El alto desempleo se convirtió en Argentina en un flagelo social con efectos muy similares a otro azote que golpeó hace menos de una década, generando malestar social y desestabilización política: la hiperinflación.
Los cotidianos aumentos de precios que llevaron a una tasa de inflación de más de 5.000 por ciento se constituían a fines de los años 80 en principal causa de preocupación de los argentinos. Ahora, el primer puesto lo ocupa el desempleo, el gran desafío de la lograda estabilidad.
Por primera vez, gente que durante siete años agradeció al presidente Carlos Menem y a su ministro de Economía Domingo Cavallo, ya alejado del cargo, por haber logrado frenar los precios, siente que la estabiliad vino a cambio del empleo, y comienza a tener dudas de haber hecho un buen "negocio".
Durante la gestión de Menem se destruyeron 700.000 puestos de trabajo. La tasa de desocupación pasó de seis por ciento en 1990 a 18,6 en mayo de 1995. Este año bajó a 17,1 por ciento pero el malestar social está en aumento.
Analistas y dirigentes políticos, tanto del gobierno como de la oposición, están comenzando a coincidir en la idea de que la "hiperdesocupación" es al gobierno del presidente Menem lo que fue la hiperinflación al de Raúl Alfonsín (1983-89).
El presidente de la opositora Unión Cívica Radical, Rodolfo Terragno, es uno de los que sostiene esta hipótesis, pero a su juicio, a diferencia de la hiperinflación, el desempleo que enfrenta Menem "no se corrige de un día para el otro con un plan de estabilización".
Alfonsín llegó al gobierno con gran consenso tras siete años de dictadura militar. Pero la inflación se desbordó durante su gestión. La respuesta fueron 14 paros generales, 380 saqueos a supermercados con 14 muertos, estado de sitio y la entrega anticipada del gobierno por falta de credibilidad política.
Menem enfrentó en los últimos dos meses una huelga general de 24 horas y otra de 48, más un apagón eléctrico.
Los sindicalistas amenazan ya con una tercera huelga, pero el reclamo dista de ser un aumento de salario como en la era de Alfonsín. Ahora piden empleo y freno a los intentos de eliminar beneficios a los trabajadores.
La popularidad de Menem, que consiguió la reelección hace 17 meses con 50 por ciento de respaldos, oscila ahora entre 10 y 20 por ciento según las mediciones. En cualquier caso, se trata de la peor performance en siete años.
Los legisladores de su partido le recuerdan la derrota que tuvo Alfonsín en 1987 -dos años antes de dejar el gobierno- y le anticipan que el peronismo podría comenzar a transitar la misma cuerda floja a partir de los comicios de 1997, cuando falten también dos años para terminar el mandato presidencial.
Con reserva de su nombre, diversos legisladores peronistas admiten sus temores de que el desempleo que Menem había prometido "pulverizar" si era reelecto, se convierta en la gran frustración del gobierno.
De hecho, el gobernador de la provincia de Buenos Aires, Eduardo Duhalde, precandidato del peronismo a la presidencia, decidió en los últimos días diferenciarse del gobierno expresando su desacuerdo con una reforma que permite una jornada laboral de 12 horas.
Por el momento, y a diferencia de Alfonsín, Menem cuenta con gran apoyo entre los empresarios, los inversores y los acreedores externos, que le recomiendan que no abandone el camino de las reformas neoliberales e insista con la flexibilización laboral tan resistida por los trabajadores.
"Argentina debe producir la reforma laboral, es indispensable para aumentar el interés del inversor externo. Hay intención de las grandes corporaciones de ir a Argentina, pero ese interés puede desaparecer si no flexibilizan el mercado laboral", advirtió el ex secretario del Tesoro estadounidense Nicholas Brady.
Pero al margen de analistas y dirigentes, la gente común, los desocupados, y los que mantienen un equilibrio precario en puestos que amenazan con extinguirse, no recuerdan haber vivido un tiempo tan angustiante desde aquella época de la inflación galopante, cuando su vida se había tornado impredecible.
"Yo voté a Menem porque con Alfonsín era un caos, no se podía tener proyecto. Pero últimamente siento algo parecido. La gente no tiene dinero, ni trabajo y muchos dicen que nunca estuvieron tan mal como ahora", describe a IPS Jorge Peralta, taxista, poco antes de develar su pasado empresario.
"En realidad, si lo pienso un poco, yo mismo estaba mejor a pesar de la inflación porque por un lado era un desastre, pero tenía un taller de carteras y zapatos y cuando vino Menem, la importación me mató", añadió Peralta, devenido chofer tras tener que vender su negocio.
Del mismo modo se expresa otro chofer de una embajada, que prefiere el anonimato. "Este gobierno hizo cosas muy buenas, pero nunca, ni con la inflación, estuve tan mal como ahora. Para peor, mis hijos, que fueron a la universidad, no tienen trabajo y los tengo que ayudar".
Como si se tratara de cambiar una desgracia por otra, el presidente refuta las críticas al desempleo vertidas por sus adversarios recordándoles la inestabilidad de precios del pasado.
"Parece que algunos sufren de amnesia, no recuerdan lo que era este país con 5.000 por ciento de inflación", protesta Menem.
La advertencia tiene poco crédito. Los encuestadores aseguran que desde que Cavallo dejó el gobierno a fines de julio, la población ya no acepta el chantaje de seguir al oficialismo por temor a un rebrote inflacionario o a una corrida cambiaria.
"La gente que durante cinco años de gestión de Cavallo creía que sin él la estabilidad se desmoronaba, aprendió que se podía prescindir del hombre. Ahora el presidente tendrá que tener cuidado de que no intenten prescindir de él", advirtió el analista político televisivo Mariano Grondona. (FIN/IPS/mv/dg/ip-if-pr/96