El dominicano Joaquín Balaguer, considerado el último sobreviviente de la era de los caudillos latinoamericanos, abandona el poder a los 90 años y el continente coloca una lápida sobre una estructura política que nadie quiere recordar.
Balaguer ya era ministro en República Dominicana cuando más de la mitad de los electores actuales del país aún no había nacido. Y desde entonces su carrera prácticamente se confundió con la historia política de esa pobre nación que comparte con Haití la isla la Española, en el Caribe.
La arbitrariedad, el fraude y la corrupción fueron los rasgos principales de sus 46 años de poder, algo en lo que no se fdistinguió demasiado de los dictadores Alfredo Stroessner (Paraguay), François Duvalier (Haití) o Anastasio Somoza (Nicaragua), sólo para mencionar algunos.
America Latina se quedó sin caudillos, figura política que gobernaba una nación como si fuera su hacienda y tutelaba a sus habitantes como si se tratara de hijos sumisos.
Ese personaje, estereotipado por la prensa europea y estadounidense como símbolo del atraso político, abandona definitivamente la escena latinoamericana pero el cierre de ese capítulo histórico tampoco genera grandes alegrías.
El nepotismo es aún una arraigada tradición en la política regional, que dejó atrás la gobernabilidad absoluta del caudillismo para pasar a la ingobernabilidad crónica.
La gran mayoría de los partidos políticos latinoamericanos aún no logró asumir una identidad propia tras la desaparición de los caciques. Y los pocos partidos que surgieron sin la tutela de figuras carismáticas tratan a duras penas de sobrevivir a la crisis de las ideologías.
Al igual que otros caudillos, Balaguer, ciego y casi paralítico, deja grandes interrogantes a su sucesor.
¿Cómo reconstruir un país que ha vivido durante décadas a la sombra de un gran padre? ¿Cómo reorganizar una burocracia estatal que sólo ha conocido el nepotismo y la corrupción como ambiente de trabajo?
¿Cómo cambiar el papel de una policía y de un ejército que se mueven en la arbitariedad y la violencia desde hace más de 70 años? Y principalmente, ¿cómo convencer a los dominicanos que ahora todo puede ser distinto?
Todas esas preguntas podrían ser planteadas a la mayoría de los países latinoamericanos, tanto a los que recién salieron de la era del caudillismo como a los que se libraron de ellos anteriormente.
Se podría decir en ese sentido que los caudillos se fueron pero los efectos del caudillismo aún están muy presentes.
Y todo se da en un contexto en el que la incertidumbre, la inseguridad y la ingobernabilidad despiertan otra vez en la población de la región el deseo de una mano dura.
El año pasado, 78 por ciento de los costarricenses manifestaron la "necesidad de un hombre fuerte y decidido que ponga orden en el caos", según reveló una encuesta de la Universidad de Costa Rica, país sin embargo considerado ejemplar en materia de democracia. (FIN/IPS/cc/dg/ip/96)