"En época de cosecha me levanto a las tres de la madrugada, es que antes de las seis tengo que tener preparada la comida del día. A las ocho me voy al campo y me llevo al más chiquito a la espalda".
No hay emoción en las palabras de María Cangalahua al describir su rutina. Ella es una campesina de los Andes peruanos, pero su caso es el mismo de millones de mujeres rurales de América Latina y el Caribe.
"En el campo me quedo hasta que el sol se pone, haciendo lo que puedo. Después regreso a casa para limpiar, arreglar, atender a los hijos y preparar la comida".
María trabaja ininterrumpidamente entre 16 y 18 horas. "Soy la última en acostarse y la primera en levantarme", dice sin queja.
Pero su trabajo es invisible: no aparece en las estadísticas oficiales y ni siquiera es tomada en cuenta en los censos, donde figura solamente como "ama de casa rural".
Esa omisión da lugar a distorsiones en las estadísticas oficiales. Por ejemplo, la participación de las mujeres en la poblacion económicamente activa agrícola en cada país es mayor de la que oficialmente se cree.
Así, en Costa Rica se estima oficialmente una población activa rural femenina del ocho por ciento, pero un estudio del Instituto Interamericano de Cooperación Agrícola (IICA) determinó que es de 27 por ciento. El mismo índice real corresponde a Panamá, donde en términos oficiales, es sólo de cinco por ciento.
La mano de obra femenina representa 25 por ciento de la población activa de medio rural centroamericano, y no el 12 por ciento que registran las estadísticas,
"No hay datos sobre el aporte de la mujer campesina al producto bruto interno (PBI), sobre la importancia de su participacion", afirma Yasmín Casafranca, consultora internacional que participó en el estudio del IICA.
De acuerdo con el informe, la mujer rural representa el 75 por ciento de la mano de obra no remunerada. Es decir, tres de cada cuatro mujeres del campo no reciben paga por su trabajo.
En términos generales, las mujeres aportan por lo menos 40 por ciento de la producción, aseguró el IICA.
El estudio también abordó las limitaciones de las mujeres rurales para insertarse en el mercado y en la sociedad, un hecho que se debe principalmente a factores culturales.
En el caso de las andinas, la primera limitación es su escaso conocimiento del idioma castellano, usado generalmente en los cursos de capacitación, incluidos los de transferencia de tecnologia y planificacion familiar.
Segun el IICA, 60 por ciento de las campesinas andinas entre 35 y 55 años tienen como idioma principal el quechua, y escasos o nulos estudios escolares. La proporción baja tratándose de los hombres, lo que los coloca en mejor posicion que las mujeres.
En promedio, tres de cada cuatro analfabetos de las áreas andina y centroamericana son mujeres. No obstante -o tal vez precisamente por esa razón- "la mujer está muy interesada en que su hija estudie para que no repita su historia", subraya el estudio.
Esos buenos deseos se estrellan ante la dura realidad. La investigadora peruana Rosa Guillén señala que, en su afán de contrarrestar los efectos de los programas de ajuste económico, las campesinas cambian la prioridad de sus gastos.
Primero reducen sus propios gastos y a continuación los de sus hijas, optando por no enviarlas al colegio, para incorporarlas plenamente a las tareas agrícolas.
Las campesinas que lograron mayor acceso a la educación son las primeras en dejar de lado sus estudios y capacitación para dedicarse a ayudar a su familia, "ya sea reemplazando a sus madres en actividades domésticas o agropecuarias o buscando un trabajo remunerado".
El IICA también analizó los patrones culturales campesinos basados en el aprovechamiento de los recursos de la mano de obra familiar, sistema que se aplica con mayor intensidad en la franja andina y en América Central.
En esas zonas, los niños comienzan a trabajar a los seis años, en tanto las mujeres aportan su trabajo agrícola, artesanal y doméstico como algo "natural".
"La participación productiva de la mujer es muy flexible y depende de las necesidades de consumo de la familia. Si tiene que meter pico y pala lo hace", dice Casafranca, quien asegura que para los campesinos no existen labores típicamente femeninas o masculinas.
"Lo que determina su participación en la producción son las estrategias de sobrevivencia que emplea la familia de acuerdo con su inserción en el mercado", expresa.
Así, en épocas difíciles para la actividad agropecuaria, las mujeres diversifican su actividad en producción y venta de productos artesanales, crianza y venta de animales domésticos, y venta de productos agrarios y comidas en ferias y a domicilio.
La investigación del IICA comprobó que "mientras más pobre es la familia campesina, mayor es el recargo de las funciones de la mujer".
Pero el hecho de que la mujer asuma cada vez más la responsabilidad del sustento de su familia no ha aumentado su participación en la vida política y comunal.
Tampoco significa una disminucion de la pesada carga del trabajo doméstico. En una gran mayoría de casos significa todo lo contrario.
Pascuala Villavicencio, campesina de Ayacucho, Perú, sintetizó la situación de miles de mujeres, en un encuentro campesino:
"Todo el día trabajando. A veces me canso y digo para qué pues habré nacido mujer, si fuera hombre podría descansar después del trabajo y esperar que me sirvan. Yo ya no quiero participar en la organización (comunitaria) porque es más trabajo para mí". (FIN/IPS/zp/ff/pr hd/97