Las repúblicas independientes del Báltico de Estonia, Letonia y Lituania se han visto involuntariamente inmersas en la caliente campaña política que transcurre en Rusia con miras a las elecciones presidenciales del 16 de junio.
El canciller de Estonia, Siym Kallas, declaró al diario ruso Segodnya que los partidos que postulan la restauración de la antigua Unión Soviética ganan fuerza. "Realmente tememos por nuestro pequeño país y nuestro pequeño pueblo", dijo.
"Vemos que estas actitudes se hacen cada vez más comunes en la Federación Rusa, un país grande y poderoso. Existe voluntad de expandir su influencia", sostuvo Kallas.
Por su parte, el embajador de Estonia en Moscú, Mart Helme, fue convocado por la Cancillería de Rusia el día 8, a causa de declaraciones suyas en las que afirmaba que su país sufría "una amenaza específica" pues "el nacionalismo militante triunfó" en la federación.
Moscú negó que exista un complot y replicó con acusaciones de discriminación antirrusa en las repúblicas bálticas. El gobierno de Rusia dijo oficialmente el lunes que algunos aspectos de las leyes de ciudadanía de Letonia atentan contra las convenciones europeas de derechos humanos.
La etnia rusa en Letonia constituye 34 por ciento de la población, declaró una delegación de Moscú ante la Organización de Seguridad y Cooperación de Europa que también dijo defender a los rusos en Estonia y Lituania.
Los problemas de los rusos que viven en países independientes otrora integrantes de la disuelta Unión Soviética son una cuestión reiterada en los discursos de los candidatos.
Las soluciones que proponen varían de meras excentricidades a la amenaza directa, pero todas atentan, de alguna manera u otra, con la soberanía de Estonia, Letonia y Lituania.
El ultranacionalista ruso Vladimir Zhirinovsky juró que "liquidará" la independencia de las repúblicas bálticas si resulta electo presidente en junio.
El diputado Alexander Nevzorov proclamó que la Federación Rusa "recuperará" los tres estados, y alertó que esta vez "habrá incluso más víctimas" que cuando fueron conquistados por Stalin en 1940.
La Unión de Todo el Pueblo de Rusia, partido liderado por el portavoz de la Duma (parlamento), Sergei Baburin, reivindicó para este país el territorio de Klaipeda, en la costa de Lituania sobre el mar Báltico.
De estos tres dirigentes, sólo Zhirinovsky es candidato a la Presidencia de la Federación, pero todos los comentarios referidos a las repúblicas bálticas durante la campaña elevaron la tensión dentro de ellas mientras permanece flanqueándolas la zona militar rusa de Kaliningrad como una amenaza latente.
El problema se acentuó con la determinación de los candidatos a que los rusos que viven en el Báltico voten en las elecciones, para lo cual han dispuesto distritos electorales en los tres países como si formaran parte del territorio de la federación.
Baburin reclamó la instalación de 25 distritos electorales en Estonia, 10 en Letonia y cinco en Lituania.
Los ciudadanos rusos que viven en el Báltico, muchos de los cuales emigraron allí durante el período soviético, están habilitados para votar en misiones diplomáticas, como disponen las convenciones de Viena de 1961 y 1963.
Unos 2.000 rusos de un total de 10.500 votaron en la embajada de la federación en Vilnius en las elecciones parlamentarias de diciembre pasado, mientras en Klaipeda lo hicieron 790 de 2.000.
Alrededor de 310.000 rusos viven en Lituania, cerca de 8,5 por ciento del total de la población de 3,7 millones de personas. La mayoría de ellos son ciudadanos lituanos y no pueden votar en las elecciones de Rusia, dijo el secretario de la Cancillería de Lituania, Albinas Januska.
Cuando Kallas dijo al diario Segodnya que las elecciones produjeron un floreciente movimiento político tendente a la reconquista de las naciones del Báltico habló en nombre de estonianos, letones y lituanos de toda la región.
La Unión de Todo el Pueblo de Rusia afirma que Klaipeda, a la que describió como "parte histórica" de la Prusia germana, fue transferida a la Unión Soviética, no a Lituania, en la conferencia de Potsdam a la que asistieron las potencias victoriosas de la segunda guerra mundial.
El partido de Baburin declaró que la "República Socialista Soviética de Lituania" apenas tuvo "responsabilidad administrativa" sobre esas tierras y que, cuando el país báltico declaró disuelta su pertenencia a la Unión Soviética, Klaipeda retornó a Rusia, heredera de la antigua potencia comunista.
El historiador lituano Juozas Tumelis replicó que Klaipeda fue parte de la "Klein Litauen" (pequeña Lituania), una región histórica conquistada por tribus primitivas bálticas hoy extintas.
Después de la primera guerra mundial, el norte de Klein Litauen pasó a formar parte de Lituania, mientras el sur quedó bajo control alemán.
En 1925, 50,8 por ciento de los ciudadanos de Klaipeda se consideraban lituanos, 41,9 por ciento se decían alemanes y 7,3 por ciento, entre ellos un puñado de rusos, reivindicaban otras necesidades.
Klaipeda fue conquistada por el régimen nazi de Alemania en marzo de 1939 que, derrotado, perdió el territorio al fin de la segunda guerra mundial.
La Cancillería de Lituania dijo en un comunicado que estas discusiones afectan en forma negativa las relaciones de su país con Rusia y el diálogo constructivo entre ambos.
Vilnius también se lamentó por los ejercicios militares realizados por Rusia en marzo en su enclave de Kaliningrad, territorio al que muchos lituanos consideran parte de Klein Litauen.
Estos juegos de guerra involucraron bombardeos desde embarcaciones rusas en áreas del mar Báltico reclamadas por los dos países, así como prácticas de desembarco anfibio.
La Cancillería de Lituania se quejó por la falta de información previa de esos ejercicios por parte de Moscú. Pero el Parlamento resolvió a mediados de mayo permitir una visita amistosa de barcos de guerra de la federación al puerto de Klaipeda.
La moderada respuesta de Lituania a la "guerra sicológica" de Rusia es demasiado débil, según el dirigente opositor Vytautas Landsbergis, quien mencionó varias hipótesis militares de Moscú de ataque al Báltico.
La intención de Rusia, según Landsbergis, es la creación de una guerra fría a pequeña escala para recordar a Occidente y a los países bálticos que la región es considerada de interés estratégico y que habrá intervención directa si las circunstancias, a su parecer, lo exigen. (FIN/IPS/tra- en/eb/rj/mj/ip pr/96)