María Rosa Henson recuerda hasta hoy cada palabra y cada nota de "Huks", canción que, hace medio siglo, entonaban las guerrillas que luchaban en Filipinas contra las fuerzas imperiales de Japón, durante la segunda guerra mundial.
Una frase de este himno es, para ella, particularmente conmovedora. "Los fascistas japoneses, la escoria de nuestra raza, deberán ser derrotados. Se alzaron con nuestras posesiones y violaron a nuestras mujeres…"
"Cuando canto esta línea, me digo: 'Yo soy una de esas mujeres"', dijo Henson, hoy una bisabuela de 68 años que se gana la vida lavando y cosiendo ropa.
Henson fue una de las 200.000 "mujeres de placer" que, en toda Asia, el ejército japonés mantuvo en cautiverio dentro de burdeles durante la segunda guerra mundial.
Las mujeres sometidas a esclavitud sexual procedían de los actuales territorios de Corea del Sur, China, Filipinas, Indonesia y Taiwan.
Henson escondió su pasado a sus propios hijos hasta hace cuatro años. En abril de 1943, cuando tenía 15 años, integraba un grupo rebelde que luchaba contra la invasión cuando fue secuestrada por soldados japoneses en la provincia de Pampanga, al norte de Manila.
En su segundo día de cautiverio, la joven que soñaba convertirse en médica fue violada por 24 soldados. "Hicieron cola fuera del cuarto para esperar su turno", recordó.
Estuvo a disposición de los soldados japoneses, hasta 20 por día, durante los siguientes nueve meses. Fue golpeada y torturada por soldados que llegaban a las "estaciones de placer". Ni siquiera las enfermedades le dieron un respiro de su sufrimiento diario.
"Podría haber escapado o cometido suicidio. Lo único que evitó que me matara fue el recuerdo de mi madre", escribió Henson en una autobiografía que se publicó el mes pasado, que es también una revisión de la historia de Filipinas a través de su vida antes, durante y después de la segunda guerra mundial.
Durante décadas, fue perseguida por su propio pasado. Su martirio comenzó a los 14 años de edad, cuando el mismo capitán japonés que luego comandaría la "estación de placer" donde la recluyeron la violó.
"¿Por qué no trato de escapar? Porque podrían matarme", se repite, más de 50 años después de su tragedia. "Fui violada por los japoneses", garabateaba en pedazos de papel que luego rompía. Se sentía tan sucia que creía no merecer que una iglesia la recibiera.
Henson guardó su secreto de todos quienes la rodeaban, excepto su madre Julia y su marido Doming, un dirigente del movimiento campesino socialista Huk que murió más tarde en un choque entre militantes y soldados del gobierno de Filipinas.
Estaba colgando ropa para secar la mañana del 30 de junio de 1992 cuando una voz en la radio llamó a las "mujeres de placer" sobrevivientes a que salieran a la luz y denunciaran sus casos. Quedó congelada. "El cuerpo me temblaba. Miré alrededor para ver si alguien me estaba observando", dijo a IPS.
Tres meses más tarde, escuchó otro llamado en la radio. Llorando, le dijo a su hija Rosario: "Yo soy esa mujer de la que hablan." Hasta ese día, la posibilidad de que sus hijos se avergonzaran de ella la había aterrorizado.
Henson fue la primera "mujer de placer" filipina que hizo pública su historia. Desde entonces, viajó a Tokio varias veces para brindar testimonio de su caso y querellar al gobierno de Japón, junto a otras víctimas, en procura de una compensación por su sufrimiento.
En sus visitas, conoció a japoneses "cálidos y hospitalarios, muy diferentes a los soldados con los que me topé hace 50 años", escribió Henson, también conocida como Lola Rosa o Abuela Rosa.
Algunos vecinos la tildaron de aventurera o prostituta cuando publicó su libro. Pero "fue como si me hubiera arrancado una espina del pecho", dijo.
Ahora, no siente ira ni amargura, aunque querría una compensación justa para ella y otras "mujeres del placer", con el fin de restaurar su honor. "A veces pienso todo lo que tuvimos que esperar. Ya somos viejas", se lamentó.
Henson vio lo peor de la vida, pero también lo mejor, incluso entre los ciudadanos japoneses que prestan ayuda a las víctimas de los soldados de ese país durante la guerra.
A 52 años del fin de su esclavitud sexual, María Rosa Henson está feliz en compañía de 12 nietos y 18 bisnietos. Y, como exorcisó el fantasma de la guerra, ganó en su propia alma la batalla contra los soldados que abusaron de ella. (FIN/IPS/tra- en/js/cpg/hd/96)