La aplicación en Cuba de una reforma laboral que pondrá fin a la política oficial de más de 30 años de pleno empleo tropieza con una rara paradoja: la población prefiere no trabajar a hacerlo en determinados oficios.
"¿Constructor?…ni que yo estuviera loco", fue la reacción espontánea de Abelardo Gutiérrez cuando la dirección de su antigua empresa le ofertó calificarse como albañil para ocupar una plaza en una brigada de construcción.
A los 37 años, Gutiérrez sólo ha trabajado en labores fáciles, como mensajero, portero y vigilante de almacén, y le "tiene pánico a doblar el lomo" bajo el sol asfixiante que castiga casi todo el año a los habitantes de la isla del Caribe.
Hace cinco meses que vive del subsidio estatal, 60 por ciento de su antiguo salario, y espera que pasen unos meses más de sus "vacaciones involuntarias" para decidir qué hacer con su vida.
"Vendedor de baratijas, pintor de autos por cuenta propia, negociante en el mercado negro… Yo hago cualquier cosa, menos meterme en la construcción o en la agricultura", dijo.
Aunque no todos los cubanos son iguales, lo cierto es que Gutiérrez representa un grupo bastante amplio de la población, que tiende a rechazar el trabajo en los sectores de la economía más necesitados de mano de obra.
El es uno de los 100.000 trabajadores "sobrantes" como consecuencia del proceso de reestructuración del empleo, iniciado por el gobierno de la isla en 1995.
La reorganización laboral forma parte de una reforma empresarial que incluirá el cierre o la reestructuración de no pocas empresas y la cancelación de una gran cantidad de plazas sin respaldo productivo.
Cuba tomó el rumbo de las transformaciones económicas en 1993, cuando la peor crisis de las últimas décadas situó al gobierno en un callejón sin salida: para sobrevivir había primero que cambiar.
En una primera etapa el paquete de reformas incluyó la legalización del dólar, el saneamiento de las finanzas internas, la desaparición de un grupo de gratuidades históricas y el surgimiento de nuevas tasas, tarifas e impuestos.
José Luis Rodríguez, ministro de Economía y Planificación, anunció a finales de 1994 que había llegado el momento de pasarional de Investigaciones Económicas, indican que la magnitud de fuerza de trabajo potencialmente subempleada en el país caribeño sería cercana al millón de personas.
Paradójicamente, en una ciudad como La Habana, donde se prevñe que sobren miles de trabajadores en varios sectores de la economía, existen 22.000 plazas disponibles que la mayoría de los "sobrantes" no parecen dispuestos a ocupar.
"Sólo el sector de la construcción necesita de unas 6.000 personas que trabajen como albañiles, carpinteros, plomeros y soldadores. En la capital hay un gran déficit de maestros primarios y de personal de apoyo en el sistema de la salud", señaló Ross este miércoles.
De acuerdo a la CTC, el Estado dispone de tierras para entregar en usufructo a unas 500.000 personas que decidieran asentarse en los campos con su familia.
Fuentes especializadas aseguran que los desempleados cubanos son en su mayoría jóvenes, de 20 a 29 años, con un ligero desplazamiento hacia edades de entre 30 y 39 años, graduados de enseñanza media y técnicos medios.
Pero, independientemente de la edad, a través de los años la mayoría de los cubanos se acostumbró a un excesivo paternalismo del Estado, a ganar su salario trabajando o no y a aspirar a ser universitarios para ganarse una vida lo más lejana posible de la producción.
Las políticas de la educación masiva, incluida la universitaria, y del pleno empleo crearon, según los especialistas, serias distorsiones económicas que llegaron a su punto culminante al arribo a la edad laboral de los nacidos durante la explosión demográfica de los años 60.
Un estudio oficial señala que durante el decenio 1981-1990 la población en edad laboral creció en más de 1,3 millones de personas y la creación de empleos se mantuvo a un ritmo de 110 mil nuevas plazas por año.
"Si bien la política de empleo implementada en los años ochenta fue muy exitosa en cuanto a sus objetivos sociales, no fue igualmente fructífera en cuanto a sus objetivos eco-nómicos", dijo Angela Ferriol, que evaluó el descenso anual de la productividad como una de sus peores consecuencias.
Especialistas locales consideran indispensable para el despegue de la economía tanto la reestructuración laboral como la reconversión tecnológica y otros elementos que integran la incipiente reforma de la empresa estatal cubana.
"Sobrantes" o desempleados temporales, lo que sí parece claro es que, en la mayoría de los casos, las víctimas de la reforma no están tan necesitadas como para aceptar cualquier oferta por el simple hecho de tener un empleo.
"El cubano prefiere vivir del invento antes que trabajar en la agricultura o la construcción", observó Marianela Pérez.
Esta ciudadana no se explica "cómo se puede vivir sin un salario fijo en un país donde desde los alimentos hasta la ropa más necesaria son tan caros". (FIN/IPS/da/dg/pr-if/96)