CIENCIA: 'Biodemocracia' contra tráfico de material genético vivo

La nueva frontera de la ingeniería genética extiende el alcance de la humanidad sobre las fuerzas de la naturaleza, aumentando la demanda de las corporaciones de una forma no convencional de recursos naturales: material viviente encontrado primariamente en el hemisferio sur.

La "bioprospección" es una mina de oro potencial para la ciencia y las empresas, ya que el material genético del mundo en desarrollo puede ser la base de la cura de muchas enfermedades, y de cuantiosas ganancias.

Pero en el horizonte se divisa también la "biopiratería", un tráfico en el que las empresas gigantes utilizan la sabiduría de los pueblos nativos para localizar y comprender los usos de plantas medicinales y luego explotarlos comercialmente, entregando escasa o nula compensación a la fuente.

Científicos de Estados Unidos y Europa que trabajan para firmas farmacéuticas esperan encontrar curas y miles de millones de dólares, y han llegado a tomar muestras de sangre, cabello y saliva de pueblos indígenas e intentado patentarlos.

Por ejemplo, en mayo de 1989, investigadores de Estados Unidos tomaron muestras de sangre de 24 miembros de tribus hagahai de Nueva Guinea. Una línea de células de los hagahai podría ser valiosa para diagnosticar la leucemia y enfermedades neurológicas degenerativas crónicas.

La biopiratería moderna no sólo es el producto de la ambición de la ciencia y las corporaciones, sino también de nuevas leyes. El gatillo económico para la bioprospección fue disparado en 1980 por una decisión de la Suprema Corte de Estados Unidos que decretó la patentabilidad de las formas de vida.

La "distinción relevante" en la patentabilidad, según la decisión de la corte, "no se encuentra entre cosas vivas e inanimadas, sino en el hecho de que los productos vivos puedan ser considerados "invenciones del hombre".

Ahora, una corporación o entidad gubernamental puede expropiar una sustancia natural descubierta en el Tercer Mundo, aislar el material genéticamente valioso y patentarla como propiedad de la empresa, accediendo al monopolio sobre los usos comerciales del producto genético por aproximadamente dos décadas.

Por ejemplo, la multinacional farmacéutica Merck patentó bacterias del suelo del monte Kilimanjaro, un hongo mexicano útil en la fabricación de hormonas masculinas, y un hongo del suelo de Namibia de uso potencial en el tratamiento de la depresión maníaca.

Otras empresas que poseen más bacterias y hongos que Merck son Pfizer y Bristol-Myers Squibb.

Las multinacionales también están a la búsqueda de plantas patentables que generen altas ganancias. Varias empresas del norte, entre ellas WR Grace, obtuvieron más de 30 patentes de Estados Unidos sobre el árbol neem de la India, tanto de la planta como del conocimiento indígena sobre sus propiedades.

Dos drogas derivadas de una flor rosada diminuta, la vincristina y la vinblastina, generan 100 millones de dólares al año para la empresa Eli Lilly. La planta es natural de los bosques de Madagascar.

Los fármacos integran el área más lucrativa. Alrededor de 25 por ciento de las recetas médicas indicadas en Estados Unidos están compuestas por drogas con ingredientes activos derivados de plantas. Las ventas de estas drogas alcanzaron 4.500 millones de dólares en 1980 y 15.500 millones en 1990.

El valor de prescripciones y drogas vendidas en farmacias en Europa, Australia, Canadá y Estados Unidos se estima en más de 70.000 millones de dólares.

Las multinacionales saben bien dónde encontrar las plantas. Más de 50 por ciento de las estimadas 250.000 especies de plantas de la Tierra se encuentran en las selvas tropicales.

Sólo una pequeña parte ha sido investigada como fuente potencial de nuevas drogas, y la rápida destrucción de los bosques ha acelerado la búsqueda y apropiación de parte de las compañías.

Lo más alarmante es que las multinacionales también se interesan en el cuerpo de pueblos indígenas. Durante décadas, Estados Unidos y otros países industrializados han comprado la sangre de los pobres del Sur para venderla en el mercado.

Ahora científicos e investigadores compiten por localizar, identificar y asignar usos comerciales a genes humanos de poblaciones indígenas.

Otra patente autorizada por el gobierno de Estados Unidos involucra una línea de células derivada de una mujer de 40 años y un hombre de 58 de las islas Salomón, que también podría ser útil en el diagnóstico de enfermedades.

A pesar del creciente número de patentes, la propiedad de material genético de pueblos indígenas aún está en las fases inciales, mientras científicos planifican la expansión.

En 1991, un grupo informal de expertos en América del Norte y Europa lanzaron una campaña para extraer muestras de sangre, tejidos y cabello de cientos de comunidades humanas únicas en todo el planeta.

La iniciativa se llama Proyecto de Diversidad del Genoma Humano, y las muestras obtenidas se utilizarán para crear líneas de células "transformadas" de cada comunidad.

Muchos grupos indígenas protestaron contra el proyecto. En febrero de 1995, líderes representando a naciones de Canadá, Estados Unidos, Panamá, Ecuador, Perú, Bolivia y Argentina, emitieron una declaración contra la iniciativa, la cual "abre las puertas al abuso generalizado del material genético humano con fines científicos, comerciales o militares".

En el interés de los pueblos indígenas, lo que se necesita son estructuras internacionales basadas en la "biodemocracia" o el reconocimiento del valor intrínseco de todas las formas de vida y la preservación de la integridad genética, sostienen expertos defensores del medio ambiente y los derechos humanos.

La biodemocracia reconoce las contribuciones y derechos de las comunidades fuente y requiere que el Estado-nación renuncie a las patentes de las fomas de vida y a las estructuras internacionales de comercio que las respaldan. (FIN/IPS/tra-en/ak/cpg/lp/en-cr-pr/96

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