Una bomba nuclear detonada en las montañas Urales el 14 de septiembre de 1954 es aún hoy causa de graves daños al ambiente y la salud humana, dijo el viceministro de Situaciones de Emergencia de Rusia, Vladimir Vladimirov.
Los daños a largo plazo provocados por la única explosión nuclear efectuada en la localidad de Totsk, en la región de Aribunk, en el extremo meridional de los Urales, continúan 42 años después, según datos oficiales revelados por Vladimirov.
Los 45.000 soldados que participaron en la prueba se comprometieron a mantener el secreto durante 25 años. Apenas vestían uniforme, botas de goma y máscaras de gas cuando presenciaron la explosión de una bomba de 40 kilotones a 350 metros sobre sus cabezas.
Luego, se iniciaron varias horas de juegos de guerra entre dos "ejércitos enemigos". La intención era analizar la eficacia de soldados y equipamiento después de un ataque nuclear. Menos de uno por ciento de esos hombres vive aún, y esos pocos están enfermos.
A una distancia segura, líderes y jerarcas de otros países del antiguo bloque socialista observaban la prueba.
"No éramos más que cobayos. La mayoría de nosotros estábamos sin ningún tipo de escudo", dijo Shamed Saimikhamedov, integrante del Comité para Veteranos de Alto Riesgo creado en 1991.
El suelo de Aribunk registra hoy niveles de plutonio 239 y plutonio 240 cinco veces superiores a los normales y una alta concentración de cesio 137.
La población de la zona tiene una expectativa de vida menor a la del resto de Rusia y la tasa de fallecimientos es 1,8 veces superior a la de otras áreas similares.
Allí también se detectaron índices de mortalidad infantil y retardo físico mayores a los de zonas similares.
La incidencia y el tipo de desórdenes genéticos en adultos y niños son similares a los vistos en la región rusa de Bryansk después de la explosión en la central eléctrica nuclear de Chernobyl, en Ucrania, que fue en 1986 el peor accidente en una planta de energía en la historia.
El mariscal Georgiy Zhukov, héroe de la segunda guerra mundial y ministro de Defensa durante un breve período del gobierno de Nikita Khruschov (1953-1964), fue el comandante de la operación, descrita en la tercera parte de la biografía del militar escrita por Vladimir Karpov.
"Fortificaciones y vehículos militares pueron ubicados en viviendas especialmente construidas. Pero el aspecto más importante del ejercicio fue que las tropas se ubicaron dentro del área de impacto", sostuvo Karpov.
La intención fue medir el impacto destructivo de la bomba. A último minuto, se informó a los soldados que "habría algún ejercicio".
Shaimikhamedov recordó que un avión bombardero arrojó la bomba a unos tres kilómetros de distancia. "Nosotros lo veíamos a través de nuestras máscaras de gas", dijo.
"Hubo dos explosiones. Una onda expansiva muy caliente pasó encima de nosotros y volvió en sentido contrario. Después de eso no hubo mediciones de radiación. Pero nos dieron uniformes nuevos como premio. Los lucimos durante meses", dijo el soldado.
El Comité para Veteranos de Alto Riesgo detectó unos 6.000 militares que participaron en la fabricación de armas nucleares o como cobayos en pruebas efectuadas en sitios especiales como Semipalatinsk, en la hoy independiente república de Kazakhstán, y Novaya Zemlya, en la región ártica rusa.
Estos soldados reciben distintas muestras de homenaje desde 1989, pero no es suficiente para aliviar su sufrimiento.
Noventa por ciento de los integrantes del comité son inválidos. Muchos miles de veteranos ya murieron. "Obtuvimos alguna protección social recién después de 40 años. Pero ya no nos sentimos humanos. Las medicinas no nos pueden devolver la salud", afirmó Shaimikhamedov.
Los veteranos nucleares no están solo en Rusia sino en todo el territorio de la antigua Unión Soviética. Los rusos son los más afortunados. En Kazakhstán aún viven unos 300. Todos ellos sufren distintas enfermedades.
Trabajaron, en su mayoría, en Semipalatinsk. El presidente del comité de veteranos local, Melgis Alkenovich, participó en todas las pruebas hasta 1962, cuando se puso fin a las detonaciones a cielo abierto.
"Apenas unos pocos hemos sobrevivido. Tengo cartas de todas partes. Muchos se suicidaron. Y no solo sufrieron por sus propias enfermedades, sino por las de sus hijos y sus nietos", manifestó Alkenovich. (FIN/IPS/tra-en/ai/rj/mj/en pr he/96