Las elecciones en Rusia ya son un capítulo pasado, pero, como lo demuestra la erupción de violencia registrada en Chechenia en los últimos días, la guerra no ha concluido y no acabará en el mediano plazo.
La difusión de la toma de posesión, en ceremonia semiprivada este viernes, del reelecto presidente de Rusia, Boris Yeltsin, se abrevió debido a los informes desde el frente checheno, pues los rebeldes separatistas mostraron con fuego todo lo que pensaban de la pasada elección y de las promesas emitidas entonces.
La mayor parte de la capital de Chechenia, Grozny, fue recuperada en los últimos días por los rebeldes.
Yeltsin firmó antes de las elecciones acuerdos de cese del fuego en Moscú con el líder político checheno Zelimjan Yandarbiev, mientras los comandantes militares de ambos bandos firmaban los suyos en Nazran, capital de Ingush.
Pero poco más tarde, cuando el electorado ruso reeligió a Yeltsin, la retórica cambió y el combustible cayó a torrentes sobre los rescoldos.
Ahora, aun los observadores más idealistas y esperanzados comprenden que las autoridades de Rusia no tienen voluntad seria de detener las operaciones militares o de resolver el conflicto por medios políticos.
Incluso los reclamos de demócratas para acabar con la guerra se volvieron menos frecuentes. Apenas Grigory Yavlinsky, del partido liberal Yabloko, y el activista por los derechos humanos Sergei Kovalev continúan manifestando sus posiciones en ese sentido.
Moscú desea prolongar el combate hasta alcanzar la victoria sobre "los bandidos". Cualquier paz negociada requerirá presión internacional e interna sobre las autoridades de Rusia, pero esa presión, simplemente, no existe.
Paradójicament, la última esperanza fue el nombramiento del general Alexander Lebed como conductor del Consejo de Seguridad de Rusia.
Lebed, quien asumió el comando de las operaciones en Chechenia este sábado, logró el cargo al respaldar la candidatura de Yeltsin luego de que conquistó con su candidatura la adhesión de 15 por ciento del electorado en la primera ronda de los comicios presidenciales.
En recompensa por su apoyo electoral obtuvo el puesto, con el encargo de acabar con todos los problemas de seguridad de Rusia, desde el crimen en las calles de Moscú hasta los "espías" que, se teme, revistan en organizaciones de religiosos misioneros.
Lebed siempre fue considerado el hombre mejor dispuesto a alcanzar la paz en Chechenia.
Comandante condecorado en la campaña soviética en Afganistán, encabezó la división 14 del ejército de Rusia durante la guerra separatista en la región de Transdniester, en la antigua república de Moldavia, hasta que el entonces ministro de Defensa, Pavel Grachev, lo despidió.
Lebed es conocido por su malhumorado patriotismo, su pundonor y su odio implacable hacia la corrupción. Por ello, se suponía que estaría dispuesto a tomar decisiones difíciles y que gozaría del respeto del ejército si disponía el retiro de Chechenia.
Como candidato presidencial, Lebed pronunció las palabras correctas y declaró constantemente su respaldo a un rápido fin de la guerra y a la posibilidad de que los chechenos decidan su futuro a través de un referéndum.
Si el pueblo de Chechenia respalda la independencia, que la tengan, dijo, pero alertó que, en ese caso, la frontera con Rusia será firmemente sellada para evitar cruces ilegales y que acabarán los salarios y beneficios sociales pagados por Moscú.
Más alentador aun que la ascensión de Lebed fue el cese de Grachev del Ministerio de Defensa, junto a muchos funcionarios de seguridad de Rusia que constituían el denominado "Partido de la Guerra".
Entre ellos, figuraban el conductor del Servicio de Seguridad, Mijaíl Barsukov, y el jefe de la custodia de Yeltsin y compañero suyo en juergas y partidos de tenis, Alexander Korzhakov.
Todas estos indicios parecían combinar una victoria de Yeltsin dentro de su gobierno y un "operativo limpieza" a manos de Lebed. Así, creció la esperanza de que la guerra que ya llevaba un año y medio concluiría.
Pero eso no sucedió. La primera señal de que la guerra no acabará fue la designación de Igor Rodionov como ministro de Defensa, a iniciativa del propio Lebed.
Rodionov es conocido en el Cáucaso como "el carnicero de Tblisi". Cuando comandó a partir de 1989 las operaciones de seguridad en la capital de Georgia, sus tropas cometieron innumerables crímenes, entre ellos el asesinato de 18 mujeres a golpes de pala.
La segunda señal sobre la continuidad del conflicto fue la atribución de la responsabilidad por la primera de varias explosiones en Moscú a "bandidos chechenos".
Poco después, Salman Raduev, quien comandó los ataques chechenos contra Kizlyar en el pasado invierno boreal y supuestamente murió en batalla, regresó por arte de birlibirloque del mundo ultraterreno… con una "nueva cara".
Raduev convocó a los medios periodísticos para anunciar el inicio de una campaña de terror que se desarrollaría sin el control de Yandarbiev, líder político de los separatistas chechenos.
Pero no queda claro si este hombre amistoso con cara que parece de plástico es realmente Raduev. Además, el regreso de este vengativo "ángel de la muerte" era exactemente el tipo de pretexto que necesitaba el comando ruso para justificar nuevos ataques contra los secesionistas.
Así, comenzó a bombardearse de forma masiva todos los poblados montañosos donde los chechenos tienen "bases militares", como Shali, Vedeno, Novi Yurt, Shatoi y Bamut.
Lebed está ahora a cargo de toda la campaña militar contra los separatistas chechenos, y se comprometió a alcanzar la victoria antes del próximo invierno boreal, de cualquier modo.
Pero ninguno de los problemas étnicos o territoriales en la antigua Unión Soviética han podido ser resueltos mediante la fuerza de las armas, y el caso de Chechenia no parece diferenciarse del resto.
Las autoridades de Rusia deberán cargar con el resultado de la campaña de Lebed y, eventualmente, deberán sentarse en una mesa de negociaciones seria con los líderes chechenos. El bando secesionista tampoco tiene nada que ganar de una prolongación de la guerra, excepto muerte y destrucción.
La presión interna y mundial sobre Moscú es clave. Los Juegos Olímpicos concluyeron, y los medios periodísticos en Rusia y todo el mundo tendrán que prestar de nuevo un poco de atención a la carnicería en Chechenia, al menos hasta que la campaña electoral en Estados Unidos ingrese a sus tramos finales.
Quizás Washington (junto a Londres, París y Bonn) considere que dijo todo lo que tenía que decir. Tal vez todo Occidente piense, como declaró Bill Clinton, que la guerra en Chechenia era como la de Secesión en Estados Unidos, y que Boris Nikolayevich Yeltsin era como el mártir Abraham Lincoln.
Dos días después de pronunciadas estas palabras, el cuerpo del presidente de Chechenia, Djokhar Dudyaev, quedó reducido a pedazos por una "bomba inteligente" de fabricación rusa. (FIN/IPS/tra- en/wr/rj/mj/ip/96