La tortura sexual perpetrada en Ruanda por los culpables del genocidio de 1994 destrozó la vida de miles de niñas y mujeres tutsis, que todavía hoy luchan por superar secuelas físicas y psíquicas.
Jacqueline, de 17 años y residente en Munema, un suburbio pobre de Kigali, se encontraba en el barrio de Nyirambo en abril de 1994, cuando el ejército hutu y las milicias "interahamwe" comenzaron la matanza, que continuaría hasta julio del mismo año.
Por no arriesgarse a regresar a su casa, en la comuna rural de Mugambazi, cercana a la capital, Jacqueline decidió permanecer en Nyirambo, en casa de los parientes que visitaba.
Los interahamwe asesinaron al matrimonio pariente de Jacqueline, y ella se refugió junto con una prima de un año y medio "en una casa semivacía, cuyos ocupantes habían sido probablemente muertos", según explicó.
Una banda de 12 milicianos encontró allí a la adolescente y la niña y las condujo al monte Kigali, que se levanta frente a la capital. Allí, ambas fueron violadas por el grupo que decía haberles salvado la vida.
Hoy, Jacqueline está destruida. Comenzó a concurrir al colegio en Kigali, pero desistió. Intentó seguir entonces cursos de artesanía, aunque su tentativa fracasó, pues no podía borrar sus sufrimientos de su memoria.
"Todo ese trágico pasado me acosa, y no puedo evitarlo", declaró a IPS. Nadie sabe con certeza cuántas mujeres fueron víctima de igual experiencia, pero se trata de miles.
"Nunca se conocerá la cantidad exacta de mujeres violadas" durante la guerra civil, "aunque testimonios de las sobrevivientes confirman que la violación fue ampliamente practicada", señaló Human Rights Watch, un grupo humanitario estadounidense.
"Miles de mujeres fueron violadas por uno o más hombres, que a veces empleaban palos de extremo afilado o el cañón del fusil. Algunas permanecieron en cautiverio como esclavas sexuales y otras fueron mutiladas", aseguró Human Rights Watch en un informe titulado "Vidas destrozadas".
"Muchas sobrevivieron a ese precio al holocausto. A diferencia de la antigua Yugoslavia, esos crímenes masivos contra la humanidad pasaron inadvertidos" para el mundo, dijo Louise Sayinzoga, de Ibuka, una asociación ruandesa que agrupa supervivientes del genocidio.
Jacqueline es una de las pocas víctimas de violación integrantes de Ibuka que acepta hablar del pasado. Otras guardan el sufrimiento en su interior.
La Red de Mujeres y otras organizaciones no gubernamentales de Ruanda exhortan al gobierno y a los donantes internacionales a atender a las sobrevivientes de la violación masiva.
"Dos años después del genocidio, no se conocen programas oficiales de ayuda para las sobrevivientes de la tortura sexual. Las enfermas no son atendidas y ninguna previsión se ha tomado para apoyarlas", manifestó Jeanne Munyurangabo, portavoz de la Red de Mujeres.
Sayinzoga afirmó que el olvido en que permanecen explica parcialmente el silencio de muchas mujeres violadas. Otras, "presionadas por la pobreza, reunieron coraje y llegaron hasta nosotras en la esperanza de hallar alguna ayuda".
"Lamentablemente, Ibuka carece de recursos para atender las necesidades de ellas", agregó.
El silencio de las víctimas tiene también raíz cultural, observó Sayinzoga. "El sexo es tradicionalmente un asunto tabú" en Ruanda y, por esa razón, varias mujeres se abstienen de denunciar la violación sufrida.
Las campañas desarrolladas por la Red de Mujeres determinaron a víctimas de violación a crear en Taba, una comunidad de la occidental región de Gitarama, una asociación denominada Urunana (Unidas), que ayuda a sus miembros a relatar su dramática experiencia como parte de un proceso terapéutico.
"Ninguna de estas mujeres sabía que las otras tenían el mismo problema. Sólo luego de agruparse supieron que todas fueron violadas", señaló Munyurangabo a IPS.
"Cada una se confió a nuestra agente local, que entonces pudo, por ejemplo, consultar a un médico y obtener tratamiento para la enfermedad sexual que la otra padecía", explicó.
La Red de Mujeres financia su actividad con proyectos agrícolas generadores de pequeños ingresos. Munyurangabo dice que los recursos obtenidos de ese modo no son suficientes, pero son los únicos de que su grupo dispone.
Los extremistas hutus asesinaron a casi un millón de personas, entre tutsis y hutus moderados, antes de su derrota en la guerra civil de 1994, de acuerdo con informes de la Organización de Naciones Unidas. (FIN/IPS/tra-en/jbk/kb/ff/hd/96