Muchas naciones musulmanas y no musulmanas no dudaron en condenar a las milicias Talibán por prohibir el trabajo y la educación a las mujeres de Afganistán tras la captura de Kabul el 27 de septiembre, pero Estados Unidos no lo hizo hasta el 8 de noviembre.
Para la mayoría de los analistas, esto no es sorprendente y la respuesta parece estar en los campos de amapola de Afganistán. Después de todo, Washington reaccionó con una significativa ausencia de hostilidad a la victoria militar de Talibán, un movimiento islámico ultrarradical.
La actitud de Washington casi lindó con la aprobación del último y contundente triunfo de Talibán, viéndolo como un gran paso hacia la creación de la paz y la estabilidad en Afganistán.
Esta reacción de la Casa Blanca desconcertó a muchos observadores, por ser diametralmente opuesta a la cruzada que Estados Unidos, mayor potencia mundial, lleva adelante contra el "fundamentalismo musulmán" en todo el mundo.
Desde que las milicias de Talibán, ("estudiantes" del Islam) aparecieron en la escena afgana con mayor fuerza en julio de 1994, sus acciones revelaron el radicalismo de su ideología al aplicar la sharia, o ley islámica.
¿Qué explica entonces las distendidas relaciones de Washington con Talibán? Su hostilidad patológica hacia contra Irán, y su creencia de que un Afganistán unido bajo un gobierno de Talibán dejará de ser la fuente de dos tercios de la heroína que ingresa a Estados Unidos, como lo es desde hace más de una década.
Los estrategas del Departamento de Estado de Estados Unidos están tan obsesionados con aislar y debilitar al régimen islámico en Irán, que se disponen a apoyar a cualquier fuerza regional en su hostilidad hacia Teherán. Los talibanes de Afganistán son una de esas fuerzas.
Como musulmanes sunitas ortodoxos, las filas y dirigentes de Talibán son indiferentes ante los musulmanes chiítas.
Irán es un país de mayoría chiíta, y su constitución describe la religión oficial como la escuela Jaafari del Islam chiíta, por lo cual el rechazo de Talibán hacia los chiítas se traduce en hostilidad hacia Irán.
El hecho de que Teherán respaldó, y aún respalda, al desplazado gobierno del presidente Borhan al Din Rabbani, incrementó los sentimientos anti-Irán de los talibanes. A su vez, esto vuelve a Washington más benigno en sus relaciones con Talibán.
Los líderes islámicos de Irán se apresuraron a destacar que la prohibición de la educación de las mujeres de Taliban fue "anti- islámica", ya que el Corán hace un llamado a sus seguidores, masculinos y femeninos, a adquirir conocimiento.
Esto tensó aun más las relaciones entre Irán y el movimiento Talibán, que ahora controla casi tres cuartos de Afganistán.
Pero otro factor geopolítico de peso incrementa la simpatía de Estados Unidos hacia Talibán, y tiene que ver con las cinco repúblicas de mayoría musulmana del centro de Asia y su salida al mar.
En mayo, una conexión entre el sistema de vías férreas de Irán y la red de Asia Central, legado de la infraestructura económica unificada de la ex Unión Soviética, fue inaugurado ante la presencia de los líderes de 12 estados regionales.
Las cinco repúblicas ganaron así acceso a los puertos de Irán en el golfo Pérsico, y se liberaron totalmente de las vías férreas y puertos rusos para el comercio internacional. Entusiastamente llamaron a las vías recientemente construidas entre Turkmenistán e Irán la "Vía de la Independencia".
La inauguración de esta crucial conexión en momentos en que el presidente Bill Clinton intentaba frenéticamente aislar económicamente a Irán malhumoró a Washington, pero no lo paralizó.
En abril Robin Raphael, subsecretario del Departamento de Estado, visitó la ciudad afgana de Kandahar, al sur, sede de la dirigencia de Talibán, para reunirse con el jefe de las milicias, Maulavi Muhammad Omar.
Esto dio origen a informaciones no confirmadas de que Estados Unidos había decidido respaldar, tácticamente, a Talibán, en el contexto de una fuerte asistencia financiera a las milicias de Arabia Saudita, fiel aliado de Estados Unidos y adversario de Irán.
Además, Washington estimuló a Pakistán a seguir un plan de mediano plazo que buscaba desde tiempo atrás, para ofrecer a su puerto de Karachi una alternativa a las repúblicas centroasiáticas.
Ansioso por aumentar su comercio con Asia Central, Pakistán planificaba la construcción de una ruta entre la ciudad de Quetta hasta Kushka, en la frontera entre Afganistán y Turkmenistán, pasando por el sur de Afganistán, bastión de Talibán.
Estados Unidos cree que esta ruta limitaría la importancia geopolítica de Irán en Asia Central, una región de abundantes recursos.
Además, existe la posibilidad de que Turkmenistán, que posee la quinta reserva mundial de gas natural, lo exporte vía terrestre a Pakistán, y más allá.
Una ruta terrestre entre Turkmenistán y Pakistán es considerada el primer paso hacia la creación de una ambiciosa red de oleoductos y gasoductos entre estos dos países y Afganistán, la cual marginaría a Irán.
Teherán ha presionado a los estados de Asia Central y Azerbaiján para que construyan gasoductos y oleoductos a través de su territorio, pero Washington intervino con éxito, hasta el momento, en dirección opuesta.
El control de la amapola, materia prima de la heroína, y la reducción del narcotráfico en Afganistán, ha sido manejada por el gobierno de Talibán con ejecuciones ocasionales de un traficante.
Pero no hay garantías de que sea de su interés prohibir por completo el cultivo de amapola, algo que Washington desearía. La cosecha es lucrativa, y las buenas ganancias que el comercio de drogas vuelca a la sociedad afgana son necesarias para comprar armas y municiones.
Al igual que con otras facciones afganas, estas consideraciones tienen peso para Talibán, que en general ha adoptado una actitud pragmática en este tema.
Cualquiera sea el caso, alegan los apologistas de Talibán, el mandato del Corán contra las drogas se aplica a los musulmanes, y la heroína producida en Afganistán se exporta a países de mayoritaria población no musulmana.
Si el control del narcotráfico fuera alta prioridad del gobierno de Estados Unidos, estaría aplaudiendo públicamente a Irán, donde las autoridades son severas en la aplicación de severos castigos por el consumo y el comercio de narcóticos, y ejecutan a los traficantes.
La visión de Washington de que el gobierno de Talibán, que controla la totalidad de Afganistán, restaurará la normalidad tras casi dos décadas de inestabilidad y guerra, parece demasiado esperanzada.
Las señales actuales revelan que continuará la lucha entre Talibán y la coalición de Rabbani y Abdul Rashid Dostum, el presidente uzbeko de la Alianza del Norte de Afganistán, un escenario que se presenta adverso para los planes de futuro de Talibán, Pakistán, Arabia Saudita y Estados Unidos. (FIN/IPS/tra- en/dh/rj/lp/ip/96