La primera baja en la "guerra del azúcar" que estalló entre Colombia y Venezuela puede ser el central azucarero Táchira, paradójicamente ejemplo de la integración andina en la que se empeñan Bogotá y Caracas.
Venezuela, que consume 60.000 toneladas mensuales, suspendió la importación para buscarle salida a 220.000 toneladas de azúcar refinada, acumuladas en las bodegas de sus 14 ingenios.
Colombia presentó una querella ante la Junta del Acuerdo de Cartagena -la Comunidad Andina de Bolivia, Colombia, Ecuador, Perú y Venezuela- y en ambos países hay aprensión porque el "efecto bola de nieve" lleve a una escalada proteccionista.
"Somos el jamón del sandwich y esta guerra nos lleva al cierre", dijo a IPS Carlos Santaella, presidente del central Táchira, advirtiendo que "además de inversiones colombianas por nueve millones de dólares, peligran 1.600 empleos venezolanos".
El central Táchira "avanzó en inversiones pese a perder tres millones de dólares en 1994 y 1995. Para este año tolerábamos pérdidas de 293.000 dólares, pero no podemos perder más. Si sigue la guerra del azúcar, cerraremos puertas a mediados de octubre", agregó el ejecutivo.
El ministro venezolano de Agricultura, Raúl Alegrett, dijo que el gobierno estudiará exceptuar al Táchira de la veda azucarera, pero en cambio se refuerzan posiciones ante la Junta andina, lo que afecta a los cañicultores de Colombia.
Morris Harf, ministro colombiano de Comercio, dijo a la Junta andina que la medida proteccionista "atropella el ordenamiento jurídico andino", y el embajador en Caracas, Guillermo González, advirtió que se arriesga la confianza de 200 empresas colombianas que inviertieron en Venezuela 300 millones de dólares en 1995.
Colombia y Venezuela quintuplicaron en los últimos cuatro años su comercio bilateral -60 por ciento del intercambio total dentro del bloque andino- ubicándolo en 2.140 millones de dólares en 1995 y expectativas de llegar a 2.500 millones en 1996.
Ese auge de los negocios contrasta con intermitentes roces políticos tras incidentes fronterizos, y lo subraya la compra de empresas venezolanas por capitales colombianos.
En 1994, la empresa Ciamsa, propiedad de los 11 centrales azucareros de Colombia, compró al Estado venezolano, por 2,9 millones de dólares, el central Táchira, entonces capaz de moler pocos cientos de toneladas de caña cada día.
El central toma el nombre del estado de Táchira, en los Andes del sudoeste, el cual conforma, con el vecino departamento colombiano de Norte de Santander, el área de frontera con mayor dinamismo económico y humano en toda la subregión andina.
Santaella destacó que el central es la principal empresa en el eje urbano San Antonio-Ureña (frente a la colombiana ciudad de Cúcuta), genera 6.000 empleos indirectos además de los 1.600 propios y aporta a la economía local 10 millones de dólares anuales en pago de servicios, impuestos e intereses.
Ciamsa lo adquirió dentro de su estrategia para asegurar mercados, porque la producción colombiana es excedentaria en casi un millón de toneladas de azúcar cruda, y en Venezuela coloca 300.000 toneladas/año, pues este país debe importar alrededor de 50 por ciento de sus necesidades del dulce.
El central Táchira muele unas 165.000 toneladas anuales de caña, de las cuales 80 por ciento provienen de 2.500 hectáreas cultivadas en el lado venezolano y 20 por ciento restante se trae desde Norte de Santander.
Santaella dijo que al compar el central, Ciamsa se comprometió a inversiones para ampliar su capacidad de molienda, de refinado y a financiar la expansión de las zonas de cultivo, hasta llegar a 6.500 hectáreas dentro de seis años.
Ese proceso, según el ejecutivo, llevó a inversiones acumuladas de nueve millones de dólares, y a encajar las pérdidas de los primeros años de operación.
Pero insistió en que para poder subsistir, el central necesita sostener la actividad de refinado, de 100 toneladas diarias, a partir de azúcar cruda "necesariamente importada, porque Venezuela es deficitaria e importadora".
"No podemos mantenernos sólo moliendo caña, por razones de rentabilidad de nuestra refinería y porque se trata de un cultivo estacional, que no entrega cosecha todo el año, y en Veenzuela además hay escasez en la producción", dijo Santaella.
Por otra parte, característica del negocio azucarero es que un ingenio debe moler la caña sembrada a una distancia no mayor de 100 kilómetros, pues su arrime desde zonas más lejanas provoca un descenso en su índice de sacarosa, es decir, la intemperie agota el azúcar en el arbusto cortado.
Los restantes 13 ingenios azucareros de Venezuela no afrontan ese problema del Táchira, porque están en zonas cañeras más extensas y son centrales de mayor envergadura: cuatro de ellos tienen capacidad para moler más de 800.000 toneladas anuales.
El Táchira, mucho más pequeño, queda dependiente de su carta refinadora de azúcar cruda, que no puede comprar desde que hace una semana se prohibió la importación, mientras los grandes en este negocio de 100 millones de dólares anuales sacan sus ases de la integración y el proteccionismo. (FIN/IPS/hm/ag/if/96