Al aceptar la invitación para visitar Cuba el año entrante, el Papa Juan Pablo II emprendió la difícil tarea de buscar la distensión entre Washington y La Habana y la reconciliación entre los cubanos adeptos y enemigos del régimen socialista de la isla.
Se trata de la más importante iniciativa diplomática del Vaticano en los últimos años y una maniobra que puede dar al Papa el mismo protagonismo internacional que tuvo cuando, de alguna forma, anticipó el derrumbe del comunismo en Polonia, su tierra natal.
Según diarios italianos y estadounidenses, el Papa intentaría en el caso cubano buscar una transición política distinta a la que se cumplió en Polonia y en otros países del antiguo bloque socialista europeo.
Juan Pablo II ya expresó públicamente su rechazo del "capitalismo materialista y salvaje" surgido en Europa opriental de los escombros del muro de Berlín, y condenó el bloqueo económico que Estados Unidos impone a Cuba desde 1962.
Esos dos pronunciamientos crearon un espacio político mínimo para que el Papa y el presidente cubano Fidel Castro, que se reunieron el martes en el Vaticano, decidieran asociarse en esa compleja jugada diplomática.
Ambos aceptan riesgos importantes, pero también tienen mucho que ganar si todo marcha bien hasta el final de la visita de Juan Pablo II a La Habana, la única capital latinoamericana a la que aún no ha viajado.
Castro intenta convencer a la opinión pública mundial que el Papa es su aliado en el esfuerzo por obtener del presidente estadounidense Bill Clinton el fin del embargo contra Cuba.
Mientras, Juan Pablo II ve en la cuestión cubana una oportunidad de oro para ampliar su biografia política como el hombre que logró reincorporar Cuba a la comunidad internacional.
El ingreso formal del Vaticano en la mediación cubana ocurre en un contexto diplomático favorable. Clinton fue reelegido y tiene ahora más libertad para revisar el embargo, y los empresarios estadounidenses son favorables a un cambio de enfoque hacia Cuba.
Hasta Jorge Más Canosa, lider de la derecha cubana en el exilio, sorpresivamente adoptó una actitud moderada frente al anuncio de la visita de Juan Pablo II a La Habana.
Ahora empieza un sutil forcejeo diplomático entre el Vaticano y el gobierno de Cuba para ver quién obtiene más ventajas del otro. El Papa intentará lograr de su futuro anfitrión todas las concesiones posibles, seguro de que Castro puede negociar con él asuntos que no puede tratar con Clinton.
En la cuestión del pluralismo político en Cuba, por ejemplo, Castro puede ceder al Vaticano en puntos claves, una decisión que le resultaría humillante si le fuera arrancada por la Casa Blanca o los exiliados de Miami.
El presidente cubano no puede correr el riesgo de dar pasos en falso o cometer errores diplomáticos estratégicos, pues sería responsabilizado del fracaso de la visita papal, una eventualidad que provocaría tal vez una grave crisis en la isla.
La discreta reacción del Departamento de Estado de Estados Unidos ante el encuentro de Castro y Juan Pablo sugirió que la administración de Clinton posiblemente no creará obstáculos a la gestión del Vaticano.
Un diplomático latinoamericano acreditado en Brasilia consideró promisoria la actitud de Washington, aunque puntualizó que aún resta mucho camino por recorrer. (FIN/IPS/cc/ff/ip/96