La huelga general del jueves en Argentina marcó un punto de inflexión: a partir de ese día, la alianza social de ricos y pobres que sostiene al gobierno del presidente Carlos Menem desde hace siete años sufrió una grave herida, que comienza a drenar por el lado más débil.
"Se vienen tiempos de conflictividad social", advirtió Carlos Rodríguez, un ex ministro de Trabajo de Menem, tras el paro masivo de esta semana.
Según un sondeo realizado por el encuestador Rosendo Fraga, del Centro de Estudios para la Nueva Maypría, el gobierno de Menem, quien fue reelecto hace apenas 18 meses con 50 por ciento de votos, cuenta hoy con el respaldo de sólo 18,6 por ciento.
A su vez, 40 por ciento de sus votantes de entonces adhirió al paro del jueves contra el alto desempleo -17,1 por ciento- y el modelo económico, al que consideran "de exclusión".
El sustento social de Menem, que algunos politólogos denominaban "conservador-populista", comienza a resentirse en el segundo término, donde se aglutinan trabajadores, desocupados, jubilados y marginados en generaL, además de pequeños empresarios y comerciantes.
En verdad, la derrota del oficialismo en la capital argentina el 30 de junio, cuando recibió más de 80 por ciento de votos en contra, fue un primer síntoma que el gobierno intentó minimizar. Se estima que allí la mayor parte votó contra la corrupción.
Pero el paro, que se realizó en casi todo el país, demostró que los opositores no están sólo en la capital, como pretendía el oficialismo.
La caída del ex ministro Domingo Cavallo en julio puso fin al chantaje denunciado por los opositores en cada elección, que consistía en presentar al gobernante Partido Justicialista, y en particular a Menem y a Cavallo, como únicos garantes de la estabilidad.
Cavallo se fue, los mercados lo celebraron y ahora el gobierno teme por la pérdida de apoyo, sobre todo entre los sectores más empobrecidos que se beneficiaron con la derrota de la inflación lograda por esta gestión.
Un economista cercano al oficialismo como Roberto Alemann, tentado tres veces para suceder a Cavallo, calificó la huelga de política y afirmó que "no hay que tomarla demasiado en serio pues siempre las hubo en Argentina".
"Siempre habrá quejosos, pero no a todos les va mal, hay 83 por ciento de personas que sí tienen empleo, y hay muchos empresarios a los que les va muy bien", aseguró Alemann, quien defendió la necesidad de equilibrar las cuentas fiscales y recuperar así la confianza de los acreedores externos.
Sin embargo, analistas políticos y el propio gobierno advirtieron que fue la huelga más contundente de la era Menem y que, al márgen de la crisis de imágen del sindicalismo y las peleas internas entre los grupos organizadores, el verdadero protagonista de la protesta fue el profundo malestar social.
La huelga tuvo una adhesión que los sindicatos ubican en 90 por ciento y el gobierno en 65 por ciento.
No sólo la mayor parte del país se paralizó por la falta de transporte sino que el gobierno ordenó reprimir la realización de ollas populares en paseos públicos, lo que incentivó aún más el sentimiento antigubernamental.
Apenas dos días antes de la huelga general, Menem reunió a los corresponsales extranjeros en la residencia presidencial de Olivos, en las afueras de la capital, que fue transformada por su actual ocupante en un sitio donde reina el lujo y en un lugar de esparcimiento.
Durante el desayuno con los periodistas, en el que no faltó caviar, el presidente aseguró que en su gestión la pobreza bajó de 50 a 14 por ciento y que el desempleo era alto porque muchos trabajadores no están empleados en el circuito legal.
"Pobres hubo siempre, ya en la época de Jesucristo, y los hay también en países como Estados Unidos", apuntó Menem, en declaraciones impensables siete años atrás, cuando ganó las primeras elecciones como un caudillo popular de provincia con el que se identificaban los sectores más humildes.
Pero las imágenes de la huelga del jueves mostraron un país muy distinto al que Menem imagina desde su residencia. Jóvenes y viejos, mujeres, hombres y niños, empleados y desocupados, todos juntos en una verdadera catársis tiraron contra el gobierno, contra Menem y contra el modelo económico.
La Iglesia Católica es otra de las patas que va perdiendo la coalición menemista. Desde hace tiempo, sacerdotes y obispos critican la falta de empleo y de sensibilidad social por parte del gobierno.
El jueves, en una marcha que acompañó a la huelga, el último y más encendido orador fue un sacerdote católico y un día después el obispo Osvaldo Rey clamó que "el gobierno no puede seguir disimulando la pobreza que existe".
El analista político José María Pasquini lo dijo con otras palabras. Tras interrogarse qué sucederá si el paro preanuncia un año de voto castigo, aseguró que "sin votos suficientes, el ajuste caerá por el peso de su propia carga de injusticias". (FIN/IPS/mv/ag/ip-if/96