Después de más de tres años de siembra, el presidente boliviano Gonzalo Sánchez de Lozada inicia sus últimos siete meses de gobierno, un periodo que califica de cosecha, sin cumplir la promesa con la que en 1993 sedujo a los electores: la creación de 500.000 empleos.
Los frutos del árbol de la riqueza que creen ver los portavoces del gobierno parecen estar reservados a "nuestros hijos y a los hijos de nuestros hijos" pero no para los hombres y mujeres de hoy, como se puede leer entre líneas en discursos, informes y mensajes presidenciales.
El 6 de agosto, cuando entregue el mando de la nación a quien sea elegido por el pueblo, Sánchez de Lozada pasará a la historia como el presidente de las grandes reformas estructurales en este país, el segundo más pobre de América.
Pero este líder político, a quien muchos estudiosos no escatiman elogios, parece haber olvidado el día a día de una sociedad angustiada que más que reformas quería principalmente fuentes de trabajo.
"Por mirar tan lejos en el horizonte, Goni (como se conoce en Bolivia a Sánchez de Lozada) tropezó en la piedra que estaba frente a sus pies, porque no atendió las urgencias de la gente", dijo a IPS un analista independiente vinculado a la investigación social".
Y levantarse de esa caída podría exigir al gobernante Movimiento Nacionalista Revolucionario más de los cinco meses que restan hasta el 1 de junio, cuando los bolivianos llenarán las urnas de votos para elegir una nueva administración.
Significativamente, la variable empleo/desempleo no aparece en los informes y balances gubernamentales de fin de año y las estadísticas anteriores señalan índices tan diversos como la condición de sus fuentes.
El gubernamental Instituto Nacional de Estadística calculó una tasa de desempleo de apenas cuatro por ciento de la población económicamente activa, en abrumador contraste con la realidad y con cifras independientes más confiables, que muestran una desocupación superior a 35 por ciento.
El desempleo es mencionado insistentemente en las encuestas de opinión como el problema más urgente del país.
Sánchez de Lozada confía en que "más y mejores empleos" surgirán cuando comience a moverse la locomotora del crecimiento que, según cree, esta conformada por la "capitalización" (una forma de privatización) de las grandes empresas monopólicas del Estado.
Con ese nuevo dinamizador de la economía y la operación de administradoras privadas de fondos de pensión, el gobierno espera para 1997 un crecimiento económico de cinco por ciento, y de seis por ciento para 1998.
Junto con la capitalización de empresas estatales, Sánchez de Lozada ha transformado a Bolivia con decenas de leyes como la denominada de "participación popular", que transfirió a los ámbitos locales un poder político y económico nunca antes conocido por las regiones.
La participación popular y la posterior descentralización administrativa de este país modificaron radicalmente el sistema de inversión de los recursos del Estado: el 75 por ciento del tesoro general de la nación se utiliza ahora en las regiones y sólo 25 por ciento se reserva al gobierno central. La proporción era antes la inversa.
También el sistema educativo ha cambiado y su reforma, apoyada por los organismos internacionales de crédito, transformará paulatinamente las condiciones de la enseñanza, crea la educación intercultural y bilingue, y transfiere las escuelas del poder central a 311 municipios.
La liquidación del viejo sistema de pensiones, su reemplazo por el de ahorro individual y el otorgamiento en forma vitalicia de un "bono solidario" de 200 dólares a todo boliviano de 65 o más años de edad -asalariado o no-, también conforman el paquete de reformas que en 1996 cambiaron el rostro del país.
Finalmente, la modernización del sistema judicial, con leyes que restituyen el principio de la presunción de la inocencia y de igualdad de todos, eliminan discriminaciones y aceleran el paso de la justicia, completan este cuadro de "semillas" sembradas por el gobierno.
Ni siquiera sus mayores adversarios políticos restan méritos a Sánchez de Lozada como el artífice de las reformas, pero con igual énfasis critican su supuesta insensibilidad ante la pobreza del presente y lo responsabilizan de favorecer la conformación de una nueva oligarquía, ahora propietaria de las empresas estatales.
Sánchez de Lozada, un demócrata convencido, pero con fama de autoritario en el manejo de cuestiones de gobierno y de su partido, tuvo protagonismo en el plano internacional, por una tozuda persistencia que finalmente posibilitó la asociación de Bolivia con el Mercado Común del Sur de Argentina, Brasil, Paraguay y Uruguay.
Anfitrión de la décima reunión Presidencial del Grupo de Río en septiembre y de la Cumbre de América sobre Desarrollo Sostenible en diciembre, Sánchez de Lozada exhibió un liderazgo regional que parece confirmar su vocación por los grandes logros y su olvido de las realizaciones de corto plazo. (FIN/IPS/jcr/ff/ip/97