Australia todavía celebra la actuación de sus atletas en Atlanta, la mejor de toda la trayectoria olímpica del país, mientras los preparativos de los juegos del 2000 en esta ciudad ya enfrentan problemas políticos.
Los dirigentes indígenas advirtieron que utilizarán los juegos olímpicos de Sydney para denunciar ante la comunidad internacional lo que consideran una persistente indiferencia del gobierno ante sus derechos acreditados.
El gobierno suprimió 300 millones de dólares de los fondos destinados a proyectos de desarrollo para los indígenas que, hace sólo tres años, y después de lograr un fallo favorable de la Corte Suprema de Justicia, obtuvieron los títulos de propiedad sobre sus territorios ancestrales.
La designación de Sydney como próxima sede olímpica también vigorizó el debate entre monárquicos y republicanos. Australia, integrante de la Comunidad Británica de Naciones (Commonwealth), reconoce a la reina Isabel II de Gran Bretaña como su jefe de Estado.
Pero los partidarios de reformar la constitución nacional para crear el régimen republicano no admiten que la reina británica presida la inauguración de los juegos del 2000, un papel que le asigna la tradición olímpica.
Al margen de los asuntos políticos, los atletas australianos infundieron nuevo orgullo a este país fanático del deporte. Las 41 medallas conseguidas en Atlanta, entre las que figuran nueve de oro, dan cuenta de la mejor actuación de Australia en la historia de los juegos.
Las preseas aconquistadas por Australia en Atlanta fueron seis más que en 1956, cuando los juegos se realizaron en su territorio, aunque entonces ganó 13 medallas de oro.
Australia quedó séptima en la lista de honor de Atlanta y algunos comentaristas predicen que en su propio suelo, el equipo olímpico nacional estará en el 2000 entre los cinco primeros, con un mínimo de 60 medallas.
"Estoy deslumbrado por lo que hemos conseguido, pero Australia sólo ha empezado" a ascender en el deporte mundial, declaró el nadador Kieren Perkins, ganador de una medalla de oro en Atlanta.
Perkins recibió las llaves de la ciudad de Sydney de manos del alcalde, Frank Sartor, y en nombre de los 425 integrantes de la delegación olímpica australiana.
Unas 100.000 personas se reunieron en Sydney para saludar a los atletas y 50.000 concurrieron a otro desfile, organizado el viernes en Melbourne. La celebración continuó el lunes en Brisbane y luego en Adelaida y Perth.
Sartor advirtió que, en el promedio por habitante, las 41 medallas de Australia, un país poblado por 18 millones de personas, equivalen a 430 de Estados Unidos y 2.263 de China.
Estados Unidos, de 260 millones de habitantes, obtuvo en Atlanta 101 medallas, y 50 correspondieron a China, que está poblada por 1.200 millones de personas.
Pero si el cálculo se realiza en función del ingreso por habitante, la proeza de los australianos parece inferior a la de los cubanos, pese a que los primeros aventajaron a los segundos en el medallero de Atlanta.
En efecto, Cuba obtuvo 25 medallas, 16 menos que Australia, pero su ingreso anual por habitante es de 1.500 dólares, frente a 17.510 de los australianos. Y el dinero es indispensable para el desarrollo de programas de entrenamiento e importante para alentar a los atletas.
Roy Masters, del diario Sun Herald, calculó que las tres medallas obtenidas por Australia en tiro, dos de oro y la tercera de bronce, tuvieron un costo de 210.000 dólares cada una, dada la distribución de los subsidios del gobierno al deporte.
Sea cual fuere el costo del éxito olímpico, el primer ministro John Howard, que se propone realizar un nuevo recorte de gastos para cerrar un déficit presupuestal de 6.600 millones de dólares, se comprometió a mantener las partidas presupuestales en respaldo al deporte.
Howard, quien concurrió al aeropuerto de Sydney a recibir a los atletas que regresaban de Atlanta, consideró "equivocada" toda "sugerencia de disminuir la financiación" de las olimpiadas del 2000 o del equipo nacional que participará en esos juegos.
"No haremos eso. Naturalmente, deseamos colaborar en el esfuerzo por lograr que la actuación de Australia en el 2000 sea igual o mejor que en 1996", dijo el primer ministro.
La esperanza de Australia de gloria deportiva dentro de cuatro años en Sydney puede transformarse en desastre político, si los aborígenes cumplen sus amenazas de movilización en defensa de los intereses de los 200.000 miembros de su comunidad.
Howard anunció un recorte de 333 millones de dólares de los fondos destinados a la Comisión Indígena y de las islas del Estrecho de Torres (ATSIC), un organismo del Estado que implementa programaas de desarrollo para la comunidad aborigen.
Los dirigentes indígenas advirtieron que la reducción del presupuesto de la ATSIC afectará programas comunitarios en las áreas cultural, artística y de comunicaciones, y también los servicios de asesoramiento legal y técnico a empresas administradas por las etnias aborígenes.
Así mismo, anunciaron su movilización y la búsqueda de apoyo dentro y fuera del país.
Richard Cashman, director del Centro de Estudios Olímpicos, de la Universidad de Nueva Gales del Sur, vislumbra también dificultades para la organización de la ceremonia de apertura de los juegos de Sydney.
"Espero un intenso debate público sobre ese asunto en los próximos años. La polémica acerca de quién inaugurará los juegos, la reina o el gobernador general (representante de la reina), se relaciona directamente con nuestra identidad", afirmó Cashman.
Los juegos de Sydney concentrarán seguramente el llamado debate republicano. A diferencia de su predecesor, Paul Keating, Howard es un adiente monárquico.
La polémica estalló en mayo, cuando el presidente del Comité Olímpico de Australia, John Coates, se pronunció ante la televisión por invitar a la reina Isabel II a inaugurar los juegos.
Coates fundamentó su posición en los estatutos del Comité Olímpico Internacional (COI), que indican al jefe de Estado del país organizador como la personalidad encargada de abrir oficialmente los juegos.
Coates, que también integra el COI, puntualizó que la decisión final sobre el asunto corresponde al comité organizador de los juegos del 2000.
Sin embargo, opinó que "se debería invitar en primer lugar a la reina, en su condición de jefe de Estado" de Australia, y "sólo debería optarse por su representente, el gobernador general", si ella no pudiera concurrir a Sydney.
Los juegos de Melbourne, en 1956, fueron inagurados por el príncipe Felipe de Edimburgo, debido a que la reina estaba entonces indispuesta. Pero Isabel II tuvo a su cargo la apertura de las olimpiadas de Montreal, en 1976, como jefe de Estado de Canadá.
Esa fue la última vez en que los juegos se celebraron en un estado miembro de la Commonwealth, donde la reina de Gran Bretaña es todavía constitucionalmente jefe de Estado. La Commonwealth reúne a más de 50 países que estuvieron o aún están bajo dominio británico.
La mayoría de las personas consultadas por el diario Sydney Morning Herald, que realizó una encuesta sobre el caso, se manifestaron favorables a que los juegos de Sydney sean inaugurados por el primer ministro.
Franca Arena, directora del Movimiento Republicano Australiano, discrepa de la propuesta de Coates de invitar a Isabel II a presidir los próximos juegos.
Según Arena, integrante de la cámara alta de la legislatura de Nueva Gales del Sur, el estado que alberga a Sydney, "sería humillante para los australianos traer a la reina de Inglaterra para abrir nuestros juegos".
Esa invitación "daría la impresión de que la población local no cree contar con ninguna personalidad adecuada" para presentarla a la comunidad internacional "en un día tan importante", dijo Arena a IPS. (FIN/IPS/tra-en/ks/cpg/ff/cr ip/96