RUMANIA: Sueño rumano, del "bagaggio" al "ranch" de los Ewing

Un "tren fantasma" sale cada noche de esta capital y se dirige a Belgrado, centro del poder serbio en la nueva Yugoslavia, adonde llega la mañana siguiente cargado de gente y equipajes, montones de maletas y sacos llenos a reventar.

"Llevamos algunas cosas a los serbios para hacer un dinerillo extra", reconoció un hombre corpulento al que todos llaman "Puscarie" (carcelero).

Ese hombre es un "bisnitari" -que en rumano quiere decir negociante-, y tal como acostumbra, en este tráfico se mueve al borde de la ilegalidad, comprando barato en Rumania y vendiendo más caro en Yugoslavia.

Estos bisnitaris suelen hacer en un mes más del doble de lo que cualquier rumano saca como salario medio, que equivale a 100 dólares.

Puede traficarse cualquier cosa, dependiendo de la estación, desde cigarrillos hasta bebidas, pasando por sopas, vestidos, alimentos y artículos de uso común.

La mayoría de esos productos son traídos de Turquía y vendidos por el doble o el triple de su valor en Pancevo (una ciudad serbia cercana a la frontera entre Yugoslavia y Rumania) o en la propia Belgrado.

"Estoy haciendo este tipo de comercio desde hace unos tres años, cuando la empresa en que yo trabajaba empezó a licenciarnos sin paga durante varios meses cada año", dijo María Stefanescu, de 45 años de edad.

"¡Nunca pensé que terminaría haciendo este tipo de cosas a mi edad!", exclamó esta mujer metida a contrabandista. "Resulta agotador, algunas veces peligroso, pero no tengo otra opción, debo mantener a mi familia".

Ninguno de los bisnataris paga el pasaje verdadero en el tren que va a Belgrado. Les basta con darle alguna "pastizara" al revisor. Los funcionarios aduaneros, en cambio, son más difíciles de endulzar. Tienden a ser imprevisibles, aunque casi siempre aceptan el dinero que se les ofrece por hacer la vista gorda.

"Todos salimos ganando: nosotros mismos, el revisor del tren, la gente de la aduana e incluso los serbios, que compran más barato que en sus tiendas. Los policías son el único problema, pues si te agarran te sacan todo", ironizó "N Eftimescu", un hombre sin empleo de la ciudad de Galati, al sur de Rumania.

"Me gusta este trabajo. Hago más plata de esta forma que en cualquier empleo que pudiera darme una compañía, que además siempre podría mandarme a la calle", se ufanó Eftimescu.

En las últimas semanas, no obstante, el comercio de Eftimescu y de la mayoría de los bisnataris con los serbios ya no está resultando tan rentable como lo fue anteriormente. "Hacíamos más plata durante las sanciones. Transportábamos gas envasado de muchas maneras y lo vendíamos a precios excelentes", confesó.

Con ello hizo referencia a las sanciones económicas que la comunidad internacional impuso a la nueva Yugoslavia como parte de la política para terminar con el conflicto de los Balcanes.

Ahora que la paz parece haber llegado a Bosnia-Herzegovina, los bisnatari vuelven su mirada hacia Bulgaria, que soporta una grave crisis económica. En particular para los alimentos, la vía del río Danubio suple con frecuencia a las ferrovías.

"Suelo ir a Turquía, donde compro ropas para vender en Rumania, y a la vez en este país compro pan y otros alimentos que llevo a Bulgaria", explicó Safet, un albano de la provincia yugoslava de Kosovo.

"Prácticamente vivo en el tren. Algunas veces he pasado más de un mes viajando, sin tener nunca la posibilidad de dormir en una cama", se lamentó el escurridizo Safet.

Los bisnataris no están incluidos en ninguna estadística oficial. Simplemente no son mencionados, ni como desempleados ni como comerciantes independientes.

Están sumidos, eso sí, en el gran mercado negro de Rumania, del que los economistas no hacen estimaciones ciertas porque carecen de datos precisos.

Según el último informe del Servicio Rumano de Información, sin embargo, los intercambios del mercado negro representan más de 40 por ciento del producto interior bruto y pueden significar una amenaza a la seguridad nacional.

Aunque sea ilegal, este mercado ha contribuido a la creación de una nueva clase de comerciantes en Rumania.

Uno de los nuevos ricos, Ilie Alexandru, de la ciudad de Slobozia -100 kilómetros al sudeste de Bucarest- recordó con orgullo sus comienzos, cuando estrenó su negocio contrabandeando artículos turcos en maletas.

Ahora es el dueño de varias fábricas que producen aceite comestible y ensamblan televisores. Su nombre cubrió los diarios cuando decidió construir su residencia en Slobozia copiando el "ranch" de la familia Ewing, tal cual se le veía en "Dallas", la telenovela estadounidense.

El siguiente sueño de este hombre de negocios es levantar una versión más pequeña de la Torre Eiffel. (FIN/IPS-CEE/tra-en/mc/arl/if/96

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