Los hechos tal vez se estén modificando con velocidad caleidoscópica en Rusia y Chechenia, pero no cambiaron los motivos de la guerra que las enfrenta, cualquiera sea la política que sobrevenga a la reelección de Boris Yeltsin.
Muchos alegan que las medidas de fuerza adoptadas por Moscú contra Chechenia se motivan en la necesidad de restaurar el orden en uno de los territorios que integran la Federación Rusa.
Pero a través de toda la propaganda es imposible no advertir que la intención real fue suprimir las ansias de libertad de un pueblo. Y esta campaña bélica se desarrolló en medio de la brutalidad, con medios que caen fuera de las páginas de cualquier ley, de cualquier constitución, de cualquier código moral.
¿Qué pensaba el recientemente asesinado primer presidente de Chechenia, Djokhar Dudyaev, y en qué insisten sus sucesores?
Ellos sostienen que Moscú envió tropas a combatir a su república solo para evitar que una nación logre la soberanía, lo cual constituye básicamente la trágica historia de las relaciones entre Chechenia y Rusia.
Es difícil encontrar argumentos contra este punto de vista. Es claro para cualquier analista imparcial que nunca hubo ni puede haber razones históricas para considerar a este territorio parte integral del estado ruso.
Chechenia nunca se unió en forma voluntaria a Rusia, e incluso combatió contra esa anexión en el pasado.
Los separatistas chechenos basan su campaña en esa historia y afirman que la única alternativa posible para impedir que Rusia viole el derecho a la autodeterminación que les corresponde como nación es la resistencia contra la ocupación por todos los medios posibles.
Por este motivo, prometen, la resistencia continuará hasta que Chechenia haya conquistado "el derecho concedido a toda nación por el Creador Todopoderoso y aceptado por la comunidad internacional", como reza una declaración emitida recientemente por los secesionistas.
Los rebeldes aseguran que el ejercicio de este derecho es vital para evitar la repetición del genocidio al que su país ha sido sometido periódicamente por el colosal estado ruso.
"La memoria de nuestros padres y nuestras madres muertas durante la guerra del Cáucaso en el siglo XIX y en las deportaciones forzadas ocurridas entre 1944 y 1957 nos obliga a reclamar este derecho", manifiestan.
"También nos obligan las almas de decenas de miles de niños inocentes, mujeres y ancianos que están siendo asesinados, y las de los mejores hijos de Cechenia, que ofrecieron sus vidas en el altar de la libertad en la actual guerra", agregan.
Los impulsores de la independencia de Chechenia están tan convencidos de la justicia de sus aspiraciones que es imposible obligarlos a abandonar las armas y regrasar a las fábricas y los campos, como el gobierno promoscovita les reclama.
Por supuesto, es posible, en teoría, aplastar la resistencia chechena por la fuerza. Nunca hubo más de 8.000 hombres, casi todos con armas de pequeño porte, contra toda la fuerza militar rusa. El tamaño del ejército de Rusia y su gigantesco y moderno arsenal imposibilitan a los chechenos una victoria bélica.
Los jefes militares pueden cernir en cualquier momento todo su poderío para destruir la resistencia organizada por Aslan Maskhadov, líder de las fuerzas rebeldes y ex comandante de una de las mejores unidades armadas del antiguo ejército soviético.
Pero tan efectiva como la resistencia militar es la actividad terrorista de grupos sin coordinación que solo quieren venganza. Eso ocurrió en forma de ataques contra los poblados de Budennovsk y Pervomaiskoye, en territorio de la Federación Rusa.
La paz no se puede lograr sobre la base de un acuerdo tripartito entre los representantes de la Federación Rusa, el gobierno promoscovita de Grozny que conduce Doku Zavgaev y el liderazgo rebelde checheno.
No hay más opción y no podrá haberla a la celebración de negociaciones en Chechenia. Aun el gobierno de Rusia lo admite. Pero la forma como se desarrolló la última ronda de negociaciones en mayo dio un toque de alerta sobre los problemas futuros.
El poeta y actual líder separatista Zelimkhan Yandarbiev se vio obligado negociar. Firmó un plan de cese del fuego y reabrió el diálogo entre Rusia y Chechenia sin fricciones. Su actitud hacia Moscú fue cooperativa.
El éxito del jefe checheno en la capital de Rusia se debió, sin duda, a que visitó el Kremlin y terminó vivado por aquellos que hasta ayer, apenas, le gritaban "bandido".
Pero entonces Yeltsin fue a Chechenia y Yandarbiev se encontró en un hotel de Moscú como un rehén, mientras el presidente de Rusia emitía duras declaraciones en reuniones con "representantes de la sociedad chechena" cuidadosamente seleccionados.
En esos precisos momentos, las calles de Grozny y su aeropuerto estaban devastados y rodeados por soldados rusos armados a guerra.
Entonces, no quedaron dudas de que los organizadores de la visita de Yandarbiev a Moscú estaban más preocupados por la campaña para la reelección de Yeltsin que por la sangría en Chechenia, cuyo sufriente pueblo se convirtió en una simple pelota de fútbol en un juego político que le era ajeno.
Zavgaev dijo públicamente que Yandarbiev era un "bandido". En las vísperas de la siguiente reunión de delegaciones, programadas para el 1 de junio en Makhchkala, capital de la República de Dagestani, el comando ruso decidió, sin razón aparente, probar la paciencia del poblado checheno de Shali.
El enfrentamiento provocó numerosas bajas y la captura de varios chechenos. Esa misma noche, grupos rebeldes atacaron un puesto militar ruso y tomaron 26 rehenes, con el propósito claro de intercambiar prisioneros. La siguiente ronda de negociaciones colapsó.
Por lo tanto, la guerra continuó desarrollándose en la república. Unidades de las fuerzas federales y combatientes chechenos siguieron chocando. Grupos de vengadores chechenos persistieron actuando con autonomía.
Yandarbiev tiene total control de las unidades que le son leales, pero no puede impedir que grupos y aun personas actúen por su cuenta. Le escucharán, pero solo si están convencidos de que Moscú quiere la paz.
Todos los problemas políticos pueden y deben resolverse en la mesa de negociaciones. Esa es una posibilidad realista.
Pero las conversaciones por sí solas no son suficientes. El mejor camino para allanar la crisis podría proceder de la comunidad internacional, si se convierte en participante de las gestiones por la paz.
El hijo de un amigo mío fue a la oficina de su padre, tarde en la noche, y, desde la inocencia de sus seis años, le preguntó: "Papá, ¿es verdad que existen más chinos que rusos?"
Mi amigo se mostró extrañado por esa duda. Entonces, el niño le anunció que había decidido que, cuando crezca, venderá todo el petróleo de Chechenia y, con ese dinero, pagará a los chinos para vengaran la muerte en un bombardeo de su amigo Timur.
A propósito, Timur es un niño ruso, no checheno, igual que las bombas que le quitaron la vida.
La paz debe reinar en Chechenia tan pronto como sea posible, para que el hijo de mi amigo pueda dormir en paz y soñar en cosas más adecuadas para su edad.
(*) Sharip Asuev es un periodista en Grozny, capital de la República de Chechenia. (FIN/IPS/tra-en/wr/rj/mj/ip/96