Una vez más, el presidente de Estados Unidos, Bill Clinton, ha expuesto las condiciones políticas que le merecieron el calificativo de "Willie el Astuto".
Al postergar la semana pasada la implementación de un capítulo clave de la ley Helms-Burton, que castiga a las compañías extranjeras que invierten en Cuba, Clinton escapó a una trampa cargada de peligros políticos y diplomáticos, al menos por ahora.
Las fuerzas derechistas cubano-estadounidenses, respaldadas por Robert Dole, candidato del Partido Republicano para las elecciones presidenciales de noviembre, habían exigido la plena implementación de las previsiones del capítulo III de la ley promulgada por Clinton en marzo.
Este capítulo permite a los propietarios estadounidenses de unos 6.000 bienes comerciales confiscadas por el gobierno de Fidel Castro a perseguir en los tribunales del país norteamericano a las empresas extranjeras que "trafiquen" con esos activos.
Mientras tanto, estrechos aliados de Washington, como la Unión Europea, Canadá y México, intimaron formalmente a Clinton a que bloquee el capítulo III, bajo amenaza de represalias contra intereses estadounidenses.
La poderosas corporaciones transnacionales estadounidenses, preocupadas ante la posibilidad de ser alcanzadas por la ley Helms- Burton, se sumaron al pedido de bloqueo del capítulo.
El último plazo legal para su decisión era el miércoles pasado y, al aproximarse la hora cero, Clinton parecía atrapado entre dos fuegos. Toda decisión que tomara tendría la resistencia de fuerzas poderosas, de un lado u otro.
Pero el presidente halló el justo punto medio entre dos posiciones a primera vista irreconciliables. Se rehusó a bloquear el capítulo III de la ley, como le exigían sus aliados extranjeros, y suspendió también la aplicación de las previsiones hasta el 1 de febrero.
O sea, hasta bastante tiempo después de las elecciones de noviembre. En caso de ser reelecto, Clinton podrá renovar la moratoria por otro periodo de seis meses.
Los aliados comerciales de Washington manifestaron su beneplácito. Tanto la Unión Europea como Canadá, socio de Estados Unidos en el Tratado de Libre Comercio de América del Norte, alabaron la medida y manifestaron que iba en la dirección correcta.
La Fundación Nacional Cubano-Estadounidense, por su parte, se mostró "satisfecha por que el Capítulo III siempre será parte de la ley a menos que la rechace el Congreso", aunque hubieran "preferido una inmediata afirmación del derechos de ciudadanos estadounidenses a demandar a quienes robaron sus propiedades".
Sobre el fin de la semana, analistas consideraron en forma virtualmente unánime que la jugada de último minuto funcionó.
"El objetivo de Clinton era mantener esto fuera de la campaña electoral, y parece que hizo un trabajo bastante bueno, porque confundió la situación", dijo Peter Hakim, presidente del instituto Diálogo Ineramericano (IAD).
La maniobra de Clinton fue tan exitosa que, de hecho, funcionarios del gobierno pronostican que hará lo mismo con un proyecto de ley similar a la Helms-Burton respecto de los inversores extranjeros en Irán y Libia, la cual también podría ocasionarle conflictos con aliados comerciales de Washington.
Los asistentes del presidente están redactando junto con legisladores oficialistas provisiones similares para suspender las sanciones previstas en el proyecto para empresas extranjeras que inviertan o vendan más de 40 millones de dólares al sector energético de esos dos países.
El proyecto relativo a Irán y Libia es considerado más amenazante para los intereses de la Unión Europea que la ley Helms- Burton. El comercio del bloque con Irán y Libia fue, respectivamente, de más de 10.500 millones y 9.500 millones de dólares, mientras con Cuba apenas superó los 1.000 millones.
Mientras el ingenio desplegado por Clinton para resolver estos problemas tan urticantes le hace ganar respeto, y hasta veneración, entre algunos analistas en Washington, otros sienten que confirma su incesante esfuerzo por complacer a todas las partes, lo que conducirá, dicen, a una caída de su liderazgo.
"Teníamos una oportunidad de ejercer el liderazgo en este asunto, pero Clinton prefirió darle largas", dijo Geoff Thale, analista de asuntos cubanos en el grupo de derechos humanos Oficina de Washington sobre América Latina, partidario de acabar con el embargo contra Cuba.
El propio gobierno admite que la firma de la ley Helms-Burton, a la que Clinton se había opuesto fuertemente hasta que militares cubanos derribaron dos aviones estadounidenses en febrero, obedeció más al cálculo político que a la convicción.
El mandatario respaldó la ley "porque iba a ser aprobada", reconoció la semana pasada el portavoz de la Casa Blanca, Mike McCurry. Cualquier veto que hubiera impuesto el presidente habría sido levantado.
La última maniobra de Clinton le libró de las dificultades políticas, pero no fue ningún avance hacia la solución de los problemas a largo plazo entre Cuba y Estados Unidos.
"El cinismo de esta medida solo es superada por su falta de propósito", escribió Charles Krauthammer, un columnista de derechas, quien cree que las sanciones comerciales deben ser invocadas contra amenazas más serias contra Estados Unidos que la representada por Cuba.
"Raramente una acción define tan perfectamente una presidencia como la decisión de último minuto adoptada por Clinton sobre el boicot comercial contra Cuba", observó Krauthammer.
"Clinton tuvo el coraje de tomar medidas controvertidas como la restauración de los lazos económicos con Vietnam a la que se oponían los veteranos de guerra. Podría haber hecho lo mismo en el caso de Cuba", anotó el diario Journal of Commerce.
Pero para ello habrá que esperar hasta después de las elecciones de noviembre. (FIN/IPS/tra-en/jl/yjc/ff-mj/ip/96