La mayoría de los japoneses admitirían de buen grado pagar un costo, impositivo o de cualquier naturaleza, para gozar un ambiente sano, pero una activista que practica su propia prédica afirma que decirlo es más fácil que hacerlo uno de los países más caros e industrializados del mundo.
"Vivir una vida ambientalmente amistosa en Japón no es fácil. De hecho, es algo realmente duro", dijo Keiko Hara, un ama de casa y madre de dos hijos de 35 años que come, bebe y se viste con el ambiente en la cabeza.
Hara admite que, en su país, quien tenga una jornada laboral de nueve horas con mala paga no tendrá tiempo o capacidad para adoptar una disciplina vital como la suya.
"Muchos amigos míos abandonaron su lucha por un estilo de vida ambientalmente sostenible porque carecen del tiempo y el dinero necesario para eso. Entiendo su posición. Yo mantengo la mía porque estoy decidida", sostuvo.
Hara lee concienzudamente los catálogos de compra que ofrecen ropa sin blanqueado y adquiere papel y comida orgánicos producidos por pequeñas organizaciones de productores del Tercer Mundo.
"Los supermercados, donde comprar es cómodo y que quedan abiertos hasta tarde, venden miles de productos que, sencillamente, no son buenos para el ambiente. Montañas de envases, plástico, químicos. No hay alternativa a ellos para el consumidor japonés promedio", explicó.
Las organizaciones ambientalistas están de acuerdo con la visión de Hara.
"La sociedad de Japón está controlada por las empresas. El consumo en masa es la norma", dijo Saphia Minney, fundadora de Global Village ("aldea planetaria"), una tienda que importa su mercadería directamente de países en desarrollo de acuerdo con principios de comercio justo.
Pero existen aun menos opciones cuando se trata de aparatos domésticos.
Los calentadores en base a energía solar son, por lo menos, tres veces más caros, y muchísimo menos populares, que aquellos que consumen altas cantidades de electricidad. Un refrigerador que no contenga gases clrofluorcarbonados (CFC) es, todavía, un producto raro.
Los CFC se utilizan como impusores de aerosoles, agentes refrigerantes y en la fabricación de espuma de poliestireno, y su liberación a la atmósfera provoca daños irreparables en la delgada capa de ozono que cubre el planeta y lo protege de la radiación ultravioleta.
La industria japonesa y el consumo de energía eléctrica doméstica del país asiático es responsable de 13 por ciento de la emisión de sustancias que perjudican la capa de ozono, entre ellas los CFC, según la organización ambientalista internacional Greenpeace.
Mientras los activistas son los únicos que presionan por la aprobación de leyes que impidan en Japón el deterioro del planeta de parte de la industria, los propietarios de pequeñas empresas "ambientalmente amistosas" luchan por irrumpir en el mercado.
"Introducirnos en un mercado estrechamente controlado por las grandes empresas no es fácil. Sobrevivimos apenas gracias a nuestra red privada de trabajo y las órdenes por correo", dijo Yukiko Kuge, propietaria de Ms. Apricot, una marca de cosméticos que no apela a animales para sus investigaciones.
Kuge explicó que los grandes comercios rechazan sus productos, pues creen que no se venderán.
"Nuestro presupuesto es reducido, y por es no podemos contratar publicidad como las poderosas compañías que se llevan la parte del león. Nos han llevado contra las cuerdas, un problema típico del comercio alternativo", sostuvo.
De todos modos, Kuge se ufanó de que su empresa cavó su propio nicho en el mercado gracias a la creciente conciencia ambiental de la sociedad japonesa. Las ventas de Ms. Apricot ascendieron de 20.000 dólares en 1989, año de su fundación, a 120.000 dólares el año pasado.
Este cambio de actitud de los japoneses se ve reflejado en encuestas de opinión realizadas tanto por agencias del gobierno como por medios de comunicación.
Un sondeo efectuado en abril y difundido por el diario Yomuiri señaló que 90 por ciento de los habitantes del archipiélago apoyarían eventuales medidas de protección ambiental por parte el gobierno, y que 69 por ciento afrontaría con gusto el pago del propuesto impuesto ecológico.
La Agencia Ambiental ya impuso un tributo a la recolección de basura, pero enfrenta una fuerte oposición de los empresarios en su intento de instaurar impuestos y sanciones a la emisión de "gases invernadero" que, como el dióxido de carbón, aumentan la temperatura del planeta.
"La conducta de los consumidores es nuestra mejor arma. Si más gente comprara nuestras mercaderías, la presión haría una sociedad japonesa más 'verde"', dijo Kuge.
Sin embargo, la filial japonesa de la organización ambientalista internacional Amigos de la Tierra dijo que su trabajo no se ve trabado solo por las grandes empresas sino también por la ausencia de "cultura de voluntario" del país.
"Amigos de la Tierra cuenta en Europa con medio millón de dólares para sus proyectos, pero nosotros todavía lidiamos con la recolección de fondos", dijo el respresentante local del grupo, Randy Helton.
La experiencia de Kuge coincide con ese juicio. "La principal razón por la cual los consumidores compran nuestros productos es porque son de alta calidad, no porque los japoneses quieran evitar que los animales sufran experimentos dolorosos", se lamentó la empresaria. (FIN/IPS/tra-en/sk/cpg/mj/en if/96)