Sakue Shimomura tenía solo seis años de edad cuando Estados Unidos lanzó su segunda bomba atómica sobre el imperio japonés durante la Guerra del Pacífico (1941-1945).
"Las niñas estaban saliendo del refugio antiaéreo cuando se produjo la tremenda explosión", recordó. "Sentí pánico. Cuando abrí los ojos mis amigos gritaban de dolor. Una niña junto a mí estaba cubierta de grandes ampollas rojas. Murió pocos días más tarde…".
Esas escenas permanecieron vívidas en su memoria mas de 50 años despues que los aviones estadounidenses bombardearon la ciudad suroccidental japonesa de Nagasaki.
Desde entonces, hubo algo más que no ha podido apartar de su mente, el miedo a las enfermedades y la negligencia oficial.
La diminuta mujer, que perdió su madre y su hermana en aquel día fatídico, 9 de agosto de 1945, es uno de los pocos sobrevivientes que quedan para testimoniar el horror de las armas nucleares.
No obstante, mientras padeció de distintas enfermedades que los médicos han asociado con la contaminacion radiactiva, la mujer de 57 años se mantuvo libre de cáncer, un mal que afectó y mató a la mayoría de los que sobrevivieron al estallido.
Más de 78.000 personas perecieron instantáneamente cuando la bomba fué arrojada en Nagasaki. Tres días antes, Hiroshima, otra ciudad costera al norte de aquí, sufrió idéntica devastación.
Desde entonces, ambas ciudades fueron reconstruídas y recuperaron su prosperidad, pero las heridas dejadas por los bombardeos atómicos siguen frescas entre los sobrevivientes, que acusan a las autoridades niponas de descuido y falta de ayuda.
En la actualidad, 60.000 sobrevivientes de la bomba atómica o "hibakusha", como se los denomina, permanecen en Nagasaki. Según estadísticas del gobierno, más de 1.000 -la mayoría sexagenarios- mueren cada año de cáncer, leucemia y otras enfermedades ligadas a las radiaciones.
Muchos pasan sus ultimos días en el Hospital de la Bomba Atómica, uno de los dos edificios de la ciudad que lleva el nombre "bomba atómica". El otro, es el museo homónimo inaugurado la semana pasada.
El hospital es gris y tiene un ambiente de presagio, con médicos y enfermeras siempre apurados. En el multimillonario y resplandeciente museo, el clima es más calmo y los visitantes son llevados a través de pabellones donde todos los objetos subrayan los horrores de las explosiones nucleares.
"El enorme contraste entre el lujoso museo y la existencia de los sobrevivientes, plagada de lucha y ansiedad, es tan dolorosamente irónico que casi me provoca risa", comentó Toshio Tomoike, uno de los dos consejeros empleados por el gobierno local para atender a sobrevivientes afectados por males vinculados a las radiaciones atómicas.
Tomoike ya perdió la cuenta pero calculó que en el curso de tres décadas brindó ayuda a más de 10.000 pacientes en el hospital.
"Muchas de esas personas ahora estan viejas, enfermas y muy preocupadas por su futuro", dijo. "El gobierno de la ciudad ha gastado mucho en el nuevo museo pero no lo suficiente para aliviar los sufrimientos de los sobrevivientes de la bomba atómica".
La batalla para obtener más apoyo librada por los sobrevivientes ha tenido poco éxito en el último medio siglo.
No obstante, en julio pasado, se produjo un vuelco cuando el primer ministro socialista Tomichi Murayama prometió a los sobrevivientes de más edad mejor asistencia médica y mayores compensaciones sociales.
Desafortunadamente, la decisión llegó muy tarde para muchos pacientes que murieron o lucharon duramente contra las consecuencias de las radiaciones antes de sucumbir.
Shimomura, que padeció varias operaciones para extraerle raras malformaciones en el cuerpo, ha debido pagar miles de dólares durante años en concepto de tratamientos médicos y, hasta ahora, nunca fué indemnizada.
Esto se debió a que no está en posesión de documentos especiales referidos a la bomba atómica, que el gobierno nipón distribuyó poco despues del final de la contienda. Por alguna razón, la omitieron, lamentó la mujer.
Entretanto, la ayuda financiera a la que tiene derecho como sobreviviente, alrededor de 30.000 yen (300 dólares) mensuales, apenas le permiten mantenerse. Para peor, su marido está postrado en una cama con síntomas de cáncer.
"¿Cómo voy a sobrevivir?…¿Qué haré sin mi marido? Mi otra preocupación son mis hijos que tambien sufren de problemas a la glándula tiroidea", lamentó.
Los sondeos realizados por el consejero Tomoike indicaron que el mayor problema que afecta a los sobrevivientes de la bomba y sus hijos es la ansiedad por su futuro.
"Cuando comencé a trabajar con esta gente lidiaban contra las penurias económicas. Sin embargo, con la edad y mejor tratamiento médico, su mayor preocupación es ahora la manera de afrontar un futuro plagado de perspectivas de enfermedad y sin apoyo adecuado", dijo.
Tomoike, un empleado público, se cuida de no criticar al gobierno, pero admite que hay una definitiva necesidad de más médicos para aconsejar a los sobrevivientes que, a su vez, dan más dinero para el cuidado de su salud. "El Hospital de la Bomba Atómica no tiene una sección psiquiátrica para apoyar a los pacientes. ¿No resulta increíble?…", comentó. (FIN/IPS/tra- en/sk/cpg/ego/he).
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