La política de aislamiento que Estados Unidos se empeña en aplicar a Irán sufrió dos nuevos golpes en el escenario internacional en fechas recientes, esta vez por actos de la diplomacia de Rusia y Turquía.
La exitosa visita a Teherán del ministro de Asuntos Exteriores de Rusia, Yevgeny Primakov, terminada el 23 de diciembre, se sumó en el lapso de una semana al viaje a Turquía del presidente iraní, Alí Akbar Hashemi Rafsanjani.
Rafsanjani firmó en Ankara diversos tratados con Turquía, país clave en las relaciones este-oeste y miembro de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN).
Ambos hechos suponen un desafío a la política de Washington, pues Turquía ha sido hasta ahora un aliado de Estados Unidos y un miembro fiel de la OTAN, y Rusia, pese a sus enormes problemas económicos, sigue siendo la segunda potencia nuclear.
No hace más de una semana, el ministro ruso de Defensa, Igor Rodianof, reafirmó una vez más la oposición de Moscú a la ampliación de la OTAN a Polonia, Hungría y la República Checa -es decir, hasta la frontera rusa- y advirtió que si esa postura no fuera atendida se podría volver a "los días de la guerra fría".
Rodianof no pudo evitar decir, a continuación, que entre Rusia y Estados Unidos existe armamento nuclear suficiente para "reducir el mundo a cenizas".
El tono del ministro de Defensa sonó igual que las palabras de su colega Primakov, pocos días después, en Teherán.
El comunicado conjunto emitido por el ministro ruso de Exteriores con el primer ministro turco, Alí Akbar Velayati, y las declaraciones del propio Primakov, confirmaron la opinión de muchos observadores de que Rusia está procesando un cambio básico en el contenido y dirección de su política exterior.
Después de un período de tiempo en que Moscú siguió una política internacional que lo colocaba como segundo violín detrás de Occidente, este segundo gobierno del presidente Boris Yeltsin ha decidido seguir un sendero más independiente. El cambio se manifiesta claramente en la posición ante Irán.
Irán sigue siendo para Moscú un país de vital importancia geopolítica, como lo fue a lo largo de siglos, pero más recientemente a partir de los últimos días de la revolución fundamentalista y la creación de la República Islámica, en 1979.
La entonces Unión Soviética dio a Teherán una fuerte ayuda para contrapesar la presión de Estados Unidos y el resto de Occidente contra el nuevo régimen.
En todo caso, cualquiera sea su situación política, siempre sobrevive la importancia geoestratégica de Irán, recostado sobre la ribera oriental del Golfo rico en petróleo y fronterizo con Iraq, Turquía, Azerbaidján, Armenia, Turkmenistán, Afganistán y Pakistán, además de Kazajstán y Rusia a través del mar Caspio.
Las relaciones entre Rusia e Irán deben abarcar múltiples dimensiones, incluyendo la economía, la política y la seguridad.
Moscú desea reforzar sus lazos económicos y políticos con Irán a fin de promover la estabilidad en Afganistán y Asia central, lo que supone moderar el fundamentalismo islámico y expandir el comercio en la región.
En vista de que Irán tienen fronteras comunes con Azerbaidján, Turkmenistán y Afganistán, y es culturalmente afín con Tajikistán, Rusia desea contar con su ayuda para pacificar a estos dos últimos países.
Moscú se sintió aliviado cuando los gobernantes iraníes condenaron públicamente al movimiento Talibán, que triunfó este año en Afganistán, por algunas de sus medidas extremistas.
Teherán ha optado por fortalecer sus vínculos económicos y culturales con Azerbaidján y los países de Asia central que han adoptado el Islam en lugar de exportar a ellos su revolución fundamentalista, lo cual ha tranquilizado a Moscú.
En compensación, Rusia ha proporcionado a Irán armas de alta tecnología, algo que Teherán no ha podido conseguir en Occidente desde el triunfo de la revolución islámica, hace casi 18 años.
Además, Moscú ha firmado con los iraníes un contrato por valor de 1.000 millones de dólares para construir una central energética nuclear en la ciudad portuaria de Bushehr, la cual había sido comenzada en 1975 por Alemania y abandonada tres años más tarde ante la caótica situación creada por la revolución.
Estados Unidos ha reclamado públicamente que Rusia rescinda ese contrato, alegando que Irán puede utilizar los reactores de fabricación rusa para producir combustible para armas nucleares.
Moscú afirma que los reactores que Irán recibirá son del mismo tipo que los que Estados Unidos y Corea de Sur han acordado suministrar a Corea del Norte, que no pueden producir el combustible apto para las armas nucleares.
La política de "doble contención", que Estados Unidos practica con Irán e Iraq, le ha llevado a estacionar 23.000 soldados en la región del Golfo, a lo que se opone también Moscú, aunque sin mucha fe en obtener ningún resultado positivo.
"Rusia está en contra de la presencia de tropas extranjeras en el Golfo", dijo Primakov en Teherán para complacer a sus anfitriones y ante el escepticismo de los analistas.
Primakov y Velayati coincidieron también en que esperan que el comercio bilateral se multiplique diez veces al mudar el siglo. (FIN/IPS/tra-en/dh/fn/arl/ip/96