Nunca antes en la historia de América Latina tantos países vivieron simultáneamente bajo la misma ideología como ocurre hoy. La globalización ha sido convertida en una suerte de dogma indiscutible por la élite empresarial y política del continente.
El fenómeno ha cobrado una dimensión tal que los críticos de la globalización pasaron a ser llamados políticos reaccionarios o intelectuales jurásicos.
Algunos pensadores latinoamericanos consideran esa actitud como una forma de rotular negativamente y, en consecuencia, generar un ambiente de exclusión para los disidentes de la ideología hegemónica. Por eso empezaron a utilizar el neologismo "regímenes globalitarios".
La expresión, inspirada en ideas de intelectuales europeos como el francés Ignacio Ramonet, como una advertencia contra una posible intolerancia similar a la que caracterizó en el pasado a los regímenes autoritarios, de triste memoria en el continente.
Con la sola excepción de Cuba, los gobiernos latinoamericanos se han puesto la camiseta de la globalizacion, en mayor o menor escala, a través de privatizaciones masivas, apertura total al capital internacional, libre mercado y reducción del papel del Estado.
La casi unanimidad ideológica no tiene precedentes en la región y, como en toda la situación en que hay una tendencia hegemónica, es casi inevitable la tentación de la intolerancia o, según la nueva jerga, del "globalitarismo".
Es una situación compleja porque hay razones históricas muy concretas que explican el consenso en torno a las recetas económicas propuesta por el Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional (FMI).
Pero eso no significa que el fenómeno de la globalización sea un dogma infalible. Los mismos Banco Mundial y el FMI han alertado sobre los desequilibrios sociales causados por el neoliberalismo, la doctrina que inspira la globalización.
Los heraldos de la nueva ideología toman en cuenta las críticas cuando ellas provienen de simpatizantes de la globalización. Pero todos los reparos y dudas surgidos fuera de ese círculo son desechados como carentes de autenticidad.
Claude Julien, ex director del mensuario francés Le Monde Diplomatique, ve en esa actitud la semilla de la intolerancia, agregando que el fenómeno global es demasiado complejo para que alguien se proclame dueño de la verdad.
Eso es especialmente válido en un contexto social donde hay cuestiones transcendentes, todavía sin respuesta.
¿Cuál será el futuro papel del Estado en un planeta donde 200 megacorporaciones transnacionales controlan una cuarta parte de la actividad económica planetaria?
¿Qué hacer con el sistema financiero mundial, que maneja recursos monetarios cinco veces superiores al valor de toda la producción agrícola e industrial del mundo? ¿Quién controla a quién y en beneficio de quiénes? ¿Quien se hará responsable por casi 500 millones de desempleados y subempleados en el globo?
Según Julien, la respuesta a esas preguntas sólo puede ser alcanzada sin exclusiones, porque "son problemas demasiado complejos que necesitan ser resueltos con aportes de todas las partes involucradas, sin el recurso a la tentación de usar hegemonías coyunturales para imponer una nueva forma de autoritarismo". (FIN/IPS/cc/ag/ip-if/97