Los trabajadores de Tailandia, armados con las libertades que conquistaron arduamente cuando provocaron la caída del régimen militar en 1992, emprenden ahora protestas cada vez más radicales contra los bajos salarios, que en ocasiones son de apenas dos dólares al día.
Los sindicatos se lanzaron a una movilización en procura no sólo de mejorar sus ingresos sino también por derogar las leyes laborales vigentes desde los gobiernos autocráticos, que coliden con la libertad de agremiación y la negociación colectiva.
Existe, además, el riesgo de que surjan brotes de xenofobia, pues unos dos millones de inmigrantes aceptan trabajar por la mitad del salario mínimo.
Aún están frescas en sus memorias las decenas de muertes de trabajadores y estudiantes tailandeses hace cuatro años, en los choques con el ejército registrados durante las manifestaciones en favor de la democracia.
Las protestas por reivindicaciones laborales crecieron y se agudizaron en los últimos tres meses. Los trabajadores industriales de Bangkok no se conformaron con bloquear las calles, pues también tomaron como prisioneros a gerentes de fábricas durante varios días.
Unos 10.000 granjeros y desempleados rurales marcharon sobre la capital tailandesa la semana pasada para protestar contra el fracaso del gobierno en mejorar sus condiciones de vida.
Para ellos, la construcción de rascacielos en Bangkok es un amargo recordatorio de que el desarrollo económico del país parece haber beneficiado a unos pocos.
Esto se refleja en la creciente brecha entre ricos y pobres, según Medhi Krongkaew, economista de la Universidad Thammasat, en Bangkok. "Pocas personas fuera del país conocen la verdadera situación de la pobreza y la inequidad en la distribución del ingreso", dijo.
Los sindicatos atribuyen al esfuerzo de los trabajadores el alto crecimiento económico de Tailandia en el último decenio, pero afirman que no recibieron los beneficios.
Este lamento gana fuerza en un país en el que el crecimiento coincide un salarios reducidos, al igual que en otros del sudeste de Asia. Y el trabajo se abarata aun más cuando los empleadores recurren a mano de obra importada.
"Los sindicatos se fortalecen y los trabajadores no están dispuestos a seguir haciendo concesiones", dijo Bundit Thanachaisethavut, de la fundación de investigaciones sindicales Arom Pongpangan.
La lista de quejas también incluye falta de seguridad en los lugares de trabajo e inadecuadas leyes laborales, rémoras de los sucesivos regímenes militares que reprimieron la actividad sindical.
El gobierno que cayó en mayo de 1992, acusado del secuestro y asesinato del entonces popular dirigente sindical Thanong Pho-an, líder de las movilizaciones contra el régimen, aprobó una ley que negó la libertad de agremiación y el derecho a la negociación colectiva.
La sanción de esa norma produjo la reducción de la afiliación a los sindicatos a menos de diez por ciento de los 33,8 millones de trabajadores tailandeses, según sus dirigentes, para quienes la presión obligará al parlamento a aprobar una nueva ley.
Pero la nueva legislación es apenas el primer paso en lo que se supone una larga batalla por el aumento de salarios, que incluye presión sobre los empresarios para que dejen de apelar al trabajo inmigrante barato.
El Ministerio del Interior de Tailandia informó que en 1995 existían en el país unos 590.000 trabajadores clandestinos procedentes, fundamentalmente, de Cambodia, Laos y Myanmar. El mes pasado, en un informe al parlamento, esa cifra saltó a más de dos millones.
Muchos de ellos aceptan ganar la mitad del salario mínimo legal fijado en cuatro dólares por día. "No estamos contra los trabajadores extranjeros. De hecho, queremos que se les pague como si fueran tailandeses", dijo Suvit Hathong, presidente del Congreso del Trabajo.
De todos modos, los empresarios insisten en que el trabajo inmigrante barato en la agricultura, la pesca, la construcción, el transporte y la industria textil es clave en el crecimiento económico del país, que asciende a más de siete por ciento anual.
La junta de Comercio de Tailandia exhortó en agosto del año pasado al gobierno, en una carta al primer ministro Banharn Silpa- Archa, a que se normalizara la situación de los trabajadores inmigrantes.
"El problema es serio, porque la industria tailandesa, hasta ahora, contó con la disponibilidad del trabajo barato para mantener sus ganacias, y nunca intentaron entrenar a sus empleados para que accedieran a puestos mejor remunerados", dijo el economista Pasuk Pongphaichit. (FIN/IPS/tra-en/tg/cpg/mj/lb/96)