BOSNIA-HERZEGOVINA: ¿Elecciones para la democracia o el caos?

Bosnia-Herzegovina está suspendida en un estado más similar al cese del fuego que a la paz. Las elecciones del 14 de septiembre, por lo tanto, serán más una formalidad y menos una expresión de la voluntad política de los bosnios.

La pregunta planteada es si las elecciones democratizarán el país o finalmente lo separarán.

Si la meta es construir un nuevo Estado basado en la voluntad de sus cuidadanos, la prueba es si, en este corto plazo desde el fin de los combates, el pueblo de Bosnia-Herzegovina ha ganado suficiente confianza en el proceso político para que el ejercicio resulte significativo.

Las perspectivas no son buenas. Un sentimiento de impotencia ha abrumado a sus cuidadanos. Casi todo lo sucedido desde su primer experimento electoral hace cinco años deja a los bosnios dudosos de que cualquier sufragio pueda tener resultados positivos.

Encuestas de opinión realizadas en abril por Muhamed Nuhic, profesor de ciencia política en la Universidad de Sarajevo, revelan que menos de la mitad de la población demuestra un interés serio en la política.

Las raíces de esta desconfianza se remontan a las primeras etapas de la guerra. Cuando analistas europeos intentaron evaluar la crisis antes del conflicto, tuvieron en cuenta conceptos de los partidos políticos nacionales dominantes.

Esto no les pintó un panorama real del sentimiento contra la guerra confirmado por demostraciones masivas en Sarajevo en los momentos en que se abrió fuego.

La abrumadora mayoría de los bosnios, cualquiera fuera su etnicidad, no querían la guerra. Ahora, quieren la paz más que nunca, pero no creen que su voluntad individual o colectiva pueda garantizar el fin del derramamiento de sangre.

La Conferencia de Londres, de agosto de 1992, proclamó que los resultados de la fuerza no serían aceptados, los refugiados tendrían el derecho a regresar, se levantarían los sitios, las armas quedarían bajo control internacional, se detendrían las comunicaciones militares con estados vecinos y los criminales de guerra serían juzgados.

Cuatro años después, nada de esto ha ocurrido, y los acuerdos de Dayton, aunque produjeron un cese inmediato de los enfrentamientos, aún se presentan como cualquier otra declaración internacional.

En el mejor de los casos, los bosnios se guardan de emitir juicio sobre los nuevos acuerdos.

La ayuda económica internacional probablemente llegará, como lo hizo la ayuda militar, pero sólo después de pasada la última hora. Como ejemplo, una red de televisión independiente, requisito clave para la celebración de elecciones libres y limpias, comienza a crearse tras un considerable retraso.

La red debería balancear, o al menos reducir significativamente, los efectos del adoctrinamiento que tiene lugar desde que el presidente Slobodan Milosevic llegó al poder por primera vez en Serbia.

Pero también llega tarde, y el inevitable duelo entre los emisores estatales y la red independiente sólo retrasará el proceso de establecer fuentes confiables de información.

La credibilidad en la comunidad internacional se ha evaporado, y también en los políticos bosnios, debido a la enorme brecha entre las promesas hechas por quienes ganaron las elecciones multipartidarias y lo logrado en la práctica.

La guerra ha destruido los resultados de cinco décadas de desarrollo material, y los daños se estiman en no menos de 20.000 dólares por ciudadano.

Las estructuras del Estado y la sociedad también fueron destruidas. Casi medio millón de personas que integraban el sistema militar buscan empleo, e incontables familias fueron divididas por la migración o el exilio y golpeadas por la muerte o las heridas.

Casi 1,5 millones de refugiados tuvieron que adaptarse a una nueva vida y ahora temen regresar y enfrentar otro período de ajuste a un ambiente que ya no es el mismo de antes de la guerra.

Antes de la decisión final, los partidos políticos hablaron sobre el peligro que podrían representar las elecciones. Pero ahora temen haber convencido a potenciales votantes de que los comicios serían contraproducentes y tratan de revertir la retórica, urgiendo al electorado a votar y a votar por ellos.

Una baja participación sería un fracaso para los partidos nacionales y de oposición que se presentan como candidatos, y para los europeos y otros mentores mundiales de las elecciones y el proceso de paz.

Pero los comicios no pueden retrasarse, y resultarán en alguna forma de estructura de gobierno, por lo cual los votantes se ven ante un dilema. La abstención podría socavar aún más el desarrollo democrático.

Como reveló el ejemplo de las elecciones municipales en Mostar, cada autoridad en Bosnia-Herzegovina se considera legal y legítima porque cuenta con el respaldo hombres fuertemente armados.

Cada autoridad está lista para aceptar u obstruir las partes de los acuerdos de Dayton que puedan servir a sus propósitos. El acoso de los políticos siempre ha ocurrido, y es de esperar nuevos incendios y explosiones de mezquitas o iglesias.

El temor de la apatía de los votantes sólo ha causado que los partidos nacionales reaviven su retórica. No pueden funcionar a bajas temperaturas, y cuando más caldeada la política, más fuerte el extremismo.

Nadie olvida el peor escenario, en el cual el esqueleto de la federación se resquebraja, el conflicto entre musulmanes y croatas termina en violencia, y el país se divide en tres partes. La entidad serbia es absorbida en una Gran Serbia, conduciendo a otra guerra, y croacia y serbia se ven tentadas a un duelo final.

La cuestión clave es de confianza, el cálculo de miembros de cada grupo étnico de que no todos entre los otros votarán por su respectivo partido nacional.

Si durante el corto lapso que resta no se establece la confianza, la elección de septiembre de 1996 será una mera repetición de los comicios de 1990, que llevaron a los partidos nacionalistas al poder y a la guerra.

Pero si la oposición y los partidos no nacionales en ambos partidos ganan suficientes votos para participar en el poder, no obstante, existirá la posibilidad de la reintegración.

Cualquiera sea el resultado, no habrá una paralización militar inmediata. Bosnia-Herzegovina es realmente una unidad. Por este motivo el intento de desmantelarla fue tan sangriento y doloroso. Pero las heridas de la guerra son muy profundas como para que funcione como una unidad en el futuro próximo.

(*) Hamsa Baksic es columnista del diario Oslobodjenje, de Sarajevo. Esta nota llega a IPS a través del Instituto de Información sobre la Guerra y la Paz (IWPR según sus siglas en inglés), con sede en Londres

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