A falta de cuatro años para el siglo XXI, la construcción de la democracia en Paraguay aún se empantana en los resabios de una de las más largas y oprobiosas dictaduras que registra la historia contemporánea de América Latina.
Parecería que las estructuras dictatoriales y la codicia por el poder absoluto todavía perviven en quienes fueron corresponsables del estado de terror, destrucción y muerte que imperó en la sociedad paraguaya.
Asimismo, parece evidente que el restablecimiento del orden jurídico constitucional de la nación y el limitado ejercicio democrático que ello proporciona resultaron elementos suficientes para hacer olvidar ese obscuro pasado a su actual mandatario y al conjunto social paraguayo.
No de otra forma se puede entender la nueva irrupción en el escenario político del general Lino César Oviedo, quien en una clara demostración de fuerza y de vigencia del poder militar, desafió la voluntad popular de caminar hacia la consolidación del sistema democrático, instaurado verdaderamente a partir de 1993.
De igual manera, incomprensibles serían las reacciones tímidas y tardías de las instituciones democráticas así como de una parte de la población frente a un hecho que al revivir el fantasma dictatorial exigía el inmediato y más absoluto rechazo.
Afortunadamente, la juventud de ese país, que ha vivido el capítulo correspondiente al ocaso de la tiranía de Alfredo Stroessner (1954-1989), tuvo los suficientes arrestos para ganar las calles e impedir con el valor de sus protestas que la naciente democracia fuera aniquilada por el golpismo militar.
Un valor y capacidad de decisión que debió prevalecer en el gobierno desde el inicio del repudiable hecho, para enfrentar firme y oportunamente la actitud de Oviedo y no exponer a la democracia al chantaje y menos aún a una eventual desaparición.
La prueba experimentada en estos últimos días por el regimen democrático paraguayo no fue salvada aún, pues ha dejado expuesto el problema de la real subordinación del poder militar al poder civil.
Efectivamente, a pesar de no mantener una estructura de poder militar sobre el civil definida como en el caso de las fuerzas armadas chilenas, no es menos cierto que algunos altos mandos militares no han resignado su presencia en la vida política de la nación.
El general Oviedo, con sus nostalgias del poder, es un peligroso ejemplo de lo afirmado.
Es preciso que el conjunto social y las fuerzas armadas paraguayas realicen esfuerzos tendentes a despejar y desmontar si fuere el caso, cualquier estructura que implique el no sometimiento militar al poder civil.
Además, es fundamental que hoy, cuando los militares de las naciones latinoamericanas han iniciado un proceso de transformación para asumir un nuevo papel dentro de la sociedad moderna, las fuerzas armadas paraguayas también definan su participación en la vida del país.
Pero es necesario asimismo, que el actual gobierno asuma con decisión el compromiso de encontrar soluciones reales a los graves problemas que afectan a Paraguay y que, en alguna medida, son los que suelen usarse de justificación de las intentonas golpistas.
El clima de inestabilidad que hoy se siente en la nación guaraní retarda seriamente el proceso de consolidación democrático y pone en riesgo la plena inserción del país en el contexto regional y mundial.
Basta recordar que, frente a los permanentes rumores que atribuían propósito golpista a Oviedo, los presidentes del área del Mercosur advirtieron el año pasado en Asunción que solo los gobiernos democráticos podrían ser parte de ese organismo regional de integración.
Ha fracasado la intentona golpista de Oviedo, ante todo por el valor de la juventud paraguaya, pero es imprescindible que el gobierno del presidente Juan Carlos Wasmosy emprenda un proceso que permita afianzar la democracia mediante la solución a los reales problemas sociales y económicos del país. (FIN/ALDHU- IPS/jdp/96).
(*) Secretario Ejecutivo de ALDHU
= 04280804 DAP000
