En 1988, durante los meses previos al surgimiento del movimiento por la democracia de Birmania, los monjes budistas ya no recibían las acostumbradas limosnas en sus rondas diarias.
La razón de este inusual apartamiento de la tradición por parte del religioso pueblo birmano es que no tenía siquiera dinero suficiente para comer, mucho menos para contribuir con el clero.
Actualmente, ocho años después del brutal aplastamiento del movimiento demócrata por el ejército y a cinco años del lanzamiento del ambicioso programa de liberalización económica, el país se encuentra en la misma situación.
El costo de vida, en una nación donde aun los funcionarios públicos reciben menos de 20 dólares al mes, aumentó significativamente en los últimos años, convirtiendo la nutrición adecuada en un privilegio de los ricos y poderosos.
Esta situación repercutió inmediatamente sobre la salud de la mayoría de la población. Birmania tiene hoy uno de los niveles de nutrición más bajos del mundo, lo cual vuelve a la población particularmente vulnerable a varias enfermedades.
De acuerdo con UNICEF (Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia), de ocho a 15 por ciento de los niños menores de tres años padecen desnutrición grave, y entre 30 y 42 por ciento sufren de desnutrición "moderadamente grave". En realidad, casi la mitad de los niños birmanos en edad escolar están desnutridos.
Como consecuencia, las atrofias en el crecimiento infantil aumentaron de 30 por ciento en 1990 a 40,5 por ciento en 1991. No existen estadísticas más actuales.
Más de 33 por ciento de los niños en edad escolar sufren de bocio o deficiencia severa de iodo, que según UNICEF "es la principal causa de incapacidad mental en Birmania".
Las hortalizas, las frutas, la carne y aun las legumbres están más allá del alcance de la mayoría de la población, y como resultado la carencia de vitamina A es algo generalizado. Entre 30 y 44 por ciento de los niños entre seis y 16 años no reciben suficiente vitamina A en sus dietas.
Los bebés con bajo peso al nacer -mal asociado a la desnutrición materna- representaron 24 por ciento de todos los bebés nacidos en 1991.
Aunque estas cifran son muy altas, se estima que aumentaron desde la apertura de la economía en 1992 y el consiguiente incremento en la tasa de inflación.
"La economía de libre mercado sólo ayuda a los adinerados, que constituyen dos o tres por ciento de la población", subrayó Christiane Dricot-d'Ans, médico jefe del programa de UNICEF para la nutrición y la salud en Birmania.
"La mayoría de los hogares carecen de seguridad alimentaria y su dieta diaria es muy monótona, basada en arroz y poco más", agregó.
La apertura económica no sólo agravó la salud de la población, sino que arruinó el sistema de salud pública, que durante el régimen socialista del general Ne Win (1962-1988) era al menos accesible.
Para 1993, debido a la insignificancia de los salarios estatales, dos tercios de los 13.000 médicos del país trabajaba exclusivamente en sus clínicas privadas, y el resto repartía su tiempo entre hospitales públicos y consultas particulares. El salario promedio de un médico equivale hoy a nueve dólares por mes.
Aun la atención en hospitales estatales, en principio gratuita, está fuera del alcance de la gente común, ya que los pacientes deben hacerse cargo del costo de los medicamentos, los instrumentos médicos, las intervenciones quirúrgicas y la alimentación.
"Si te enfermas en este país, te mueres, a menos que otros pacientes del hospital en mejor situación te ayuden con los gastos", manifestó un médico de la Organización de las Naciones Unidas.
Fuera de la capital y otras ciudades importantes, la salud pública es virtualmente inexistente. El gasto estatal en salud es uno de los más bajos del mundo, alcanzando solamente 0,5 por ciento del producto interno bruto.
Mientras, la malaria causa 22 por ciento de todas las muertes, 15 por ciento de los niños menores de cinco años fallecen debido a enfermedades infecciosas respiratorias, y medio millón de birmanos tienen el virus del sida.
El gobierno no se ocupa de ninguno de estos problemas, pero en cambio invierte 50 por ciento de los ingresos fiscales en gastos militares. "A fines del siglo XX, no se puede creer que esto esté sucediendo", lamentó Dricot-d'Ans. (FIN/IPS/tra-en/tg/cpg/ml/he/96