COLOMBIA: Bogotá, segura para invertir pero no para vivir

Con seis millones de habitantes, muchos de ellos residentes en asentamientos ilegales, la capital de Colombia es la ciudad latinoamericana más segura para invertir pero no para vivir.

Standard & Poor's, una reconocida calificadora de riesgos de inversión, ha certificado a Bogotá como la primera ciudad latinoamericana "Triple B", es decir, con las finanzas más sólidas del conjunto de urbes de la región.

"Bogotá esta corriendo la frontera del mercado internacional para las ciudades capitales latinoamericanas. Es la primera que llega al punto deseable de descentralización para contratar créditos externos sin depender de la nación", explica la secretaria de Hacienda, Carmenza Saldías.

Así sustenta la negociación, en diciembre pasado, de un crédito por 150 millones de dólares que obtuvo la ciudad de un grupo de bancos privados encabezados por el ING Barings y el J.P. Morgan.

Sin embargo, al buen desempeño financiero y una reforma fiscal que ha permitido aumentar los recaudos determinantes para el aval internacional, se contraponen altos índices de delincuencia y baja calidad de vida.

En Bogotá, de acuerdo con cifras de la Policía Nacional, se registran más de la mitad de los homicidios de todo el país, que para 1996 bordean los 35.000, situándola como la ciudad más peligrosa de América Latina junto con Río de Janeiro.

Las cifras de contaminación ambiental, principalmente por emisiones de monóxido de carbono emitido por los automóviles, que se disputan el tercer lugar con Sao Paulo, después de Ciudad de México y Santiago de Chile.

En esta ciudad, los descendientes del mestizaje de indígenas chibchas y españoles andaluces son minoría frente a 75 por ciento de inmigrantes de otras regiones.

Tal vez por eso los bogotanos eligieron hace dos años como su alcalde a Antanas Mockus, hijo de inmigrantes lituanos.

Filósofo y matemático, mezcla de neoliberal y excéntrico, Mockus parece el interlocutor adecuado para la capital de un país que él mismo ha definido como esquizofrénico.

Las investigaciones parecen darle la razón. Dos millones de habitantes de Bogotá padecen "trastornos mentales". De ellos, 120.000 requieren tratamientos sicológicos urgentes, a causa de su depresión y ansiedad, afirma el Estudio de Salud Mental publicado en 1994.

Estas cifras incluyen los casos de suicidio, principalmente en jóvenes de 16 a 22 años, que entre enero y el 6 de diciembre de 1996 fueron 287.

Mientras a nivel nacional, sobre una población de 36 millones de habitantes, el promedio es de cinco intentos de suicidio por cada cien habitantes, en la capital es de seis por cada cien.

En vísperas del tercer milenio, Mockus utiliza una simbología surrealista que le hubiera puesto los pelos de punta a los cachacos (señoritos bien) de la conventual y pacata ciudad de comienzos del siglo XX.

En la carpa de un circo montó el espectáculo de su tercera boda. El ritual corrió por cuenta de un notario, un sacerdote católico y un rabino judío, unidos en la audacia de oficiar en medio una jaula con seis tigres amaestrados.

Aunque el caos cotidiano y la exasperación acumulada causada, por ejemplo, por las cuatro horas que en promedio diaria gasta un obrero en desplazarse en autobús, hacen que muchos piensen que Mockus no ha resuelto nada, otros creen que él apunta a una clave de largo plazo.

Revertir valores y actitudes es el eje de la campaña Formar Ciudad, a la que ha destinado una porción importante del presupuesto no ejecutado.

Esto hace que los detractores del alcalde afirmen que está esperando a su tercer y último año de gestión para dejar buena imagen y lanzarse como candidato a la Presidencia.

Mockus dice, socarronamente, que como presidente lo hará mejor que como alcalde y pide un voto de confianza: "démosle rienda suelta y apoyemos al alcalde en sus locuras".

Una de esas "locuras" fue la decisin de prohibir la pólvora, como queriendo decir que la ciudad ya es lo suficiente explosiva con sus millones de habitantes faltos de civismo.

Enfrentado agriamente con el Comandante de las Fuerzas Militares, general Harold Bedoya, Mockus también prohibió el porte de armas en la capital.

Se amparó en un artículo que prohibe el porte de armas en espectáculos públicos y declaró las calles espectáculo público.

En concordancia con el Episcopado católico, la Federación de Comerciantes y la Policía, Mockus impulsó una campaña de desarme en las parroquias donde se trocaron armas de fuego por bonos de 100.000 pesos (unos cien dólares).

En tres jornadas se recogieron 1.800 armas, entre ellas 80 granadas.

Por supuesto no todos los violentos armados se acogieron a la propuesta. Luis Moya, de 65 años, recibió un disparo en el estómago cuando intentaba auxiliar a un niño, compañero de juegos de su nieta, al que le intentaron robar la bicicleta.

"La solidaridad en las calles bogotanas a veces es castigada con crueldad", comentó un cronista judicial (FIN/IPS/mig/ag/ip- if/97

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