La violencia en las grandes ciudades de Brasil registró una explosión en la década del 80, con el aumento del tráfico y consumo de cocaína, y la policía se convirtió en factor de multiplicación de las muertes.
Brasil es uno de los países más violentos del mundo, con entre 24 y 24,9 homicidios anuales por cada 100.000 habitantes, según un estudio del experto colombiano Luis Ratinoff, presentado en el seminario del Banco Interamericano de Desarrollo celebrado a principios de este año en Washington.
El índice es menos de un tercio del 77 por 100.000 de Colombia, donde la violencia es generalizada e histórica, pero Río de Janeiro se acerca a ese nivel colombiano y Sao Paulo vive un auge de asesinatos que ya casi alcanzan a 50 por 100.000 habitantes.
La policía de Río aumentó su participación en la matanza desde el año pasado. Una estadística hecha por el diario Jornal do Brasil en base a datos oficiales apuntó que desde mayo de 1995 la Policía Militar viene matando un promedio de 20,55 personas por mes, contra 3,2 en los cinco meses anteriores.
A esto contribuye la polémica orientación del secretario estadual de Seguridad Pública, el general retirado Nilton Cerqueira, que ordena a sus efectivos a "tirar primero, averiguar después".
Esa "política de confrontación" tiene un estímulo material. Los policías ganan una cantidad adicional en caso de actos de valor, de los que la muerte de supuestos delincuentes es una prueba.
Pero también mueren inocentes. En las últimas semanas, dos niños de dos años fueron acribillados durante los tiroteos.
La Policía Militar de Sao Paulo se hizo conocida como la más violenta. En 1992 provocó 1.470 muertes, contra 1.074 en el año anterior, según datos oficiales recogidos por Americas Watch, una organización no gubernamental internacional de defensa de los derechos humanos.
Desde el año pasado, con el cambio de gobierno, esas muertes bajaron sensiblemente. Del promedio de 122,5 por mes en 1992, cayó a 31,16 en marzo-agosto de 1995 y a 15,6 entre septiembre y febrero últimos.
Está claro que la violencia policial depende de la orientación del gobierno del estado en su política de seguridad, evaluó el sociólogo Herbert de Souza, líder de numerosas luchas sociales en el país, como la campaña contra el hambre.
"La truculencia policial es producto de un gobierno truculento", como el que tiene Río actualmente, cuyo jefe de la Policía Civil, Helio Luz, afirma que "bandido no es ciudadano", en una sentencia previa de muerte, subrayó el sociólogo.
La población, especialmente la más pobre, queda entre los fuegos del "narcotrafico organizado y armado, de un lado, y la policía armada, violenta y corrupta, del otro", añadió.
La matanza policial no soluciona el problema de la delincuencia en las ciudades brasileñas, donde aumentan los homicidios, ni contiene el narcotráfico, generador del nuevo brote de violencia en la sociedad.
La violencia, de la cual el índice de homicidios es una medida reconocida, se generalizó en las grandes ciudades brasileñas en los años 80 con la circulación de la cocaína, recordó la antropóloga Alba Zaluar, del Instituto de Medicina Social de la Universidad Estatal de Río de Janeiro.
El narcotráfico empieza a desarrollarse antes, con la marihuana y el movimiento de contracultura que la acompanó a fines de los años 60, pero "sin las armas que trajo la cocaína", apuntó Zaluar.
Río se convirtió en la capital de la violencia brasileña en la década pasada, con los grupos de traficantes disputándose el mercado. El tráfico de cocaína se hizo un negocio de mucho dinero, que atrajo la violencia e hizo proliferar las armas en una dinámica mortal.
La tasa de homicidios triplicó en Río en los últimos 20 años, calculó Zaluar, quien atribuyó ese "crecimiento exponencial a la crisis institucional", que se refleja en la ineficacia y descrédito de la justicia, que es desigual para ricos y pobres, de la policía y del sistema carcelario.
Pero es en Sao Paulo donde la violencia, traducida en homicidios, crece más rápidamente en los últimos tiempos. Eso se debe, según la experta, a la expansión del crack, la cocaína preparada para fumar, un producto más barato que genera dependencia en poco tiempo.
Los narcotraficantes de Río, mejor organizados, impiden que el crack entre en sus dominios "para no perder el control de sus soldados", dijo Zaluar.
Decisiones del narcotráfico determinan así el grado de violencia que debe soportar la población, también sometida a políticas de seguridad pública que contribuyen al clima de inseguridad. (FIN/IPS/mo/ag/ip-pr/96)