Los primeros ministros de Rumania y Hungría, Nicolae Vacaroiu y Gyula Horn, pusieron hoy su firma, en esta ciudad rumana, al pie de un tratado de buena vecindad destinado a terminar con una disputa fronteriza de 75 años entre los dos países.
Fuera del edificio gubernamental donde se cumplió la ceremonia, sin embargo, los nacionalistas de ambos países dieron rienda suelta a su descontento ante un pacto que ha sido muy bien acogido en el extranjero pero no por todos dentro de fronteras.
Para los gobiernos de Hungría y Rumania, el acuerdo se inscribe en un proyecto más amplio de "reconciliación histórica" entre los dos países, además de ser pieza clave de una eventual accesión de ambos a la Unión Europea.
El acontecimiento ha sustituido la guerra verbal que antes mantenían Budapest y Bucarest, por la polémica que ahora cada uno de los gobiernos sostiene con sus respectivas oposiciones.
En Rumania, el tratado fue rechazado por el líder del Partido de la Unidad Nacional Rumana, el nacionalista radical Gheorghe Funar, lo cual decidió al Partido Demócrata Social de Rumania, del presidente Ion Iliescu, a cortar los lazos que les unían en la coalición gobernante.
Del lado húngaro, entretanto, Horn debió enfrentar el enojo, no sólo de los partidos opositores nacionalistas y conservadores, sino también de la comunidad húngara que vive en Rumania.
Iliescu dijo este lunes a la prensa que Timisoara, una ciudad cercana a la frontera rumana con Hungría y con la ex Yugoslavia, fue elegida para la firma del tratado por ser "un lugar modelo de la coexistencia rumana, cualquiera sea el origen de las gentes".
En esta ciudad predomina la minoría húngara de Rumania, pero también hay en ella importantes comunidades serbias y alemanas.
Timisoara fue escenario este lunes de las manifestaciones contrarias al tratado, con pancartas que rezaban "no venderemos a nuestra gente", pero a ellas les respondieron los partidarios del pacto.
Tanto la Unión Europea como la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) han hecho considerable presión sobre los países europeos del antiguo bloque soviético para que resuelvan este tipo de conflictos como condición para un eventual ingreso en sus respectivas estructuras.
Europa ha estimulado la conclusión de tratados de buena vecindad entre los países ex comunistas. En 1993, el entonces primer ministro francés, Edouard Balladur, lanzó el "Plan de Estabilidad", el cual contribuyó al acuerdo que Hungría y Eslovaquia firmaron en marzo de 1995.
El caso de Rumania y Hungría fue más complicado porque Bucarest tiene perspectivas mucho más lejanas que Budapest para ingresar a la Unión Europea.
Incluso la propuesta de Iliescu, en agosto de 1995, para una reconciliación histórica similar a la que ha presidido las relaciones franco-alemanas desde el fin de la Segunda Guerra Mundial, fue recibida inicialmente con suspicacia por parte de Hungría.
El impulso para un acuerdo surgió este año al inaugurarse la conferencia intergubernamental (CIG), encargada de preparar una revisión de los tratados de la Unión Europea para desarrollar las futuras etapas de la integración continental.
Las negociaciones de la Unión con los nuevos candidatos serán comenzadas dentro de los primeros seis meses subsiguientes a la finalización de la CIG, es decir, a principios de 1998.
Budapest espera que los dos países ratifiquen el tratado antes de que comiencen las negociaciones para el ingreso de Hungría en la Unión Europea, incluso si el parlamento rumano, tal como hizo el eslovaco, demora más de un año en discutir el instrumento.
Rumania depende menos del calendario de Bruselas para ingresar, ya que su desarrollo económico está muy por detrás del húngaro, pero no pierde las esperanzas de incorporarse a una OTAN ampliada, al mismo tiempo que Hungría.
Por esa razón, Budapest desea ser considerado como un socio cooperativo en el momento de abrirse las negociaciones de la OTAN con los posibles candidatos, en 1997.
En los años que llevó esta negociación entre Bucarest y Budapest, las tratativas se centraron en los derechos que Rumania garantizaría a la minoría de 1,6 millones de magiares (húngaros), a cambio de la renuncia de Hungría a sus reclamaciones territoriales.
El territorio de Transilvania, que ocupa gran parte de Rumania, perteneció a Hungría hasta 1918.
El tratado firmado este lunes satisface varias de las exigencias húngaras: derecho de las minorías a crear partidos políticos, el uso de sus idiomas en las señales públicas, el uso de sus nombres en sus lenguas maternas y derechos educacionales y culturales, como el uso de esas lenguas en los estudios.
No obstante, cuestiones de detalle han levantado la mayor parte de las críticas del lado húngaro, incluyendo a los magiares de Rumania. El líder de esta minoría, Bela Marko, ha criticado al tratado por no contener ninguna referencia a la restitución de los bienes religiosos.
Con ser importante su firma, el tratado por el momento no es más que un papel, cuyas disposiciones deben ser puestas en práctica. El pacto que firmaron húngaros y eslovacos en marzo de 1995 aún no ha producido una mejoría importante en las relaciones mutuas ni en la posición de la minoría magiar en Eslovaquia.
No obstante, estos instrumentos representan un camino hábil para los intentos de resolver conflictos en la región. Sus acuerdos bilaterales complementan los pactos internacionales que crean marcos más amplios, como la Organización de Seguridad y Cooperación en Europa y el Consejo de Europa. – – – – – – – (*) Gabriel Partos es analista del Servicio Mundial de la BBC para asuntos de Europa suroriental. Este artículo fue realizado con el apoyo del Instituto de Información sobre la Guerra y la Paz, con sede en Londres. (FIN/IPS/tra-en/gp/rj/arl/ip/96