El Presidente de Cuba, Fidel Castro, logró un verdadero milagro: un silencio irreal, total, inundó por primera vez la amplia y caótica sala de prensa de la FAO cuando intervino hoy en la Cumbre Mundial de la Alimentación.
Nunca antes habían dejado de funcionar los teléfonos celulares, los ordenadores, las impresoras, los fax y, sobre todo, se habían dejado de escuchar durante cinco minutos, el tiempo que duró su discurso, las distintas lenguas del centenar de periodistas que se encontraban en ese momento.
Para muchos fue una sorpresa la brevedad de su intervención porque especulaban que no respetaría los siete minutos concedidos a cada uno de los representantes de unos 200 países representados en la reunión.
Mudos, los periodistas se instalaron frente a las cuatro pantallas que mandaron las imágenes y el sonido del discurso del líder cubano.
Como en la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO) los programas de las actividades se difunden sólo cada mañana, muchos periodistas no sabían que hablaría tan temprano, sólo algunas horas después de haber llegado.
La Asamblea siguió también su discurso con gran atención y después le tributó un minuto de aplauso, un hecho sin precedentes al que Castro trató de poner término sentándose. Pero como la demostración continuaba, se alzó y agradeció con un gesto de la cabeza.
Vestido de azul, con la insignia de la Cumbre en la solapa, camisa blanca, corbata rosada con puntos blancos, Castro parecía preocupado cuando dijo que era una "vergüenza" el modesto objetivo fijado por la FAO de reducir a la mitad, a más tardar en el 2015, los 800 millones de personas que padecen hambre.
El Presidente cubano llegó a la FAO incluso antes que se iniciaran las sesiones, a las 09.00 hora local (08:00 GMT), protegido por un imponente dispositivo de seguridad, en el que participaban agentes italianos y unos 30 funcionarios cubanos.
Cuando bajó del vehículo, a nuy baja altura volaban dos helicópteros de la policía italiana.
Habían pasado sólo algunas horas del aterrizaje en el aeropuerto romano de Fiumicino del Iliushin-62 que transportaba a Castro, y de otro avión que acompañó al líder cubano en su viaje de La Habana a Roma.
Bajo una lluvia leve pero persistente, un grupo de izquierda agitaba banderas cerca de la FAO, a unas tres cuadras, donde están colocados los límites hasta donde pueden llegar quienes no tienen un permiso especial para acercarse a la sede de la FAO.
Concluía así la espera de un líder que no se sabía si venía, cuándo venía, interrogantes que se acentuaron cuando suspendió su partida el jueves por el ciclón que azota a La Habana.
El líder más esperado de la Cumbre salió del aeropuerto visiblemente cansado, caminando lentamente. A las preguntas que le gritaron los periodistas, porque sólo su voz podía atravesar el muro de guardias que lo protegía, se limitó a responder con un breve saludo: "mucho gusto".
Acompañado por el ministro de Relaciones Exteriores, Roberto Robaina, y una delegación de unas cien personas, no se sabe con certeza dónde está alojado porque la embajada de Cuba, por razones de seguridad, no sólo no lo informa, sino que además reservó cinco hoteles.
Se prevé que este sábado será recibido por las máximas autoridades italianas, el Presidente de la República, Oscar Luigi Scalfaro, el jefe del gobierno de centro izquierda, Romano Prodi, y el ministro de Relaciones Exteriores, Lamberto Dini.
No se ha informado hasta cuándo se quedará, ni si viajará a Asís, donde ha sido invitado por los sacerdotes franciscanos. (FIN/IPS/jp/jc/ip-dv/96