-en/yi/cpg/mj/ip cr if/96