Educación y capacitación son las palabras mágicas que el discurso modernizador latinoamericano ofrece a los trabajadores para superar la inseguridad y los bajos salarios que caracterizan al actual escenario del empleo.
La propuesta es educar y capacitar para elevar la calificación de la mano de obra, aumentar la productividad del trabajo, mejorar la competitividad de las exportaciones regionales y generar más recursos para subir las remuneraciones y combatir la pobreza.
La insuficiente generación de empleos y la falta de avances en materia de equidad configuran los flancos más débiles del recuperado crecimiento de la economía en la presente década, según la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (Cepal).
En Chile y Brasil, el 10 por ciento más rico de la población capta más de 40 por ciento de los ingresos totales, mientras en Argentina el porcentaje de desocupados llegó a 20 por ciento de la fuerza laboral a mediados de 1995.
Pero la tendencia, más o menos generalizada en la región, no ha sido sólo al incremento del porcentaje de desocupados, sino también al deterioro de la calidad de los puestos de trabajo, dando cauce a lo que se conoce como precariedad del empleo.
La fábrica, la burocracia y los servicios estatales, los bancos y las grandes empresas privadas o del sector público dejaron de ser sinónimo de empleo seguro, con estabilidad laboral y regímenes salariales adecuados.
El mercado laboral se tornó precario desde la crisis recesiva de los años 80 y la recuperación regional de la presente década, basada en las desregulaciones, la apertura comercial y los equilibrios fiscales, ha sido incapaz de revertir esa situación.
La fuerza de trabajo de América Latina y el Caribe creció de unos 95 millones de personas en 1980 a más de 140 millones en 1994.
En ese período de 14 años se mantuvo prácticamente inalterable en números absolutos, pero obviamente con reducción porcentual, el empleo en el sector público, las grandes empresas privadas y en el sector agrícola.
Los empleados en empresas privadas y pequeñas crecieron en cambio de 10 millones a 25 millones, y el sector informal se duplicó, de 20 a 40 millones, mientras los desocupados urbanos crecían de cinco a ocho millones.
En Lima, Miguel Angulo perdió su empleo en un banco durante la recesión a mediados de los años 80, y se transformó en cambista callejero para llegar a ganar durante la época de mayor inestabilidad cambiaria, hasta 150 dólares por día.
Angulo dijo a la revista América Economía que aún ahora, en que el precio del dólar tiende firmemente hacia la estabilidad, seguirá instalado en la calle con su calculadora y los grandes fajos de billetes en este oficio semiinformal.
Hoy, con suerte, sus utilidades son de 15 dólares al día mediante sus tratos con turistas en el elegante distrito de Miraflores, mucho más de lo que ganaría en una fábrica, donde el salario semanal es del orden de los 14 dólares.
En Santiago de Chile, Martín Correa ejerce también en las calles céntricas como "controlador de frecuencias", pomposo nombre para un trabajo que consiste en indicar a los conductores de una línea de omnibuses los min provoquen pérdidas de empleo en actividades que dejarán de ser viables si no cuentan con apoyo para su reestructuración.
Otro de los riesgos está en que el incremento de la competitividad internacional de actividades dinámicas se base en técnicas que suponen un uso poco intensivo de mano de obra, lo que limitaría la generación de empleo directo.
La posibilidad de que gran parte de los nuevos empleos se concentren en ramas poco productivas, que seguirían dejando al margen de la modernización a un número importante de trabajadores, es otra de las advertencias de Cepal.
Si la demanda de personal con calificaciones específicas es superior a la oferta, se producirían grandes diferencias salariales por períodos prolongados en cada sector y aún dentro de un mismo estrato de trabajadores.
Para la Cepal están por último los riesgos de aumentar la distribución asimétrica de los ingresos, en caso de que en las ramas más dinámicas no haya una correlación entre productividad y salarios, debido a factores tecnológicos y sociopolíticos. (FIN/IPS/ggr/dm/lb-if/96)
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