Juan Robledo, un ejecutivo uruguayo de 25 años que trabaja en una multinacional, tiene terror a ser víctima de delincuentes. Desde hace unos meses se asoció a otra gente para vivir en un "country", un paradisíaco condominio privado de las afueras de Montevideo.

Su historia es muy poco diferente a la de integrantes de sectores económicos medio altos o altos en Brasil, Argentina o Chile, incluso en la mayor parte de los países de América Latina.

De acuerdo a los datos recabados por corresponsales de IPS en varias grandes ciudades de la región, en México o Buenos Aires, en Caracas o Sao Paulo, la sensación de inseguridad provoca una fragmentación cada vez mayor de la vida en las metrópolis.

La capital uruguaya, que hasta hace no tanto tiempo se distinguía por ser una ciudad relativamente homogénea, a imagen y semejanza de este país "de clase media" sin estridencias, presenta ahora también muy marcados signos de polarización social.

"Como en todos lados aquí siempre hubo barrios jardín para clase alta pero no daban esa impresión de fortaleza sitiada que ofrecen ahora y que hace que Montvideo se parezca cada vez más a otras capitales latinoamericanas, comenta el sociólogo Rafael Bayce.

Parecemos acercarnos cada vez más a tener una siempre más extendida parte tercermundista y otra del primer mundo", añadió.

Los gastos en seguridad de las familias uruguayas de clase media alta y alta han aumentado exponencialmente en los últimos años, a la par del crecimiento de un difuso "sentimiento de inseguridad" que en este país no se corresponde con un alza demasiado significativa de los delitos.

"Pero las 'clases peligrosas' se han extendido, han cercado a la ciudad, la miseria se hace visible en las áreas centrales y los ricos -y no tan ricos- reaccionan encerrándose, agrupándose para vivir entre ellos y no ser molestados por un mundo exterior cada vez menos rosa", dice Bayce.

Algunas personas de alto nivel económico abandonan incluso lujosas residencias, más vulnerables a los asaltos, y se van a vivir a edificios de apartamentos.

Estas construcciones, también lujosas, cuestan entre 250.000 y 400.00 dólares, y una de sus principales ventajas (además de lujos como sauna e instalaciones deportivas) es la seguridad.

La última moda aquí (tardía en relación a otras capitales de la región) son los "countries", urbanizaciones privadas dotadas de todo el confort necesario y rodeadas de fuertes dispositivos de seguridad.

Tres de estos complejos están en construcción en las afueras de Montevideo.

En Argentina el fenómeno ya lleva varios años. Los barrios cerrrados son unos 200, concentrados sobre todo en la provincia de Buenos Aires.

La tendencia es cada vez mayor entre sus propietarios a utilizarlos como vivienda permamente, en vez de "residencia de descanso", como lo hacían anteriormente.

Se trata de espacios de entre cuatro y diez hectáreas, rodeados por un cerco y con controles de seguridad que filtran el acceso.

"Responden a necesidades de privacidad, entendiéndose por tal la necesidad de crear un mundo donde uno pueda sentirse protegido y resguardado del mundo exterior cuando éste se vuelve peligroso y hostil", comenta sin eufemismos la revista Empredimientos.

En Brasil, las urbanizaciones privadas crecen especialmente en la periferia de metrópolis como Sao Paulo, Río de Janeiro o Belo Horizonte. Algunas están dotadas hasta de escuelas propias y de complejos de espectáculos. Sus habitantes no tienen prácticamente por qué salir de allí más que para ir a trabajar.

En Río proliferan en la Barra de Tijuca, el barrio más rico del sur de la ciudad, con playa particular. En Sao Paulo, el complejo llamado Alphaville constituye casi una ciudad en las afueras de la principal metrópolis de América del Sur.

Caracas y otras ciudades de Venezuela, y cada vez más pueblos pequeños y áreas rurales pobladas, parecen al visitante bosques de rejas, que cubren puertas, ventanas, porches y aún tejados de casas y edificios.

Las urbanizaciones privadas no son cosa reciente tampoco en ese país, pero sí lo es la tendencia al cierre de vías -calles "ciegas"- con barreras, garitas con vigilantes que autorizan el paso a discreción, dispositivos electrónicos de control. Una "moda" vigente desde hace años en Río de Janeiro.

Juntas de condominio de edificios o casas se reúnen y deciden cerrar calles de acceso, las "privatizan" y establecen sistemas de vigilancia y paso restringido y controlado.

En Santiago, las urbanizaciones de este tipo proliferan en los barrios acomodados de los faldeos cordilleranos pero también hay demanda en áreas de clase media alta.

Se está observando igualmente una tendencia a crear grandes condominios en las llamadas "parcelas de agrado" en antiguos poblados agrícolas cercanos a la cpital chilena.

Expertos en desarrollo urbano y campesinos rechazan esa tendencia, al considerar que significa ocupar como residenciales ricas tierras agrícolas y estimular la expansión ya incontrolable de Santiago.

Una peculiaridad del caso chileno es que uno de los primeros condominios surgió por necesidades de protección, pero de la represión de la dictadura militar (1973-1990).

Fernando Castillo, arquitecto y ex rector de la Universidad Católica, creó en el municipio de clase media alta de La Reina una urbanización de este tipo donde fueron a vivir intelectuales opositores al régimen.

El informe de la revista argentina Emprendimientos asegura que los "countries" fomentan "una forma muy espiritual de vida".

"El estilo de vida que promueven es más sano, en contacto con la naturaleza, a salvo del ruido", señala. Y concluye sin ironía destacando "las características comunitarias" de estas iniciativas. (FIN/IPS/dg/jc/pr/96