PERU: Lana de vicuñas, crianza incaica y marketing moderno

Como en tiempos de los incas, una columna humana de dos kilómetros avanza serpenteando en la fría altiplanicie peruana a más de 4.300 metros sobre el nivel del mar, haciendo ruido con voces y palmadas, para espantar a una manada de ariscas y valiosas vicunas hacia un corral cercado.

A un costado de un cúmulo de piedras, ante el que se hizo en la madrugada una ofrenda de hojas de coca a los dioses de la montaña, un grupo de mujeres prepara comida en grandes ollas de barro.

Pese al deslumbrante sol, hay dos grados bajo cero en la reserva nacional Pampa Galeras y los pocos forasteros invitados a asistir al Cuarto Congreso de Comunidades de Criadores de Vicuñas respiran penosamente el aire enrarecido de la "puna".

Lo que están observando es el "chako", método de captura masiva de vicuñas empleado antes de la llegada de los españoles, hace 500 años, y que los pastores indígenas del altiplano peruano han retomado con el mismo carácter festivo y ritual de antaño, para esquilar los rebaños ahora "privatizados".

El "chako" es el procedimiento más adecuado para esquilar a las delicadas y desconfiadas vicuñas, que no pueden ser criadas en cautiverio pues no se reproducen y mueren de tristeza.

Según Carlos Espinoza, presidente de la Asociación de Criadores, en 1994 las 79.000 vicuñas que hay en Perú dejaron de pertenecer al Estado y fueron entregadas en propiedad a las comunidades indígenas que viven en las zonas altas andinas.

De bella y elegante estampa, la vicuña vive normalmente por encima de los 3.000 metros sobre el nivel del mar y produce cada dos años 200 gramos de fibra muy fina (12 micras de diámetro) más delgada que el cashemere (15.1 micras).

Esa lana es la más cara del mundo: 920 dólares el kilo en el mercado internacional, y las 557 comunidades propietarias de las vicuñas peruanas las comercializan a través de un consorcio internacional con sede en Milán y París.

En tiempos del imperio incaico las vicuñas, como todo lo que estuviera sobre la tierra, eran de propiedad del Inca, señor y soberano de todas las recursos naturales, y los vasallos que los explotaban podían quedarse con parte de los frutos.

Cuando los conquistadores españoles se repartieron a los indígenas para hacerlos trabajar en las minas o en las haciendas feudales, las vicuñas, y los demás animales silvestres, no pertenecían a nadie y cualquiera podía cazarlas para quitarles su piel y lana.

En esa condición permanecieron durante la República, hasta la primera mitad del presente siglo, cuando fue evidente que la caza incontrolada amenazaba extinguir a la especie y fueron declaradas patrimonio del Estado.

Pero los cazadores furtivos, atraídos por los precios de la fibra, hasta 200 dólares por kilo en la década del 70, perseguían a los rebaños con fusiles y aún con avionetas, mataban a las vicuñas para esquilarlas y las diezmaron.

Ante la sospecha de que la caza furtiva fuera financiada por negociantes internacionales de fibra, en 1975 la Convención Internacional de Especies Amenazadas en Fauna Silvestre (CITES), prohibió la comercialización de la piel y lana de vicuña.

Las autoridades peruanas crearon dos zonas de reserva nacional de vicuñas, en donde los rebaños se repoblaron bajo protección de guardaparques armados y se distribuyeron algunas manadas a las comunidades para que aprovecharan su esquila.

La medida no dio el resultado esperado, pues las comunidades indígenas no se identificaban ni sentian suyos esos animales silvestres que no podían matar para comer, cuya lana podían usar en sus vestidos pero no vender, y que disputaban a sus ovejas el raquítico pasto de la altiplanicie.

En la década pasada, la violencia guerrillera hizo difícil la preservación de los rebaños, porque los combatientes de Sendero Luminoso mataron o pusieron en fuga a los guardaparques, y los cazadores furtivos retornaron.

Derrotada la guerrilla en 1992 y pacificada el área rural, el gobierno decidió entregar toda la población de vicuñas en propiedad a las comunidades indígenas de las zonas más altas, el sector social más pobre y atrasado del país.

En 1994, luego de evaluar el éxito del repoblamiento y su nueva situación patrimonial, la Cites clasificó a la vicuña en la segunda categoría de especies en riesgo, que permite la comercialización de su fibra bajo condiciones controladas de crianza.

Para impedir que la autorización del comercio de la fibra de vicuña promueva el resurgimiento de la caza furtiva, se ha creado un canal único de comercialización, el International Vicuña Consortium, constituido por tres empresas extranjeras calificadas.

El consorcio transforma la lana de vicuña en telas o vestidos y prepara su lanzamiento como la fibra natural más fina del mundo en el sofisticado mercado de la moda europea.

Además del precio obtenido por kilo de fibra, las comunidades indígenas propietarias reciben 10 por ciento del precio de las telas y cinco por ciento del precio final de las prendas elaboradas con fibra de vicuña.

Según declaró en el Congreso Simón Abonio, pastor de la comunidad Santiago de Vado, que hasta el año pasado tenía una economía de supervivencia, compró un grupo electrógeno e instaló un sistema de energía eléctrica con los ingresos obtenidos en el "chako" de 1995. (FIN/IPS/al/dg/pr-en/96

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