capital haitiana siguen empapeladas con la foto electoral del ex presidente Jean Bertrand Aristide abrazado a su aliado y actual sucesor, René Preval, pero la lejanía entre ambos es patente.
El tema, quemante hoy en día, de las privatizaciones, es el motivo más visible del silencio de Aristide, que se torna teatral y elocuente mientras el país y la comunidad internacional esperan su opinión.
Y es que en Haiti la palabra de Aristide no es inocua: puede originar un período de calma y resignación o incendiar al país.
Las organizaciones de base de Cité Soleil, el vasto barrio popular vecino al puerto, siguieron este domingo con cierta tensión el final de un seminario de tres días convocado por la Fundación Aristide por la Democracia, en el que se esperaba una toma de posición del ex presidente.
Algunos dirigentes y vecinos incluso se acercaron hasta la sede de la Fundación, junto a los periodistas, a ver qué pasaba, pero Aristide no habló, como se había anunciado. Ni siquiera estaba allí.
Sin embargo, el seminario adoptó una resolución contra la política económica neoliberal, en la que estaban comprendidas las privatizaciones .
Estaban presentes unos 90 representantes de organizaciones populares de todo el país, incluídos los dirigentes de las nueve empresas estatales marcadas por el gobierno y el Fondo Monetario Internacional (FMI) para su pronta privatización.
La ausencia de Aristide, explicó un vocero, fue intencional: evitar que se vincule al ex mandatario con los vociferantes reclamos.
Porque Aristide, dijo, se pronuncia más bien por un diálogo nacional, en busca de un "compromiso" que armonice las angustias del gobierno y los intereses de los trabajadores estatales.
Participación versus "dictadura" fue lo que demandaron, más claramente, los participantes en el seminario.
Pero, a juzgar por las declaraciones oficiales, parece que no queda mucho tiempo para el diálogo: las empresas estatales de cemento y molinos están ya en proceso de licitación, y el presidente Préval anunció que las restantes estarán en oferta en las próximas semanas.
El día 15 llegará a Puerto Príncipe una misión conjunta del FMI y el Banco Interamericano de Desarrollo (BID) a evaluar la aplicación de un programa de ajuste estructural que debería en el corto plazo eliminar subsidios, reducir aranceles y liberalizar los regímenes de cambio y precios.
Los acuerdos fueron anunciados por Préval y las agencias financieras durante la visita presidencial a Washington, el 22 de marzo.
Se trata, dijo la semana pasada en la capital estadounidense Leslie Manigat (asesor privado de Préval), de una cirugía sin anestesia que el gobierno se ve forzado a aplicar, bajo riesgo de perder un financiamiento vital por más de 200 millones de dólares.
No es un secreto que la economía de Haití está en ruinas y que el Estado se encuentra en bancarrota, con un déficit de más de 160 millones de dólares en un presupuesto fiscal que depende en más de 50 por ciento de la financiación externa.
Cuando era presidente, Aristide se opuso tenazmente a las privatizaciones y al ajuste estructural propiciado por el FMI. Su breve gobierno enfatizó la acción humanitaria sobre problemas sociales urgentes.
Sin duda, el ex sacerdote -militante de la Teología de la Liberación- no es exactamente un favorito de las agencias financieras internacionales.
Informalmente, los diplomáticos extranjeros suelen opinar que su discurso es populista, reiterativo, tosco y efectista, que tiene ambiciones desmedidas, que su estilo es pomposo, cortesano, imperial.
En comparación, continúa el corrillo diplomático, Préval, el primer ministro Rony Smarth y los asesores como Leslie Voltaire son intelectuales izquierdistas educados en el extranjero, técnicos ajenos a la pompa y el protocolo tradicionales en el gobierno haitiano.
Pero "Aristide habla el lenguaje de la gente, casi siempre un creole simple y repetitivo, lleno de alusiones indirectas, típicas de los haitianos", comentó un funcionario de Naciones Unidas.
En torno a Aristide, todas las especulaciones son posibles, y algunas de ellas ocultan un sinuoso desdén por el cura popular, pequeño y más bien feo que se erigió desde el púlpito en profeta de su gente.
Aristide, dijo a IPS el primer ministro Smarth, es un símbolo, una figura histórica" de la lucha de los haitianos contra las interminables, insaciables dictaduras.
Pero el papel de "símbolo" es más honorífico que presente.
Aristide, parece, piensa de otra manera. Su Fundación por la Democracia no es un mero foro de diálogo, sino el centro cada vez más visible de una acción política independiente.
Nadie sabe a ciencia cierta si en el corazón de Aristide se anidan ambiciones desmedidas, pero a nadie le cabe duda alguna de que el gobierno de Préval necesita de su apoyo -o al menos de un silencio simpático- si no quiere un cinturón de motines y fuego a su alrededor. (FIN/IPS/ak/dg/ip/96).