Un nuevo enemigo, la sequía, acosa en el noreste de Ruanda a campesinos que habían huido a países vecinos de los conflictos estallados a partir de 1959 y volvieron en los dos últimos años, al finalizar la última guerra civil.
"Este es el peor momento del año", dijo Martin Kabalisa, un campesino del distrito de Nyagatare, en la nororiental región ruandesa de Mutara, que en la última estación seca vió diezmado su rebaño de 50 cabezas de ganado.
La población de Nyagatare creció con el regreso de refugiados desde el fin de la guerra y del genocidio de 1994, que costaron la vida a cerca de un millón de personas.
La mayoría de los retornados proceden de Uganda. Algunos permanecieron en el exilio durante 30 o más años, criando ganado en las colinas que rodean los campamentos de Nshungerezi, Olucynga y Nakivale, del distrito de Mbarara.
Los refugiados volvieron a Mutara con 500.000 o 700.000 reses, de acuerdo con cálculos de organizaciones no gubernamentales, y muchos se establecieron en el área que ocupaba el Parque Nacional de Akagera. Su presencia estimuló la actividad comercial de las localidades de la región, en las que surgieron nuevas tiendas, bares y restaurantes.
Pero también aumentó la demanda de agua en una zona que recibe un promedio anual de 600 a 800 milímetros de lluvias y requiere la incorporación de técnicas modernas y costosas para aprovechar los ríos Muvumba y Akagera.
"El problema crítico de esta zona es el agua, y en la dura temporada seca muere gran parte de nuestro ganado", señaló a IPS un vaquero de Cyabayaga, cerca de Nyagatare.
A lo largo del camino hacia Kigali hay un desfile de personas que cargan bidones de agua. Los niños y las mujeres los transportan sobre la cabeza. "Nos lleva cinco horas ir y volver del río", dijo una mujer a IPS.
Los hombres cargan los recipientes en bicicleta, y muchos jóvenes ganan dinero vendiendo agua a obras en construcción o para uso doméstico.
En una de las colinas vecinas a Nyagatare, la escasez de agua retarda la fabricación de ladrillos para la construcción de viviendas.
"Traigo cada día 21 bidones del Muvumba, aunque no es suficiente para apresurar el trabajo", declaró un poblador de Rukomo, una aldea al norte de Nyagatare.
Expertos del Ministerio de Rehabilitación, encargado del reasentamiento de los retornados, sugirieron la excavación de pozos en la región de Mutara.
Pero Sam Kanyarukiga, asesor de la Presidencia en materia de agricultura y ganadería, advirtió que no será posible obtener agua de pozos en todas las áreas castigadas por la sequía.
"Las condiciones hidrológicas de la zona árida de Mutara no son bien conocidas, y la extracción de agua de pozos podría tener un fuerte impacto" ambiental, dijo Kanyarukiga.
Esos efectos adversos podrán manifestarse en "salinización, y en una drástica caída de la capa freática", explicó el asesor presidencial.
Normalmente, la raza vacuna ankole, criada en el Mutara, y en Uganda y Tanzania, se adapta a las condiciones del clima de aquella región, aunque la ganadería ruandesa presenta varias enfermedades, entre las que se destaca la contagiosa fiebre aftosa.
También hay exceso de ganado en la zona. "Debido a la presión (de los rebaños), el suelo comienza a erosionarse y la única vegetación con la que contamos en estos momentos son matas de acacias y cactos. Quizá debiéramos criar camellos", dijo un arriero.
Kanyarukiga cree que los pastores deben "vender parte de su ganado y optar por razas de mayor producción de leche".
"Eso podría combinarse con la agricultura intensiva, para la producción de pienso en un sistema agro-ganadero en el que el abono se obtendría de los mismos animales", aconsejó el experto.
Si bien esos cambios mejorarían la eficiencia de la ganadería, permanecería en pie el problema de la escasez de agua, contra el que luchan el Alto Comisionado de Naciones Unidas para los Refugiados y la Organización Ruandesa para el Desarrollo. (FIN/IPS/tra-en/jbk/jm/kb/ff/dv pr/96